A Orillas de un cristalino lago situado al norte de los Estados Unidos, había un campamento de verano al cual la joven Gisela concurría por primera vez. Entusiastamente participó en las distintas actividades de la vida del campamento, pero cuando se trataba de la hora de la natación, siempre encontraba una razón para ausentarse.
Una mañana, a la hora de asamblea, se anunció que en adelante la natación sería una de las actividades obligatorias. Esto afectó mucho a la joven Gisela, y con lágrimas en los ojos acudió a una de las consejeras que, como ella, era Científica Cristiana, diciéndole que no le era posible aprender a nadar. La consejera percibió que no era más que el temor lo que privaba a Gisela del placer de nadar, y recordando lo que nuestra Guía, Mary Baker Eddy, dice en su obra Message to The Mother Church for 1901 (pág. 13): “Los temores del hombre si no se vencen, lo vencerán a él, en cualquier orden que sea”, se llevó a la joven a orillas del lago, para conversar sobre el asunto.
Gisela no tardó mucho en dar comienzo a su historia. Dos años atrás, al salir en bote en un lago, aquél había zozobrado, y el verano siguiente una experiencia similar le había dejado desagradables recuerdos, los que le habían impedido aprender a nadar, temiendo acercarse al agua o siquiera salir en bote. Con mucha humildad, la consejera elevó sus pensamientos a Dios, pidiéndole inspiración para poder aconsejar a Gisela de manera que ella pudiera vencer sus temores y así libertarse de ellos.
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