A Orillas de un cristalino lago situado al norte de los Estados Unidos, había un campamento de verano al cual la joven Gisela concurría por primera vez. Entusiastamente participó en las distintas actividades de la vida del campamento, pero cuando se trataba de la hora de la natación, siempre encontraba una razón para ausentarse.
Una mañana, a la hora de asamblea, se anunció que en adelante la natación sería una de las actividades obligatorias. Esto afectó mucho a la joven Gisela, y con lágrimas en los ojos acudió a una de las consejeras que, como ella, era Científica Cristiana, diciéndole que no le era posible aprender a nadar. La consejera percibió que no era más que el temor lo que privaba a Gisela del placer de nadar, y recordando lo que nuestra Guía, Mary Baker Eddy, dice en su obra Message to The Mother Church for 1901 (pág. 13): “Los temores del hombre si no se vencen, lo vencerán a él, en cualquier orden que sea”, se llevó a la joven a orillas del lago, para conversar sobre el asunto.
Gisela no tardó mucho en dar comienzo a su historia. Dos años atrás, al salir en bote en un lago, aquél había zozobrado, y el verano siguiente una experiencia similar le había dejado desagradables recuerdos, los que le habían impedido aprender a nadar, temiendo acercarse al agua o siquiera salir en bote. Con mucha humildad, la consejera elevó sus pensamientos a Dios, pidiéndole inspiración para poder aconsejar a Gisela de manera que ella pudiera vencer sus temores y así libertarse de ellos.
Permanecieron sentadas tranquilamente por unos momentos, esperando algún mensaje de Dios y observando las pequeñas olas que besaban la arena. Fijándose en la manera en que las olas llegaban hasta cierto punto para luego retroceder suavemente, repitiendo de continuo esta acción, de repente la consejera interpretó su mensaje como sigue: “¿No ves, Gisela? Dios está en todas partes. Tu nunca puedes estar sin Su protección, aunque te halles en el lago o sobre la tierra firme. Si El no fuese un Dios de ley y de orden, ¿qué podría evitar que este agua subiera hasta cubrirnos, inundando todo el campamento? Pero el Amor lo gobierna todo, dominando las olas y manteniéndolas donde pertenecen. ¿No crees que Dios es capaz de mantenerte a ti en perfecta seguridad, aunque estés aquí o en medio del lago?”
Gisela meditó sobre estas palabras y su llanto acalló. Entonces abrieron el himnario de la Christian Science y leyeron repetidas veces el himno No. 136, y sobre todo el tercer versículo, que dice:
Escalo las alturas de la Mente
más allá del espacio y del tiempo
lo que soy lo sabré claramente
cuando Tu rostro vea en Tu templo.
Hasta que acaben el espacio y el temor
Te seguiré buscando más y más
Tu presencia tengo siempre en derredor
Dándome Tu bendita paz.
Luego abrieron la Biblia y leyeron juntas el relato de Jesús en momentos en que, acompañado de sus discípulos, atravesaba un lago en una pequeña barca. Jesús se había quedado dormido cuando de repente se levantó una tempestad, llenando la barca de agua. Temorosos, los discípulos despertaron a Jesús clamando (Marcos, 4:38): “¡Maestro! ¿nada te importa que perezcamos?” Y luego el relato continúa diciendo que el Maestro, levantándose “reprendió al viento, y dijo a la mar: ¡Calla! ¡sociégate! Y calmó el viento, y sucedió una grande bonanza” (vers.º 39).
Gisela y la consejera acordaron en que la clara comprensión de Jesús de lo que significaba la paz era lo que había despertado a los discípulos a percibir la omnipresencia del Amor, y esta comprensión no sólo apaciguó sus temores sino que calmó las aguas. Al poco rato el rostro de Gisela cambió, mostrándose expectante y sereno, y ella fué corriendo alegremente para reunirse con sus amiguitas.
Esa mañana se le vió a Gisela tomando lecciones de natación de una instructora, que era a la vez buena estudiante de la Christian Science y que había sido informada de que esta sería una oportunidad para liberar a Gisela del temor que la aprisionaba. A los nueve días Gisela superó con todo éxito dos pruebas difíciles. La primera consistía en nadar hasta una boya flotante y regresar al punto de partida, recorrido éste de cuarenta y cinco metros. La segunda se designaba la prueba de la canoa zozobrada. En ella tenía que salir en la canoa acompañada de la profesora de natación, y al vorcársele de repente la canoa, enderezarla, recuperar los canaletes y luego llevar la canoa a tierra.
Esta experiencia de Gisela no solamente le trajo muchos beneficios a ella sino a todo el campamento también, inspirando a otros a que utilizaran sus conocimientos de la Christian Science en la solución de sus problemas, con muy buenos resultados. En la página 307 de su libro Miscellaneous Writings, Mrs. Eddy dice: “¡Qué herencia tan gloriosa nos proporciona la comprensión del Amor omnipresente! Más no podemos pedir: más no podemos necesitar: más no podemos tener. Esta dulce seguridad es el ‘¡Calla! ¡sociégate!’ para todos los temores humanos, para el sufrimiento de toda clase.”
