En “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy, leemos lo siguiente (pág. 227): “La Christian Science alza el estandarte de la libertad y exclama: ‘¡Seguidme! ¡Escapad de la esclavitud de la enfermedad, el pecado y la muerte!’ ”
Es con un sentimiento de profunda gratitud que relato la curación de una grave enfermedad, considerada incurable por los médicos y cirujanos más eminentes de París.
Durante los años de 1934 y 1935 me sometí a cuatro operaciones quirúrgicas. Las dos últimas se efectuaron cuando yo estaba sufriendo de una enfermedad muy grave de los riñones, con serias complicaciones y una septicemia general que había afectado otros órganos. Por fin me extirparon un riñón, pero no recobré la salud. Entre 1935 y 1937 probé los siguientes sistemas de curación: el azufre, lavados del riñón, sueros, vacunas, electricidad, homeopatía, masages, dietas rigurosas, y otras más. No podía dormir y sufría grandemente.
La vida se me hacía cada vez más pesada, y rogaba a Dios que pusiera fin a mis días. En diciembre de 1940 empeoré. El especialista de los riñones más eminente de París, después de aplicarme los rayos X y de hacer los análisis y las observaciones de costumbre, declaró que el otro riñón estaba en tal estado que la operación que él había recomendado ya no resultaría factible. Permanecí cuatro meses y medio más recluído en el hospital.
En mayo de 1941 reanudé mi trabajo en la oficina con mayor dificultad que en años anteriores. Fué en ese momento que una compañera de trabajo me habló de la Christian Science, que le había curado de la tuberculosis. Acudí a una practicista que ella conocía, solicitando su ayuda. Gracias a los tratamientos que ella me dió con mucho cariño, paciencia y amabilidad, mi estado de salud mejoró durante los meses siguientes. Pasé ese invierno trabajando normalmente, sin interrupción alguna. Ahora me hallo en perfecta salud, muy activa tanto en la oficina como en mi hogar.
Todas las sendas del Señor son perfectas y estoy muy agradecida por la que El me trazó, pues me llevó a la Christian Science, el Consolador prometido por el Maestro.
En verdad que he experimentado una renovación física y moral. La gratitud que siento hacia Dios no conoce límites, porque clamé a El, y El me sanó. Me ha elevado el pensamiento por encima de los caminos mortales. Me ha restaurado la vida, de manera que no he tenido que sucumbir a la tumba. “¡Engrandece mi alma al Señor!” (Lucas, 1:46); no olvidaré jamás todos Sus beneficios, porque El ha perdonado todas mis iniquidades y ha sanado todas mis enfermedades.
Por esta curación tan maravillosa le doy gracias también a Cristo Jesús, y a nuestra venerada Guía, Mary Baker Eddy. Siempre viveré agradecida a la practicista que tanto me ayudó.— París, Francia.
