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Hace veinticinco años recibí mi primera...

Del número de julio de 1949 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace veinticinco años recibí mi primera curación en la Christian Science. En aquel tiempo fuí sanado instantáneamente de las consecuencias de un severo ataque de la gripe. Por el hecho de que hace ahora un cuarto de siglo que he recibido bendiciones continuas en la Christian Science, quisiera aprovechar esta oportunidad para expresar mi profunda gratitud hacia Dios por todo el bien que he experimentado a través del estudio y la aplicación de la Christian Science. Durante este período he podido observar en mi propia experiencia como en la de los demás, tantos diversos males superados mediante la Christian Science, que me resulta difícil reducir este testimonio a proporciones adecuadas.

Mencionaré, sin embargo, un caso en particular que a su tiempo me enseñó una valiosa lección y que me ha sido útil en muchas otras ocasiones. Se refiere a nuestros motivos al desear una curación. Sabemos, por supuesto, que si queremos curarnos solamente para aliviarnos de algún malestar, esto no basta para efectuar la curación. Pero a veces deseamos curarnos para poder probar a los que nos rodean que la Christian Science verdaderamente sana.

Superficialmente esto puede parecer un motivo loable. Sin embargo, analizándolo, vemos que se trata de un motivo poco científico, por presuponer dos errores. Primeramente, acepta la creencia errónea de que existe algo que curar, de que hay una condición física discordante de la cual uno necesita liberarse, en lugar de reconocer que el error es un sueño del cual uno tiene que despertar. En segundo lugar, acepta la creencia de que hay muchas mentes alrededor de uno, que le están observando o quizá aun criticando, mientras que la curación en la Christian Science sólo se puede llevar a cabo sobre la base de una sola Mente divina, la única Mente que el hombre conoce o que puede estar consciente de él.

Hace varios años, una mañana al despertar me encontré con que tenía un lado de la cara completamente paralizado, de manera que tenía que comer, beber y hablar con un lado de la boca. Traté de enfrentar la situación declarando que la Mente, y no los músculos, gobernaba mi ser, pero en el transcurso del día no se operó cambio alguno. Lo que más me afligía era que esa misma noche tenía que presidir una asamblea de los miembros de la iglesia. No me parecía bien que el presidente se presentara sufriendo de un error tan evidente y que podría ser perjudicial para los nuevos miembros o aun darles motivos de crítica. Sentí que para el bien de todos los concurrentes así como para el mío, debía sanarme.

La hora de la asamblea se acercaba sin que se evidenciara mejora alguna, pero estaba convencido de que debía cumplir con mi deber. Momentos antes de subir al estrado me dí cuenta de lo equivocada de mi actitud. Percibí que estaba abrigando en el pensamiento la imagen de una condición errónea por sanar y de una asamblea de personas ante las cuales tendría que aparecer. En seguida comencé a declarar que como idea espiritual yo no era conocido sino por la Mente divina, Dios, quien me contemplaba sólo como Su idea perfecta; y que en realidad no había ninguna otra Mente. Recordé las palabras inspiradas de Mrs. Eddy (Message to The Mother Church for 1901, pág. 20): “El Científico Cristiano está solo con su propio ser y con la realidad de las cosas.” Asumí mi puesto, y en tanto que la sesión progresaba tuve una gran sensación de tranquilidad y despreocupación, a pesar de que mi cara seguía igual. Empero, a la mañana siguiente estaba completamente sanado.

La parte más instructiva de esta experiencia ocurrió el miércoles siguiente cuando en la reunión testimonial expresé mi gratitud con motivo de esta curación. Tantas personas me hablaron del asunto que tuve la impresión de que ni un solo miembro presente en aquella asamblea había notado nada anormal en mi cara.

Yo había permanecido tan consciente de que sólo la Mente podía conocerme, y que ésta sólo me conocía como idea perfecta, que había estado literalmente escondido “con Cristo en Dios” (Col., 3:3).

No encuentro palabras adecuadas para expresar mi gratitud por la Christian Science y por el privilegio de poder gozar de las oportunidades espirituales proveídas por Mary Baker Eddy con tanto amor, por medio de La Iglesia Madre, sus filiales y sus diversas y tan conocidas actividades.—

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