La idea del hogar es bien querida de todos. Para el humano pensar, simboliza comodidad y seguridad, un lugar en el que nos aman y albergan, el cual podemos tomar como centro de nuestros afectos y desde el cual podemos contribuir al bienestar de la comunidad y del mundo en general.
Muchas almas anhelan un hogar que refleje belleza, paz y bondad para satisfacerlas y bendecirlas — un anhelo que todos pueden realizar, ya que el hogar verdadero es espiritual, siendo Dios quien lo otorga. En la medida en que fijemos el concepto correcto del hogar en nuestro modo de pensar y de sentir, disfrutaremos de un hogar en el que prevalezcan la hacendosidad, los recursos, la pureza, la constancia y el cariño. Cuando se busca y se reconoce la verdad espiritual como el móvil predominante en el hogar, lo natural es que toda la familia obre en amorosa cooperación, llevando los unos la carga de los otros y cediéndose mutuamente el derecho de gobernarse de por sí al dejarse gobernar por Dios.
El hogar humano que se inicia con los desposados, se funda conforme al convenio entre los dos de amarse, honrarse y tratarse bien recíprocamente, colaborando con un fin que ambos desean. A la luz de la Christian Science las solemnes promesas nupciales adquieren nuevo significado, porque esta Ciencia enseña que para amarse, honrarse y bien tratarse uno al otro hay que amar, honrar y bien valuar la verdad de que la entidad real de ambos contrayentes es espiritual y perfecta, hecha a la semejanza de Dios. El concepto acertado del matrimonio se necesita para conservarlo afable y duradero. Nunca se vuelve oneroso ni deja de tener éxito el pacto nupcial cuando se entiende y se ejercita el sentido espiritual de las promesas en él fundidas. Escribe Mary Baker Eddy en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 65): “¡Ojalá que Cristo, la Verdad, esté presente en todo altar nupcial para tornar el agua en vino y para dar a la vida humana una inspiración por la cual la existencia espiritual y eterna del hombre pueda ser percibida!”
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