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Fijando el concepto verdadero del hogar

Del número de julio de 1951 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La idea del hogar es bien querida de todos. Para el humano pensar, simboliza comodidad y seguridad, un lugar en el que nos aman y albergan, el cual podemos tomar como centro de nuestros afectos y desde el cual podemos contribuir al bienestar de la comunidad y del mundo en general.

Muchas almas anhelan un hogar que refleje belleza, paz y bondad para satisfacerlas y bendecirlas — un anhelo que todos pueden realizar, ya que el hogar verdadero es espiritual, siendo Dios quien lo otorga. En la medida en que fijemos el concepto correcto del hogar en nuestro modo de pensar y de sentir, disfrutaremos de un hogar en el que prevalezcan la hacendosidad, los recursos, la pureza, la constancia y el cariño. Cuando se busca y se reconoce la verdad espiritual como el móvil predominante en el hogar, lo natural es que toda la familia obre en amorosa cooperación, llevando los unos la carga de los otros y cediéndose mutuamente el derecho de gobernarse de por sí al dejarse gobernar por Dios.

El hogar humano que se inicia con los desposados, se funda conforme al convenio entre los dos de amarse, honrarse y tratarse bien recíprocamente, colaborando con un fin que ambos desean. A la luz de la Christian Science las solemnes promesas nupciales adquieren nuevo significado, porque esta Ciencia enseña que para amarse, honrarse y bien tratarse uno al otro hay que amar, honrar y bien valuar la verdad de que la entidad real de ambos contrayentes es espiritual y perfecta, hecha a la semejanza de Dios. El concepto acertado del matrimonio se necesita para conservarlo afable y duradero. Nunca se vuelve oneroso ni deja de tener éxito el pacto nupcial cuando se entiende y se ejercita el sentido espiritual de las promesas en él fundidas. Escribe Mary Baker Eddy en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 65): “¡Ojalá que Cristo, la Verdad, esté presente en todo altar nupcial para tornar el agua en vino y para dar a la vida humana una inspiración por la cual la existencia espiritual y eterna del hombre pueda ser percibida!”

El autor de los Proverbios dice (19:14): “De Jehová viene la mujer prudente.” El esfuerzo sensato, la tierna vigilancia, el valor moral y la confianza reposada enaltecen la posición de la esposa. De la misma manera, las cualidades derivadas de Dios, tales como la pureza, la abnegación, la fidelidad y la actividad fructífera son indispensables para merecer el puesto de esposo. El concepto verdadero de la unión conyugal no requiere que ella o él renuncie a su individualidad o independencia de criterio. Sin dejar de fomentar y avivar el amor conyugal y de adunar sus esfuerzos tendentes a solucionar los problemas del hogar, los cónyugues harían bien en no limitarse a ese centro de sus intereses y afectos, sino ampliar la esfera de sus actividades entablando relaciones de amistad e impartiendo o compartiendo alegría.

Para establecer un hogar que refleje la armonía y la belleza del Alma, es esencial la pureza. Sólo lo que hay de bueno en los afectos humanos es capaz de acarrear paz, seguridad, felicidad. El sentimentalismo, la pasión y la frívola vivacidad ni fundamentan el matrimonio ni contribuyen a su durabilidad y estabilidad. Lo que importa es la amigabilidad, la mutua comprensión simpatizante, la paciencia del uno con los defectos del otro ayudándose recíprocamente a vencerlos. Cuando la comprensión espiritual de lo que realmente constituye la substancia, la satisfacción y la felicidad llega a preponderar en nuestro modo de pensar, se descubre la vacuidad de la popularidad y de los entretenimientos mundanales, cediendo su puesto a un humilde fervor por crecer en la gracia. Esa creciente devoción al Espíritu apaga los deseos carnales hasta reemplazarlos completamente por el amor espiritual.

El estudio y la aplicación de la Christian Science proyectan la luz de la Verdad sobre todas las fases de la creación o formación de un hogar. A los padres les infunde el verdadero significado de la paternidad y la maternidad. Muchos estudiantes de esta Ciencia se han librado del falso concepto de la paternidad escudriñando las definiciones que de Padre y Madre da Mrs. Eddy en las páginas 586 y 592, respectivamente, de Ciencia y Salud. El primero lo define así: “La Vida eterna; la Mente única; el Principio divino, comúnmente llamado Dios.” Y la Madre: “Dios; el Principio divino y eterno; la Vida, la Verdad y el Amor.”

¡Qué concepto tan admirable de los padres! Los que lo entiendan pueden probar en la práctica que no hay peculiaridades, debilidades ni enfermedades personales qué transmitir o qué heredar; nada de voluntariedad, arrogancia ni soberbia heredada que retarde su progreso; nada de cariño posesivo o abrumador ni de ineptitud para criar y educar a los hijos. A medida que ganamos una consciencia pura y clara de que existimos como hijos de Dios, nuestros niños reflejan la naturaleza espiritual inherente al ser verdadero, siendo por lo mismo obedientes, afables, inteligentes.

Cuando las dificultades o afliciones que suelen asediar al hogar se toman como oportunidades para elevarnos en la comprensión y la demostración del Principio divino, sirven para fortalecer nuestra armadura espiritual de la cooperación y el cariño y para cimentar la devoción y los esfuerzos de la familia en una unión más estrecha. Las disensiones y disputas a que dan lugar los puntos de vista divergentes, desaparecen a medida que cada miembro de la familia ama y vive la Ciencia del ser. Las desavenencias se evitan, no forzando el uno a que el otro acepte su modo de ver, sino poniéndose cada cual de acuerdo con la Mente única.

Si aparece algún pecado en el hogar, quien lo observe por estar alerta espiritualmente, se apresura a impersonalizar el mal o sea a no atribuirlo a nadie personalmente, y afirmar y persistir en la verdad de que el ser de cada uno, o el hombre verdadero, es impecable. El pecado lo reconoce como una impostura, una ilusión. Sabiendo asimismo que el pecado no se elimina condenando a la persona dada, no se da a censurarla ni a reprobarla con fría intolerancia, sino que procura sanarla y salvarla con amor cristiano. Reconociendo la entidad verdadera del hombre como eternamente buena y pura, se obtiene la bendita seguridad de que el pecado no forma parte de esa individualidad. Así se ama y respeta a la persona al mismo tiempo que se refuta y anula el pecado que trate de embaucarla. Muchos hogares han recobrado su estado normal y próspero cuando se reprocha el pecado de este modo impersonal mientras se alienta amablemente al tentado con la verdad de su ser real, según lo revela la Christian Science.

Cuando el hogar consta de una sola persona, la tentación quizá consista en sugerirle soledad o vida incompleta. Refiriéndose a la creación del hombre, la Biblia asegura (Gén. 1:27) que “varón y hembra los creó” Dios. Subordinando, pues, la falsa sensación de que falta compañía, a la comprensión cristianocientífica de que en la consciencia espiritual individual se hallan tanto las cualidades masculinas como las femeninas, quien se sienta solitario hallará todos los elementos que sean necesarios para un hogar feliz. Las palabras novio y novia, marido y esposa, padre y madre, hijo e hija aparecen con un sentido nuevo, más elevado y satisfaciente mediante la comprensión espiritual que se adquiere estudiándolas en la Biblia y en las obras de nuestra Guía.

Por ejemplo, marido significa: uno que acompaña, que sostiene, alienta, honra y ama. Dice la Biblia (Isa. 54:5): “Marido tuyo es tu Hacedor, Jehová de los Ejércitos es su nombre.” ¿Qué mejor cuidado o cariño puede uno experimentar que el amor de Dios que todo lo abarca y lo provee? Ora según se entiende humanamente, el novio y la novia representan distintas individualidades, pero un estudio de la interpretación espiritual que da Mrs. Eddy a estos vocablos en el Glosario de Ciencia y Salud revela que ambos participan de idénticas cualidades mentales que, entrelazándose en intima asociación, revelan a Dios como el único creador y fuente de toda felicidad.

Puede también alegar el error que la familia, antes entera, hoy está incompleta. Pero si uno atiende y se atiene a las ideas espirituales que emanan de Dios, no se sentirá solitario por pocos que sean los que constituyan el hogar. Su propia soledad desaparece al compartir con otros su mejor comprensión del hogar y la dicha. Gozo, despejo, diversificada amenidad y vivo interés hacen gratas y complacientes las actividades de quien procura ante todo amar y servir. Cuando uno vive convencido de que la base del hogar es espiritual, incorporando fortaleza e inspiración, no lo perturban los aparentes cambios en el hogar. Dios le ha de mostrar los medios y modos de seguir conservando su comodidad, su servicialidad, su alegría y jovialidad.

En último análisis, ¿en dónde puede radicar el hogar verdadero de uno sino dentro de su propia consciencia? ¿Qué puede acompañarlo sino sus propios pensamientos? Viendo ésto así, nadie necesita quejarse nunca de que su hogar carezca de tal o cual cosa, ya que a todos nos es dable fijar en nuestros pensamientos el concepto verdadero del hogar, lleno de la gracia del Espíritu y de la afluencia del Amor. Cuando nos mantenemos firmemente conscientes de la presencia y el poder de Dios, nuestro hogar mental es un retiro celestial en el que cobramos vigor para los requerimientos del diario vivir y desde el cual coadyuvamos a satisfacer las necesidades de los demás. Así fijando en la consciencia nuestra el concepto verdadero del hogar, su externa manifestación se evidencia progresivamente en plenitud de compañía, armonía, recursos y servicialidad, constituyendo un baluarte contra el mal y una fuente de inspiración para la comunidad.

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