Hace ya mucho tiempo que debí de haber expresado en nuestras publicaciones periódicas mi gratitud a Dios por todas las bendiciones que he recibido merced al estudio y aplicación de la Christian ScienceEl nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la “Ciencia Cristiana”..
Durante el tiempo que serví en las fuerzas armadas, llegué a apreciar mejor que nunca el Manual de La Iglesia Madre, por Mary Baker Eddy. Al escribirlo, Mrs. Eddy fué divinamente guiada a darnos todos los preceptos necesarios para la defensa permanente de nuestra Causa, incluso el organismo administrativo, los dirigentes, y los miembros de la iglesia. Hablando del Reglamento y los Estatutos del Manual en la página 148 de Miscellaneous Writings, dice en parte Mrs. Eddy: “Fueron impelidos por un poder superior a uno mismo y escritos en diferentes fechas según lo pedía la ocasión. Surgieron de la necesidad, la lógica de los acontecimientos,— de su urgencia inmediata como apremiante medida que había que adoptar para mantener la dignidad y la defensa de nuestra Causa.” Los miembros de La Iglesia Madre deben obedecer los Estatutos del Manual tanto como los Diez Mandamientos y las Beatitudes, si han de disfrutar la divina protección que imparten.
Una advertencia angelical del papel vital que desempeña el Manual en sentido individual, resultó ser una bendición en cierta ocasión en que se me enfrentaba “el postrer enemigo.” El servicio militar me asignó en una ocasión la tarea de volar desde Indonesia hasta las Islas Filipinas. Había que hacer el vuelo en dos jornadas. En la primera, el motor a la derecha se descompuso, pero logramos aterrizar en nuestra primera escala. Previa inspección rápida del motor, se le hicieron las reparaciones de emergencia porque la urgencia de nuestra misión imponía la continuación del vuelo. A unos seiscientos cincuenta kilómetros antes de arribar a nuestro destino final, se paró el mismo motor. El avión iba muy cargado de equipo militar además de ocho pasajeros y su tripulación de cinco. Su tipo no era a propósito específicamente para que permaneciera a flote por mucho tiempo una vez caído al mar, y nosotros adrede habíamos prescindido de llevar equipo salvavivas por transportar carga a plena capacidad.
Inmediatamente que cesó de funcionar el motor, comenzó a descender el aeroplano. El piloto nos ordenó que arrojáramos al mar cuanto pudieran coger nuestras manos, incluso nuestro calzado, a fin de aligerar el peso del avión para conservar la altitud que pudiéramos. Tripulantes y pasajeros le obedecimos al instante, pero el aparato siguió perdiendo altura poco a poco. La sugestión y el temor de morir me sobrecogió tan fuertemente que yo me puse a declarar la verdad en alta voz. Al rogar a Dios que me guiara, se me ocurrió que, de conformidad con los Estatutos del Manual, ya había aceptado mi solicitud para ingresar en una clase de instrucción reglamentaria un profesor leal de la Christian Science, pero que que el deber militar se había interpuesto pocos meses antes de que pudiera asistir a esa clase. Puesto que Mrs. Eddy asegura que los Estatutos del Manual le fueron inculcados por un poder fuera del suyo propio, percibí que yo tenía de Dios mismo ese derecho de tomar el curso de instrucción, y así lo declaré vehementemente en alta voz.
La aeronave descendió de unos tres mil a unos sesenta metros sobre el nivel del mar antes de que se evidenciara la demostración. Todo parecía indicar que el avión caería bruscamente en el oceano, y yo persistía en mis declaraciones audibles según el derecho que me otorgaba el Manual, cuando súbitamente reanudó su funcionamiento el motor. No marchaba con uniformidad, pero sí lo suficiente para que llegáramos a la pista y aterrizáramos sin más novedad. Al inspeccionar después la tripulación el motor, llegaron a la conclusión de que “Dios nos sacó con bien en esta ocasión.” Yo me sabía que la Mente divina había superado sobreponiéndose a una supuesta ley física, salvando así nuestras vidas.
Durante un período de cuatro años y once meses que duré en servicio militar, fuí protegida, guiada y conservada sana gracias a la eficacia de la Christian Science. Una vez dada de alta, regresé a aprovechar mi bendito privilegio de recibir la instrucción facultativa antedicha.
Desde mi infancia, la Ciencia divina me ha preservado de todo daño en accidentes y me ha ayudado a encontrar objetos que había perdido. Un vidrio que se me encajó en un pie penetrando al interior, salió sin operación quirúrgica; un ataque de fiebre palúdica quedó curado en menos de veinticuatro horas; y muchas otras son las bendiciones de que he sido objeto.
Aconseja sensatamente Mrs. Eddy en la Sección 2 del Artículo XVII del Manual: “Cada día de todos los años debe morar en nuestros corazones la gratitud y el amor.” El mío está lleno de gratitud por Cristo Jesús, el Dechado nuestro, y por la abnegada revelatriz de la Verdad de estos tiempos, Mrs. Eddy, ya que por su mediación nos ha concedido Dios la revelación completa y final de la Christian Science.— Davenport, Iowa, E.U.A.
