En el Evangelio de San Juan se relate que un día, cuando Jesús enseñaba a los judíos en la sinagoga de Capernaum, halló que sus oyentes no entendían nada de lo que les explicaba de la naturaleza verdadera del Cristo y de Dios como su Padre. Sus mismos discípulos hallaban sus palabras difíciles de comprender. Procurando hacer su significado claro y explícito, les dijo (6:51): “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá eternamente.” Y con las memorables palabras que son un punto cardinal en sus enseñanzas, sintetizó: “Es el espíritu que da vida, la carne de nada aprovecha: las palabras que yo os he hablado espíritu y vida son.”
Mediante los escritos de nuestra inspirada Guía, Mary Baker Eddy, la Christian Science enseña que “el Espíritu, sinónimo de la Mente, el Alma o Dios, es la única substancia verdadera” (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 468). De lo cual se deduce que el Espíritu divino es la única substancia vivificante que anima y nutre al universo, incluso el hombre. Luego la substancia verdadera es esencialmente espiritual, perfecta, infinita, eterna e incapaz de manifestar ni la más leve discordancia o imperfección. A la luz de esta enseñanza, el Científico Cristiano se da cuenta de que lo que pasa por substancia de la materia es una creencia errónea, una ilusión, una falsificación imperfecta y efímera de la substancia real.
Mrs. Eddy va fondo de este asunto cuando declara (ib., pág. 257): “La Mente crea Su propia semejanza en ideas, y la substancia de una idea dista mucho de ser la supuesta substancia de la materia no inteligente.” Ante estas realidades, el estudiante de la Christian Science reconoce que el hombre refleja la substancia del Espíritu, que en verdad vive, se mueve y tiene su ser en el ambiente espiritual.
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