EL afecto espontáneo que los que comienzan a estudiar la Christian ScienceEl nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la “Ciencia Cristiana”. sienten generalmente hacia la Iglesia Científica de Cristo — La Iglesia Madre y sus filiales — no decae con el tiempo sino que se fortalece y se arraiga más firmemente a medida que adelantan en su comprensión y experiencia. Asume cada vez más el carácter de una estimación gozosa pero práctica hacia esta Iglesia como instrumento magistralmente forjado para el esclarecimiento y la redención del género humano.
El objeto y la función de la Iglesia los resume su Fundadora, Mary Baker Eddy, en estas palabras que contiene el libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 583): “La Iglesia es aquella institución que da prueba de su utilidad y se halla elevando la raza humana, despertando el entendimiento dormido de sus creencias materiales a la comprensión de las ideas espirituales y la demostración de la Ciencia divina, así echando fuera los demonios, o el error, y sanando a los enfermos.”
No pensaba Mrs. Eddy que iglesia alguna quedara excluida de tan importante labor aquí descrita. Deseaba vehementemente que, mediante el reconocimiento de las enseñanzas de la Ciencia de Cristo Jesús con la consiguiente práctica de sus obras, todas las iglesias llegaran a ser así definibles, y esperaba que lograran ésto con el transcurso del tiempo. Pero la definición describe con exactitud la tarea encomendada a La Primera Iglesia Científica de Cristo, y de la cual se ocupa; y el estudiante de la Christian Science se convence cada vez más de que esta Iglesia — La Primera Iglesia Científica de Cristo, en Boston, Massachusetts, juntamente con sus filiales,— difícilmente podría habérsele planeado mejor para su cometido.
El ve que, desde luego, es una providencia maravillosa para su propio desarrollo — que su influencia enalteciente no deja de alcanzarle. No que ésto se deba únicamente, ni principalmente siquiera, a la inspiración o la ayuda efectiva que le imparten los servicios de la Iglesia, las conferencias y demás cosas que le ofrece. Lo siente así más aún al tomar parte en las actividades de la Iglesia. Al servir — como ujier, como miembro de un comité o de la junta directiva, ayudando en una sala de lectura, enseñando en la Escuela Dominical, actuando como lector, o sencillamente orando por la Iglesia — muchas veces habrá pensado para sus adentros: “espero que ésto sea en beneficio de la Iglesia, pero de todos modos, ciertamente que es muy provechoso para mí.” Observa que le va mejorando su carácter en maneras inopinadas: lo hace más constante, más resueltamente ingenioso, más considerado para con los otros, más hábilmente amigable, comedido, servicial, y en otras muchas formas que sobrepujan a lo que él mismo creyera posible de sí.
Las mismas exigencias del trabajo lo hacen que se desprenda continuamente de las clases de pensamiento que de nada aprovechan, reemplazándolos por los que reflejan la Mente divina, Dios, siendo por lo tanto eficaces. Así aprende a rechazar la obstinación y a buscar y confiar en la voluntad divina, a esperar el impulso inequívoco de la sabiduría y el Amor divinos antes de hablar u obrar. Se adiestra para evitar el interés o justificación propios, la impaciencia, la irritabilidad, el resentimiento, partidarismo, aturdimiento, etcétera, con los que — ahora se da cuenta — nada se logra, comportándose en cambio de manera verdaderamente inteligente.
Su propio desarrollo gracias a la experiencia en las actividades de la Iglesia, y su adelanto en la comprensión, le hacen ver sin falta que cuando alguien parece portarse mal, su tarea no estriba primordialmente en corregirlo sino en corregir su propio modo de ver eso, en reclamar como suya la visión o punto de vista de la Mente divina que, como nos da a entender la Biblia, es “de ojos demasiado puros para mirar” al malhechor o a una iglesia que lo albergue en su seno. Descubre al mismo tiempo que este proceder no le cierra los ojos a lo que apareciendo como un mal comportamiento humano le incumba observar, antes bien lo hace reparar en ello más prontamente — y mirar a través de ello científicamente. Así aprende a tratar tales casos con más eficiencia aún desde el punto de vista humano, aprestán-dolo con la evidencia necesaria respecto a la clase de hombre que Dios ha creado.
De la misma manera, ante alguna acción o decisión errónea de la congregación, comprende que el curso debido no es interesarse menos en la Iglesia ni volverse apático o menos contento en su servicio, sino más aún. Entonces es cuando tanto él como la Iglesia necesitan más urgentemente el mejor trabajo que él pueda desempeñar a fin de que él y toda la congregación logren verla como Dios la ve: “La estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino o procede de él” (ibid., pág. 583).
No deja de ser uno de los principales beneficios que él deriva de su labor en bien de la Iglesia a medida que aprovecha las oportunidades que le presenta, el de su creciente facilidad de expresión especialmente por lo que atañe a la Christian Science. Por ejemplo, ¿dónde podría encontrar un auditorio mejor dispuesto a escuchar esas cosas, y que más aliente al que haga uso de la palabra, que el de una reunión testimonial de los miércoles en una Iglesia o Sociedad Científica de Cristo? ¡Y cuantas veces el primer testimonio allí ofrecido con agradecimiento ha bastado para traer a quien lo da un flujo de inspiración, librándolo permanentemente en grado apreciable de su dificultad para expresarse oralmente!
Por supuesto que el incentivo para cuanto de valor se haga por la Iglesia, es el amor — el amor no sólo a la Iglesia y la congregación, sino a toda la humanidad. El trabajo así emprendido bendice a uno solamente en la proporción en que se vuelva la práctica expresión de su amor al prójimo. Entonces se cumple su esperanza de ser útil a los demás, y contribuye a la misión general de la Iglesia de elevar a la raza humana y cumplir la promesa bíblica: “he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo, el cual será para todo el pueblo.”
La Iglesia Madre se concierne especialmente con la obra de redención en sus más amplias fases. Lo que una de sus filiales es para la comunidad en que se encuentra, La Iglesia Madre, con todas sus ramas, lo es para el mundo en general; y de igual manera que un miembro activo de cualquier filial se torna mejor ciudadano local, un miembro activo de La Iglesia Madre se vuelve de un modo especial mejor ciudadano mundial. Porque el gran conjunto de los Científicos Cristianos representa, mediante La Iglesia Madre, el mensaje salutífero de la Christian Science para el mundo entero, y desarrolla la pericia que esa tarea requiere.
Lo que tal representación implica lo prescribe Mrs. Eddy en el Manual de la Iglesia, y naturalmente que es de sumo interés para todos los Científicos Cristianos. Incluye la prescripción de los libros y tratados auténticos y adecuados sobre Christian Science; de los programas mundiales de conferencias sobre el mismo tema; del debido reconocimiento e inscripción de aquellas agrupaciones que estén listas para constituirse filiales de La Iglesia Madre y de los adeptos habilitados como profesores, practicistas y enfermeras; de cursos facultativos para profesores, practicistas y otros Científicos Cristianos; de una inspección mundial y continua de las leyes que se dicten y de cuanto se publique tocante a la Christian Science; y de otras actividades esenciales.
Según Mrs. Eddy la concibió e instituyó, La Iglesia Madre implica que el amor, la comprensión y los recursos de los Científicos Cristianos en todas partes se hallan asequibles en toda su extensión práctica para cuanta necesidad sobrevenga en cualquier lugar de la tierra; y también que pueden aplicarse con presteza a cualquier urgencia repentina. Muchos de estos casos los pueden atender mejor, naturalmente, los que se encuentren a la mano, obrando ya sea individualmente o bien mediante la filial correspondiente, como sucede de continuo, por ejemplo, mediante los servicios de la Iglesia o Sociedad de que se trate y por mediación de los practicistas. Pero La Iglesia Madre siempre está dispuesta a satisfacer toda necesidad que adquiera grandes proporciones o por algún motivo no puede atenderse localmente. Lo que puede llevarse a cabo en tales circunstancias mediante esta organización mundial bien preparada y con experiencia ya adquirida, lo ejemplifican su vasta labor realizada durante la guerra, incluso la ayuda material a los menesterosos en muchos países y los capellanes y ministros adscritos al servicio militar igualmente en innumerables regiones para la curación y protección de los hombres y mujeres asignados al servicio antedicho; sus campañas de socorro a las víctimas de inundaciones, tormentas y otros desastres; la continua labor curativa de sus Asociaciones de Beneficencia; y de muchas otras maneras.
Es palmario que si no existiera hoy este organismo central y bien ramificado, habría que formar uno que respondiera a las exigencias de la actualidad y a las de todos los tiempos subsecuentes que hagan necesarias las instituciones humanas. Felizmente, como han de convenir los Científicos Cristianos de todas partes, la organización fué concebida y establecida por la más apta para el caso.
A cualquier pregunta de cómo pueden los miembros radicados por toda la tierra tomar parte en la obra de La Iglesia Madre, habría que contestar: Respondiendo a sus necesidades. Mrs. Eddy sondea el alcance de esta participación que corresponde a todo miembro cuando escribe: “Dios requiere nuestro corazón entero, y proporciona dentro de los anchurosos canales de La Iglesia Madre ocupación perentoria y suficiente para todos sus miembros” (Manual, Art. VIII, Sec. 15). Ciertamente que, como lo muestra la experiencia de multitud de adeptos, la expansión del pensamiento, la eficiencia y el progreso en la demostración individual no se adquieren más respondiendo activamente a las necesidades de La Iglesia Madre que mediante semejante servicio en una filial. La actuación diligente del miembro de una iglesia filial contribuye a completar la de La Iglesia Madre, acabalando así la experiencia bien desarrollada de los afiliados.
Tal es por lo común el caso de los miembros de La Iglesia Madre radicados en sus respectivas poblaciones regionales. Su ferviente apoyo metafísico de La Iglesia Madre basado en estar siempre alerta a lo que necesite ella o el mundo, en la presteza con que descubre y rechaza cualquier sugestión tendiente a limitar su utilidad individual o la de los otros al servicio de La Iglesia Madre, en contribuir con su cuota anual y demás dádivas que pueda ofrecer — todas estas actividades, sumamente valiosas, están al alcance de todos dondequiera que se hallen. Existen además las oportunidades de contribuir con sus escritos a las publicaciones para aquellos que se sientan así inclinados, y de obtener empleo fijo en alguna de las muchas capacidades que ofrece La Iglesia Madre.
Tampoco hay que perder de vista el hecho de que el trabajo de todo practicista, la ejemplificación de la Christian Science en la vida diaria de cada miembro, y la ferviente actividad de todo obrero en cualquier viña filial constituyen servicio de vital importancia y directo a La Iglesia Madre en su misión mundial. Tal labor cobra a su vez inspiración del reconocimiento de ésto.
Si bien es cierto que ésto es interesante desde cualquier punto de vista humano, lo es inmensamente más a la luz de la Ciencia absoluta. Porque el hombre real no necesita redención puesto que está hecho a la semejanza divina — es la expresión perfecta de la Vida y la inteligencia perfectas. A quienquiera parece que hay un hombre u hombres o una raza no semejantes a Dios simplemente porque acepta como suya una mente en sí irreal e ilusoria que así lo ve y toma como real. Por lo mismo, el procedimiento de la redención consiste sencillamente en negarse o rehusarse a reconocer esa pretendida mente y en descreerla por completo, aceptando en cambio el concepto verdadero de las cosas. Es un procedimiento individual que se concierne en cada caso y en primer lugar con el carácter y la perspectiva de uno mismo; pero mientras a uno le parezca ver en alguna parte algún hombre desemejante a Dios, su redención queda incompleta.
Aquí entra en acción la ayuda que nos ofrece la Iglesia. Porque es la Iglesia que “se halla elevando la raza humana” en aquello que sea menester, facilitando y promoviendo de esa manera el reconocimiento de nuestra parte y nuestra demostración de que Dios, el bien, lo es todo.
¿Implica ésto que uno no puede aventajar mucho al resto de la humanidad en la demostración de ser verdadero? ¿o que debe esperar a que se redima todo el género humano a fin de completar su propia demostración? De ninguna manera. La ascensión de Jesús, y en verdad toda su carrera pública prueban lo contrario. En sus actos, como en su vida entera, él superó consistentemente a todos y por fin ascendió más allá de toda creencia material, mientras el resto de la humanidad le ha ido en zaga. Pero ¿quién pudo haber mostrado más interés que él en la obra educativa y curativa encomendada a los que van en pos de él, es decir, en la misión de la Iglesia? ¿Quién pudo haber hecho más por la Iglesia? Ya en vísperas de su ascensión, todavía pensaba en ella, y sus últimas palabras de que se tiene conocimiento eran de amante consejo a los que tocaba continuar su labor. “Quedaos en la ciudad de Jerusalem hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto,” les decía (Lucas 24:49), y (Hechos 1:8), “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo; y seréis mis testigos, así en Jerusalem como en toda la Judea y Samaria, y hasta los últimos confines de la tierra.”
El dilucidaba de la manera más contundente posible lo que la Christian Science aclara hoy para todos: que en su más lato sentido, la demostración de uno es inseparable del esfuerzo más plenamente práctico por promover la demostración de todos, o sea la demostración de la Iglesia.
Podemos considerar aquí también de otra manera el punto esencial. Los Científicos Cristianos comprenden que La Iglesia Madre con sus filiales, tal cual aparecen humanamente, no son la Iglesia espiritualmente real que en Ciencia y Salud se define como “la estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino o procede de él,” sino que constituyen la evidencia, discernible a los sentidos humanos, de esa Iglesia. Representan el grado de demostración que han logrado hasta hoy de la sublime realidad espiritual — una demostración que, por supuesto, ha de mejorar y aumentar a medida que perciban y ejemplifiquen la Iglesia real.
Es claro, pues, que la demostración de la Iglesia real, de “todo lo que descansa en el Principio divino o procede de él” es sencillamente la demostración del bien universal que todo lo abarca. Y esto es asimismo lo que constituye la demostración del hombre verdadero. Porque, como indica Mrs. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 591), el hombre es “la representación completa de la Mente”— o sea de Dios, el bien o lo bueno. De lo cual se deduce necesariamente que la demostración de la Iglesia y la del hombre verdadero son inseparables — que una se promueve sólo a medida que la otra se promueva.
Luego si la Iglesia tal y cual aparece humanamente desatendiera las necesidades de cualquiera de los que está en posición de servir, limitaría su propio desarrollo; y si alguien descuida las oportunidades que tiene para su crecimiento en el servicio a la Iglesia — para desprenderse de las clases de pensamiento que tienden a ofuscar su vista de la realidad y hacerlo indiferente a su demostración progresiva y cabal mediante la Iglesia — ese alguien retarda su progreso.
En cualesquiera circunstancias, la Iglesia o un miembro de ella pueden adelantar en su demostración por el mismo procedimiento recíprocamente invertido: la Iglesia haciéndose cada vez más útil para la humanidad, y el miembro volviéndose progresivamente más servicial a la Iglesia. De más está añadir que las oportunidades que ésto les depara a ambos desde luego, son de índole supremamente provocativa e inspirativa.
