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Naciendo otra vez

Del número de julio de 1951 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cristo Jesus veía claramente que el modo de librarnos de los males de la carne y de toda la materialidad estriba en comprender y sostener científicamente la identidad verdadera del hombre como hijo de Dios. Se esforzó por hacer que los hombres reclamaran y probaran esa filiación. Es evidente que mientras siga uno creyendo en la creación carnal, en el nacimiento y en sí mismo como material viviendo en un cuerpo físico, el nuevo nacimiento y el hombre nuevo de que hablara Jesús no puede ni aparecer ni demostrarse. El indicó que este nuevo nacimiento exige que renunciemos valerosamente a toda falsa creencia en un creador material y, por consiguiente, la necesidad de interpretar y tomar hasta el mismo parentesco sobre una base cierta.

A ésto se refería el Maestro cuando dijo (Mat. 23:9): “A nadie llaméis padre vuestro sobre la tierra; porque uno solo es vuestro Padre, el cual está en los cielos.” Mrs. Eddy, la Descubridora de la Christian ScienceEl nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la “Ciencia Cristiana.”, escribe sobre este particular en su libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 31): “Jesús no reconoció los vínculos de la carne. Dijo: 'A nadie llaméis padre vuestro sobre la tierra; porque uno solo es vuestro Padre ,el cual está en los cielos.' Otra vez preguntó: '¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?'— significando así que lo son aquellos que hacen la voluntad de su Padre. No hay constancia que indique que él llamara a hombre alguno por el nombre de padre. Reconocía el Espíritu, Dios, como el único creador, y por tanto como el Padre de todos” También David reconoció en cierto grado su verdadera filiación espiritual al declarar (Salmo 100:3): “Reconoced que Jehová él es Dios: él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo somos, y ovejas de su prado.”

Es probable que a veces propendamos a rehusarnos a renunciar a la creencia en el nacimiento o la paternidad humanos. Pero ¿no beneficiamos a nuestros hijos y a nosotros mismos cuando vemos y sabemos que en nuestra individualidad verdadera somos hijos de Dios, ideas de la Mente, la gloriosa expresión del Amor? Nacer del Espíritu significa, ante todo, reconocer que sólo Dios es a la vez nuestro Padre y nuestra Madre, la divina causa creativa, y que el hombre existe hoy mismo, no en un cuerpo material, sino como la expresión espiritual de Dios, el Alma, la Vida, el Amor.

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