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La continuidad de la vida

Del número de julio de 1951 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Cristo Jesús dijo (Juan 6:63): “El espíritu es el que da vida,” habló en tiempo presente dando a entender que la función creativa o vivificante del Espíritu, Dios, es una actuación continua. Pablo recalcó la misma verdad al escribir del “hombre interior.” que “va renovándose de día en día” en día” (II Cor. 4:16). Los que logran entender el significado de estas enseñanzas bíblicas mediante la Christian Science, encuentran alivio completo cuando el torvo contacto de la muerte rompe los vínculos entre humanos que se aman. Ellos saben que el hombre es espiritual, que repone incesantemente la energía de su vida en la fuente del ser que fluye de continuo, y no se apesadumbran porque ven que la muerte es fingimento o pesadilla en el sueño de la mortalidad. Ellos piensan de la vida en tiempo presente, del ser del hombre en términos de presencia eterna. Ellos ejercitan la facultad espiritual mediante la cual se percibe el hombre a la luz la Ciencia tal y como Dios lo creó: perfecto e inmortal o inmune a la muerte.

Dice Mary Baker Eddy en Pulpit and Press (pág. 5): “Cuando una tras otra las luces de la amistad pasan de la tierra al cielo, encendemos en su lugar el fulgor de alguna realidad imperecedera.” Nuestro concepto del hombre se eleva de la tierra hacia el cielo cuando rechazamos la creencia de que la tenue ilusión de la carne es el hombre, encontrando en su lugar y como tal la substancia duradera del bien. No la materia, sino los elementos invisibles de la pureza, ternura, comprensión y amor desinteresado constituyen el hombre que Dios desarrolla, y la comprensión de estos hechos va guiando a la humanidad hacia su redención final de la mortalidad.

La Christian Science revela el hombre como idea de la Mente divina, la idea de Dios, y como co-existente con la Mente cuyo saber infunde en sus ideas una existencia consciente y perpetua. Dios siempre se expresa a Si mismo y el hombre, Su expresión, siempre está cabal, consistiendo su ser en un continuo desenvolvimiento de las energías vivas de la sabiduría y el amor de Dios. Nunca están ausentes la Mente ni sus ideas, y quien se vuelve de los sentidos materiales a la Mente para hallar la identidad del ser, toca la substancia de la “realidad imperecedera” y alivia su dolor de la separación.

El hecho de estar indisolublemente unidos Dios y Su expresión es lo que nos asegura que la muerte no priva a nadie del abrazo amoroso que lo une a la Deidad. Si bien cada quien debe demostrar por sí mismo su perfección espiritual en la Ciencia, la ley del bien que es Amor hace inevitable esa demostración. Nunca debe desconfiarse de la presencia del Amor ni dudarse sus lecciones inestimables. Cuánto mejor y más progresivo pasar las horas probando las realidades imperecederas del ser científico, aquí y hoy mismo, que dar lugar a que la pesadumbre y el inútil anhelo de la presencia personal anublen nuestros pensamientos.

Todos los Cristianos sostienen que la vida continúa después de la muerte y citan la resurrección del Maestro como prueba de ello. Pero la Christian Science declara la preexistencia espiritual del hombre. Sostiene que nunca comenzó su expresión coexistente, como la emanación que es de la Mente — y la Mente no sabe ni de comienzo ni de fin. Es la continuidad del saber de la Mente lo que causa en el hombre la continuidad de su ser. Es la acción incesante de lo amoroso del Amor lo que hace inalterable la perfección de su naturaleza.

El gozo de la vida del hombre, su servicialidad, su integridad y bondad no los interrumpe la ilusión de la muerte puesto que no está el hombre en el concepto material de la existencia en el que la muerte parece ocurrir. El reflejo de Dios es inseparable de su Principio creativo, su propia emanación y su manifestación indesprendible. Cuando se comprenden estos hechos, la muerte pierde su poder para alarmar o destruir. Dice Mrs. Eddy en The People's Idea of God (págs. 1, 2): “Hasta los dolores de la muerte desaparecen cuando reaparece la comprensión de que somos seres espirituales aquí mismo y nos percatamos de nuestras facultades para el bien, lo cual asegura la continuidad del hombre y es la verdadera gloria de la inmortalidad.”

En la crucifixión y la resurrección, Cristo Jesús no dejó la carne y luego volvió a ella. Antes bien probó que la vida nunca radica en la materia que el conocimiento del hombre como espiritual e impecable le da dominio sobre todas las condiciones carnales. El Maestro concibió o conceptuó la inmortalidad como la activa expresión del Amor, y llevó a cabo su propia inmortalidad mediante su obediencia a la ley del Amor referente a la perfección. Abandonó el falso concepto de que la vida depende de la carne, y así se esfumó su personalidad corporal en la ascensión. De él aprendemos la gran lección de que sólo el bien o lo bueno es indestructible y que la muerte desaparece en proporción al bien espiritual que reflejemos.

Dice Mrs. Eddy (Unity of Good, págs. 60, 61): “Elevarse de la falsa a la verdadera evidencia de la Vida es la resurrección que se compenetra de la Verdad eterna. El ir y venir pertenece a la consciencia mortal. Dios es 'el mismo ayer y hoy y para siempre’.” Y porque Dios es el mismo, el hombre es el mismo. Nuestra tarea como Científicos Cristianos estriba en aprender a conocer al hombre, no como quien va y viene, sino como la idea siempre presente de la Mente siempre presente. Cuando aprendamos esta lección, cesaremos de medir la vida por el número de años que pasamos en esta esfera mortal o por el grado de satisfacción personal que experimentemos durante esos años, y la conceptuaremos como la realidad que se desenvuelve, el bien que se individualiza, la contribución que hagamos al progreso de la humanidad en su redención del sueño de la vida en la materia.

La pre-existencia de uno es el ser que contemplamos hoy al rasgar le velo de la niebla mental del materialismo para sanar a los enfermos y a los pecadores. Y el hombre que así contemplamos ahora es el que siempre ha existido, la semejanza continua de su creador. Ciñéndonos a esta consciencia de la realidad consagrada y persistentemente, estamos destinados a ver desaparecer la ilusión de los mortales que vienen y van. La constancia y fidelidad a esta realidad, de día en día, es lo que acelera la revelación de la existencia inalterable. Mantenernos con ternura a la expectativa del bien o lo bueno para los demás es lo que nos libra a nosotros mismos de la aspereza de la pesadumbre. El reconocimiento de la presencia invisible del bien en nuestro derredor es lo que nos anima a perseverar en la demostración de las realidades imperecederas de la Vida.

Con el transcurso del tiempo, se entenderá tan claramente que el reino de lo real — el reino de Dios — es el único hecho que encierra la existencia, que el velo de las impresiones sensorias que lo ocultan se habrá desvanecido por completo de nuestros pensamientos. Isaías predijo este día de resurrección universal y dijo refiriéndose a Dios (25:7,8): “Destruirá en este monte la cobertura de las caras, la que cubre todos los pueblos, y el velo que está tendido sobre todas las naciones. Tragado ha a la muerte para siempre; ... porque Jehová así lo ha dicho.”

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