Conocí la Christian Science hace más de doce años, pero me aparté de ella, pues en aquel entonces, al igual que en la parábola del sembrador, la semilla cayó entre las espinas que la ahogaron. Mas al pasar unos tres años, cuando el mal pretendió acosarme y un gran dolor moral me tenía envuelta en las tinieblas de la desesperación, sentí nuevamente el deseo de acercarme a la Christian Science y estudiarla, penetrando en ese camino como quien busca socorro en algo que está fuera del apoyo humano. Pude con el tiempo confirmar las palabras de Jesús: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia; porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6). Busqué afanosa la verdad tratando de comprender a Dios y de acercarme a El, y Dios en Su infinita misericordia sació mi sed.
Al poco tiempo de haber empezado a estudiar las enseñanzas de la Christian Science tuve una demostración muy grande del poder del Amor divino, lo que sirvió para afirmarme más en lo que se funda esta Ciencia. Mi madre sufrió un ataque cerebral con congestión pulmonar. Como los otros miembros de la familia no aceptaban la Christian Science, llamaron inmediatamente a un médico que diagnosticó que el caso era muy grave. Yo me comuniqué en seguida con una practicista que con amor y paciencia trabajó y me guió en la forma de pensar.
Mi madre estuvo dormida varios días, aparentemente inconsciente y sin habla. Pero aconsejada por la practicista, en momentos en que me quedaba sola con mi madre le hablaba suavemente al oído y la hacía repetir estas palabras: “Dios es mi vida.” Fueron las primeras palabras que empezó a balbucear, y aunque otra cosa no hablaba, repetía conmigo “la declaración científica del ser” (Ciencia y Salud por Mrs. Eddy, pág. 468) y el Padre Nuestro. Estas declaraciones la hicieron despertar del sueño en que se encontraba sumida, y a pesar de que los médicos la habían desahuciado, me apoyé en Dios y en la Christian Science. Seguí sosteniendo la verdad del ser, sabiendo que sólo Dios, la Verdad, podía salvar a mi madre,— y así fué.
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