Meditando una mañana de Navidad hace varios años en el significado de la Navidad, me atrajo la atención este pasaje de un artículo titulado “El Nuevo Nacimiento” en Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 18) por Mary Baker Eddy: "Reconocerte has únicamente como el hijo espiritual de Dios, y el hombre verdadero y la mujer verdadera, el 'varón y hembra' todo-armonía de origen espiritual, el reflejo de Dios,— como hijos de un Creador común,— en el cual y por el cual el Padre, la Madre y el hijo son el Principio divino y la idea divina, o sea el divino ‘Nosotros’— uno en el bien, y el bien en Uno.” Yo vi ésto como la definición verdadera de la familia santa, un hecho divino y omnipresente. Vi que toda idea de Dios pertenece a esa familia santa, y que nadie puede estar solitario, porque dondequiera que esté el hijo, allí está el Padre-Madre, y dondequiera que esté el Padre-Madre, allí está el hijo. Más tarde tuve oportunidad de probar este hecho espiritual sanando una desavenencia en cierta familia. Las palabras de, uno de los himnos del Himnario de la Christian Science (No. 117) resplandecían con nueva inspiración:
Santo, Santo, Santo, ... todo es Tu grandeza,
perfecto en poder [como Padre], en Amor [como
Madre] y pureza [como hijo].
Es bueno recordar que las cualidades que las humanas creencias han dividido en padre, madre e hijo como entidades por separado, en la Ciencia constituyen una sola consciencia o cognición. Así cada mujer necesita percibir que posee hombría o sea las cualidades masculinas de la inteligencia y la sabiduría, y cada hombre las femeninas cualidades de la ternura y el amor. Pero así como aun una familia humana a veces no se considera completa sin hijo, podríamos decir que nuestro estado de consciencia no estaría cabal sin las virtudes de la inocencia, jovialidad y sencillez que caracterizan al niño. Si amamos a los niños, entonces reclamemos la presencia de la inocencia o candor, la jovialidad o ufanía, la pureza, confianza, docilidad y ciertamente que lograremos expresarlas en nuestra experiencia de uno u otro modo que nos satisfaga.
Podemos considerar nuestra hija la inocencia que abrigamos y expresamos, y no hay que limitarla a nuestro concepto de los niños según la carne. El hijo que tuvo nuestra Guía es la Causa de la Christian Science a la que consagró todo su cariño y por la que todo lo sacrificó. Así define ella a los niños en su libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (págs. 582, 583): “Los pensamientos espirituales y representantes de la Vida, la Verdad y el Amor. Creencias sensuales y mortales; falsificaciones de la creación, cuyos originales superiores son los pensamientos de Dios, no en embrión, sino en madurez; suposiciones materiales de vida, substancia e inteligencia, opuestas a la Ciencia del ser.”
Nos importa estudiar esta definición de los niños si tomamos parte en el servicio de la Escuela Dominical o si tenemos nuestros propios niños con quienes tratar. La identidad espiritual del niño no está inmadura sino eternamente madura como reflejo coexistente y coeterno de Dios. Esta es la verdad absoluta a la que hay que ceñirnos cuando tratamos a los niños o pensamos en ellos. En realidad no poseemos a nuestros hijos más de lo que poseemos la tabla de multiplicar. Cuando en ellos pensemos, debemos verlos como pertenecientes a Dios, el Principio divino de nuestro ser y del de ellos. Cuando Elías resucitó al hijo de la viuda le dijo previamente (Ia de los Reyes 17:19): “Dame tu hijo;” y fué después de haberlo llevado a la cámara alta de su consciencia o modo de pensar, en la que vió al niño a una con Dios, cuando lo devolvió al seno de la viuda ya resucitado.
A cierta maestra de una Escuela Dominical de la Christian Science le asignaron una clase de niños muy insubordinados. Tal parecía que nadie había podido manejarlos. Esta maestra no lograba más éxito que sus antecesoras, por lo cual se puso a orar con vehemencia respecto a la situación. Tras de mucho trabajo metafísico se sintió impelida a consultar este pasaje de nuestra Guía en Unity of Good (La Unidad del Bien, pág. 23): “Los hijos divinos nacen de la ley y del orden, y la Verdad sólo a esos conoce.” Esto esclareció su modo de pensar de tal manera que desde entonces no tuvo ninguna otra dificultad con su clase. Si consideramos a los niños como "creencias sensuales y mortales,” inmaduras, entonces ellos responden a tan falso modo de ver; pero si los consideramos como ideas espirituales, linaje del Espíritu, los libramos de las falsas creencias que se atribuyen al concepto material de la niñez.
Puede uno pensar en la naturaleza candorosa de Dios como Su completa inocencia de toda creencia en el mal. Nunca puede conocer el error, porque eso implicaría conocer Su propia ausencia. La Christian Science revela que el mal nunca está presente, porque es un estado mental hipotético, supositivo. Jesús presentó a un niño pequeño como el símbolo de la inocencia, la absoluta inadvertencia del mal, única manera de entrar en el cielo. Los que creen en la importancia del intelecto humano, el prestigio mundano, el conocimiento del mal, tienen que volverse como los pequeñuelos, arrepintiéndose y desprendiéndose de toda creencia en un “yo” aparte de Dios, el YO SOY infinito. Cuando alguno de nosotros dice: “Yo soy hijo de Dios,” ¿no puede decir igualmente: “Yo expreso la inocencia de Dios, la consciencia de que Dios es todo lo que existe?”
Es tan erróneo creer en la juventud como creer en la senectud. Son sólo distintas etapas de la misma creencia en una existencia aparte de la infinita. Una es la creencia en la juventud que implica un comienzo y la otra en un fin. No debemos clasificarnos ni como jóvenes ni como viejos, sino como la manifestación del eterno YO SOY, el Ser que era y es y será, el Todopoderoso.
La familia humana no es más que un símbolo — muy precioso para muchos de nosotros — de la única familia divina; pero por ser limitada, no es divina. Una madre se ve a menudo tentada a limitar sus afectos a su propia prole, cuando su perspectiva a ese respecto debería ser más amplia, basándose en que el Amor lo constituye todo, y su deseo debe ser que todos los niños disfruten del mismo cuidado que dispensa a sus hijos.
Al ayudar a los que necesiten un hogar, hay que tener presente que hogar es cielo, una idea omnipresente que expresa la unión del hombre con Dios, Mente divina, fuente de toda idea. Si nosotros necesitamos un hogar, debemos verlo en la Ciencia como una idea compuesta que incluye las ideas de protección, intimidad, belleza, compañía. Si pasamos mucho de nuestro tiempo en una oficina, hay que hermosearla cuanto podamos. Siempre vale la pena llevar la belleza a dondequiera que vayamos. Hace varios años escuché una alocución que me impresionó mucho dirigida a una clase de señoritas que se graduaban en cierta escuela. El punto principal de la alocución, según lo entendí, era el consejo de que siempre dejaran ellas cualquier lugar que ocuparan mejor de lo que lo hayan encontrado, trátese de casa, oficina y hasta cuarto de hotel.
Como practicistas, algunos de nosotros puede que hayamos tenido que tratar la creencia en algún desbarajuste que separe los miembros de un hogar. Pero en el reino de la realidad, el reino del Alma, el hogar es indivisible, ininterrumpido, todo armonía. No puede haber separación de ideas porque todo el ser es un complemento indivisible y se refleja necesariamente como una unidad. No hay disensiones en el ser real. Estas realidades, admitidas y sostenidas, sanan toda sensación de separación en los que forman un hogar, dando por resultado indefectible mejores condiciones humanas; pero hay que tener presente que la comprensión del hecho espiritual es la esencia de la demostración, la consciencia de que el hombre es uno o está a una con Dios.
La demostración es siempre espiritual, y Dios siempre nos da una señal que resulte práctica, aunque puede ser que no concuerde con lo que nos habíamos forjado; pero podemos esperar confiadamente que sea “una señal externa de una interna gracia espiritual,” según dice el Catecismo de la Iglesia Anglicana.
Puede decirse que la santa familia la constituyen Dios y Su familia de ideas divinas, ideas que nunca han sido concebidas en la materia, y por lo mismo nunca mueren o salen de la materia. Esta familia existe en la Mente que es Dios, y es tan inseparable de la Mente como dependiente de ella.
La Mente divina concibe divinamente, infinitamente, inmaculadamente, y todas las ideas de la Mente reflejan esa concepción infinitamente pura en todos los detalles del ser. La soledad o el aislamiento son no sólo imposibles en un universo en el que el bien es omnipresente, sino también inconcebibles, por lo cual no pueden experimentarse en realidad. La única experiencia verdadera posible es un perenne desenvolvimiento de nuestra espiritualidad como la expresión individual del divino Ser que es el único.
