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La sinfonía del Alma

Del número de julio de 1956 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La cuestión que más nos concierne es: ¿Qué es realidad? Y encierra otras dos preguntas: ¿Qué es la existencia? y ¿De dónde viene mi propia identidad? La respuesta no está en el conocimiento empírico, basado como está en el testimonio de los sentidos físicos, sino que se halla en la Ciencia del Cristianismo que el Maestro Cristo Jesús vivió y enseñó. Dios se revela en esta Ciencia. No es atisbando como frágiles mortales los vastos reinos de la verdad espiritual tan infinitamente más allá de nuestro nuestro alcance a percibir como podremos entender la existencia, sino sólo desde el punto de vista de la Mente como el Yo que, comprendiendo su propia grandeza, irradia la sinfonía universal del Alma.

Preguntaba Jesús (Marcos 8:18): “¿Teniendo ojos, no veis?” Como si hubiera dicho “¿No veis que toda la creación señala a la Mente?” El universo no es externo a la Mente; es la revelación de la Mente, su expresión pura de sí misma. Así es que Pablo a los Romans (1:20): “Porque sus atributos invisibles, es decir, su eterno poder y divinidad, desde la creación del mundo son claramente manifestados, siendo percibidos por medio de sus obras.”

No hay dos cosas, la mente, sino una sola: la Mente. Lo que llaman es más que errónea declaración de lo que es en realidad la Mente. El entendimiento humano llama ciertas cosas materia tales como las sillas, las mesas, las flores, los árboles, las estrellas; pero a la inteligencia que concibió la idea y diseñó las sillas, las mesas, el jardín, la llama mente. En cuanto al poder que creó los árboles, las flores, las estrellas, nada sabe.

Este concepto binario del universo, parte mente, parte materia, encierra error — dilación, limitación y destructibilidad. Es una falacia del raciocinio humano. Según esta teoría, la idea de lo que se necesita puede ser instantánea, pero hacer que se manifieste esa idea se vuelve un procedimiento tedioso e incierto.

La Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”. demuestra que la substancia, su forma y su tangibilidad son Mente, que los objetos o ideas de la Mente existen subjetivamente en la Mente y que la Mente es Espíritu, perceptible en ideas espirituales, indestructibles y omnipresentes. Esta era la verdad que habilitaba a Jesús para llevar a cabo instantáneamente sus obras de curación de enfermos, alimentación de las muchedumbres, abastecimiento del dinero con que pagar tributo y apaciguamiento de la tempestad. Esta era la verdad que ceñía a Moisés de fuerza, porque se sostenía “como viendo al Invisible” (Hebreos 11:27). Esta es la verdad que trae a nuestra experiencia lo que se requiere y que lo hace con la certeza de ley espiritual que armoniza y allana toda situación discordante o anormal.

Mary Eddy, la amada Descubridora y fundadora de la Christian Science y perpetua Leader de su Causa, capta nuestra atención al declarar en la página 505 libro de texto de esta Ciencia, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras:” “La Mente divina, no la materia, crea todas las identidades, y éstas son formas de la Mente, las ideas del Espíritu, aparentes sólo como Mente, nunca como materia sin mente, ni como los llamados sentidos materiales.”

El universo de la Mente manifiesta la hermosura del Alma. El Alma, o sea la consciencia divina, es la esencia del sentido espiritual, en el que no hay error de los sentidos porque no se da cuenta del error. Por eso el Alma constituye la armonía, indestructibilidad, inmortalidad y frescura sempiterna del ser, que es inmune al tiempo. Del Alma se derivan forma, figura y color, la cantidad, calidad, variedad y belleza de la idea que concibe la Mente. Nuestra Guía nos invita en sus Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 321) a que contemplemos con ella el universo del Alma, y nos dice (pág. 136): “Lo eterno e infinito que ya he traído a vuestra fervorosa consideración se agrandan ante mi vista de tal manera que no puedo sentirme justificada si me ni por una hora de su contemplación y de la fe ingenua.” Esa contemplación calla los sentidos corporales, personales y materiales con la grandeza y bienandanza del sentido espiritual.

Nunca puede explicarse el universo desde un punto de vista material, ni pueden las explicaciones que tratan de darnos las ciencias físicas servirnos de nada para resolver el problema de la existencia. Sólo el Principio fundamental del universo, que es Dios, puede interpretar el universo. En esta interpretación espiritual en la que el Alma es la substancia, los engaños y las deformaciones de los sentidos materiales ceden su puesto a la armonía del ser. Además, en esta interpretación espiritual el ser es subjetivo; es la Mente dándose cuenta de sí misma, en la que el estar consciente no tiene límites y la realidad no tiene fin. Hasta los infatigables investigadores técnicos de las ciencias físicas conciben ya un universo de tan fantásticas proporciones que desafía a la habilidad humana a que lo entienda; pero la Christian Science va más alla, porque revela la infinitud y la naturaleza del infinito.

A medida que mediante esta revelación descartamos y abandonamos la falacia de que somos mortales finitos que atisbamos a tientas la inmensidad del infinito, a medida que dejamos de creer que hemos de lograr comprender la realidad mediante un sentido finito de lo infinito la Mente inconmensurable se revela a nuestro pensamiento que empieza así a despertar, y ¿quién puede decir qué no ha de percibir y demostrar del universo del Alma semejante modo de ver espiritualmente? En la vasta sinfonía del ser, el Alma entona perennemente la de las esferas en la grandeza, en el orden, en la armonía.

Grandes cosas logra la percepción espiritual. Por lo cual no hay que dejar que nada nos quite nuestro deseo, el tiempo y la oportunidad de darnos a la contemplación espiritual, quieta meditación y el profundo estudio edificante de la Biblia y de los escritos de Mrs. Eddy. Son estos escritos un caudal de sabiduría, una mina de riquezas que ponen en acción el poderío de la omnipotencia. Son un banquete espiritual que satisface como nada más puede, una fuerza espiritual que transforma nuestra vida. La Biblia simboliza esta verdad que revelan tales libros como un árbol cuyas hojas son “para la [salud] de las naciones” (Apocalipsis 22:2). Ni la percepción, ni la realización, ni la comprensión siempre creciente que resultan de tal estudio y contemplación espirituales provienen de la mente o el entendimiento humanos.

Cuando la Mente nos revele las honduras del ser el silencio del santuario del Alma, la vida de cada uno de nosotros ha de ser, para los humanos sentidos, un milagro de éxito, como lo fué la vida de nuestra Guía; el adelanto de nuestra Causa ha de remontarse con brío vivificante; y el mundo entero ha de sentir y responder al ímpetu celestial, pues el poder es espiritual. Es el Amor que se proclama el YO SOY y que dice (Isaías 44:6): “Fuera de mí no hay Dios.”

No es vago ni visionario el reino de la realidad espiritual, el universo del Alma, sino tangible y actualmente presente. El punto de vista científico, que identifica al Yo como la Mente y no como una entidad finita, trae los pensamientos y las cosas nuestra experiencia y nos hace verlos como realmente son o en su verdadero significado. Dice a este respecto Mrs. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 264): “A medida que los mortales alcancen conceptos más correctos de Dios y del hombre, innumerables objetos de la creación, que antes eran invisibles, se harán visibles.”

Al demostrar la Christian Science importa comprender que todo ser o estar consciente es la Mente reconociéndose a sí misma en su manifestación infinita. La idea o reflejo de la Mente o sea el Yo, no es un yo aparte o entidad de por sí con poder suyo propio para saber o conocer. La Mente es todo-sapiente o la que todo lo sabe y conoce, y lo que conoce ella lo abarca en su propia infinitud y constituye su idea o manifestación inteligente. Mente o Alma es causa; idea es efecto. Hay distinción pero no división entre la Mente y su idea, pues de otro modo una y la otra serían finitas, tendrían principio y fin. El infinito darse cuenta de sí misma que es la Mente constituye todo el ser, consciente de sí mismo, se refleja en la espontaneidad de la creación.

Siendo el Yo único una individualidad infinita, la individualidad nunca puede ser menos que perfecta, porque el Alma es esencia misma de la perfección. La individualidad nunca puede definirse ni explicarse desde el punto de vista humano. Nunca se pierde la individualidad, porque lo que declara “Yo soy, yo existo, yo vivo” es el inagotable YO SOY que anuncia con regocijo su propia autoexistencia en perpetua manifestación.

Por lo cual nada separa al hombre del infinito ni hay línea divisoria ni punto de división entre el Principio y su idea, entre el Amor y su expresión. Toda existencia es evidencia del Infinito proclamando su propia infinitud. Esta es la base desde la que la Christian Science nos habilita para refutar todo argumento mesmérico, toda sugestión mental agresiva de limitación o de carencia, de finitud o de temor, de destructibilidad o de muerte. Todo el cuadro mortal no es sino la mentira de los sentidos corporales en nada de lo cual está el Yo nunca. ¿Puede el Amor infinito que es el Yo sempiterno de la individualidad infinita — el Yo de nuestro ser — declarar alguna vez: “Estoy cansado, estoy enfermo, pierdo mi aliento, agonizo o muero?” Eso pueden decir los sentidos corporales que infringen todos los mandamientos de Dios, pero lo dicen hablando de sí mismos, pues la infinitud consciente de toda identidad refleja el eterno YO SOY, que nunca pasa por la muerte ni se rinde ante la fragilidad de la materia. La demostración de esta verdad en la Christian Science aparece humanamente como la restauración de la armonía, pero el hecho es que la ilusión que son los sentidos materiales se desvanece ante la realidad consciente del Espíritu.

Toda cualidad o estado del ser es inagotable, porque el Ser — Dios y Su idea — es la infinitud misma. Así la Vida es inagotable, la salud es inagotable, lo bueno es inagotable, los recursos o provisión son inagotables. En la consciente infinitud del Amor no hay frágiles mortales que se enfermen, no hay seres sanos a medias. La identidad espiritual del hombre es el reflejo que el Alma emite de su propia armonía, satisfacción, paz, radiante perfección e inmortalidad. Ni las sensaciones físicas ni las limitaciones de la materia forman parte del hombre.

La Ciencia nos constriñe a reconocer la necesidad de que nos desprendamos de la impresión mortal de una entidad deleznable y finita, de un yo aparte de Dios. El abandono de esta falsa impresión no implica en modo alguno que quedaremos absorbidos en Dios o unos con otros. El abandono de esta falsa impresión de la existencia y la purificación a que da lugar marcan nuestro amanecer a nuestro verdadero ser de inteligencia, salud y armonía sin límites y la oportunidad actual de que expresemos estas cualidades.

Salgamos pues del sentido material de la existencia, separándonos así, como lo exigen las Sagradas Escrituras, a fin de que “lo eterno e infinito” se expanda ante nuestra vista y en nuestra sensibilidad, como se expandía para nuestra Guía. Entonces reclamaremos nuestra individualidad e identidad verdadera en Alma y no en los sentidos, y probaremos en creciente grado que el Yo — la Vida, substancia e inteligencia de nuestro ser — es imperecedero, ilimitado y eterno.

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