Una de las advertencias más graves proferidas contra los errores del sentido personal y lástima de uno mismo se halla en el capítulo 19 del primer libro de los Reyes en el que leemos tocante a Elías que, después de destruir en el Monte Carmelo a los falsos profetas de Baal, recibió un mensaje maligno de Jezebel amenazando quitarle la vida.
Elías, profeta inspirado que mediante su comprensión de Dios había destruido una idolatría esparcida por todo Israel y acabado con una sequía, se acobardó tembloroso y casi capituló ante la inminente venganza de una reina malvada. “Levantóse y fuése por salvar su vida,” se nos dice, “Y él se fué por el desierto un día de camino, y vino y sentóse debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Baste ya, ... quita mi alma," añadiendo: “que no soy yo mejor que mis padres.”
Cuán vívidamente descriptiva del desaliento del profeta es ese cuadro gráfico. La jornada de un día, el desierto, el árbol, la súplica del profeta a Dios de que le quitara la vida, y el apocamiento de sí mismo — cada uno de estos detalles es nota distintiva de una melancolía patéticamente dramática.
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