Algunos peces toman ávidamente la carnada que se les ofrece, sin pensar en las consecuencias; otros, aunque más cautelosos, acaban por ceder a añagaza, para desgracia suya; mientras que otras se rehusan a tragar el anzuelo. Podemos aprender de los peces.
Carnada seductiva y engañosa, se ofrece constantemente a los mortales en múltiples formas del mal tentándolos a que respondan consintiendo, temiendo u odiando. A menudo la carnada es una atractiva sugestión a pecar, otras veces se les sugiere que acepten la evidencia de alguna enfermedad como su propio estado o el de alguien más. A diario muchos se ven tentados a consentir en que la muerte es cierta y natural para ellos u otros.
En otras ocasiones, malas sugestiones en la forma de alguien a quien vemos, oímos o de quien se nos habla nos tientan a ser criticones, celosos, a resentir, acongojarnos o ser voluntariosos, deslenguados o a que nos hierva la sangre sin decir palabra. Si reaccionamos tomando cualquiera de esas sugestiones como parte integrante de nuestro estado de consciencia, somos como el pez que traga la carnada. Nos ha cogido el error con su anzuelo. Con frecuencia nos hacemos cruces respecto a por qué experimentamos las consecuencias aciagas, sean físicas o mentales, sin que lo sepamos. Con el tiempo nos damos cuenta de que el mal empezó con nuestro asentimiento a lo que el error nos sugería, conviniendo o disgustándonos, en vez de repudiarlo, que sería lo cuerdo, por ser la mentira del mal, anulándolo mediante el Cristo que revela la idea espiritual de Dios y del hombre.
Una señora que era estudiante de la Christian Science visitó a sus parientes que no lo eran en un estado lejano del propio país. Uno de ellos sufría de un bocio del que hablaban mucho él y los que lo iban a ver. La visitante oyó y vió lo que el pensar material decía que era una realidad. Y ella misma aceptó la carnada que le tendía el mal o sea la mente mortal. Poco después de haber regresado a su casa ese estado mental se le exteriorizó en otro bocio del que sanó con la Christian Science cuando le ayudaron a que entendiera que el cuadro le había sugerido el mal nunca lo había visto ni aceptado su consciencia real que Dios le otorgaba y que está siempre al tanto únicamente de las obras de Dios. Como nunca podía estar incluida en su consciencia verdadera que era una de esas obras, no podía formar parte de su identidad real, inseparable de ese estar consciente.
Lo que había reaccionado con temor al anzuelo del mal no era ella realmente. El apartamiento de lo que el error pretendía que era ella (una mortal reaccionando temerosa) de lo que Dios en Su Palabra decía que era ella — Su expresión sabedora de la realidad, fué lo que curó el caso. Ella aprendió lo que todos tenemos que aprender: a vigilar nuestra reacción a cualquiera y a todas las formas del mal, corrigiéndolas. Corresponderle al error es derrotar nuestro progreso en la Verdad.
La Christian Science clarifica el hecho de que el hombre creado por Dios, fuera del cual no hay ninguna otra entidad real, nunca reacciona a las sugestiones o añagazas del mal sino que siempre vive y obra como testigo individual de Mente que conoce únicamente lo que es bueno. En esta Mente y su manifestación siempre hay acción constante y edificativa, nunca reacción alguna ni en lo mínimo Esta acción es la actividad propia y espontánea de la Mente indivisible, individualizada en el hombre, en su expresión activada por Dios. Para la Mente que todo lo actúa no existe la supuesta mente mortal o sus malas sugestiones que tienten o seduzcan al hijo de Dios.
El mal no trata de interesar o atraer a Dios o a Sus hijos, sino a lo que de mortal queda aún sin destruir en forma de creencia en la mentira de que hay una mente o un hombre aparte o independientemente de Dios. Al exponer lo nulo que son las diversas formas de acción negativas, dice Mary Baker Eddy en la página 428 de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” que no hay muerte, inacción, acción morbosa, acción excesiva ni reacción. ¿Por qué? Porque la Mente divina que es Dios es el solo YO SOY infinito, y Su acción debe ser y es la única acción. Dios es el único actor y el hombre lo individualiza a El y a Su acción, que es la única.
Cuando Jesús se lo indicó, Pedro anduvo sobre las olas al dar los primeros pasos. Y luego empezó a hundirse por haber reaccionado con temor ante lo que veía físicamente, el mar encrespado. Si hubiera rechazado la sugestión agresiva del mal que le ofrecía la vista material, confiando sólo en Dios, como lo hacía Jesús, habría probado el dominio que Dios da al probado el dominio que Dios da hombre sobre la gravitación hacia la tierra. Más tarde Pedro reaccionó a la injusticia que se cometía contra Jesús cortándole la oreja al siervo del sumo sacerdote. Pero Jesús corrigió el mal causado por la reacción de Pedro contra el mal restituyéndole al siervo el oído que se le había arrancado. Toda reacción contra el mal debe rehusarse y corregirse con la acción de Dios. No hay ninguna otra en realidad. Pero Pedro aprendió. Su imponente curación del cojo de nacimiento prueba que aprendió a no reaccionar contra el mal, sino obrar de modo que quede destruido. Y así nos toca hacerlo.
El anzuelo cebado del mal es cosa vulgar. Aparece en la prensa, en las vistas cinematográficas, y lo repite constantemente la radio. Ni es eso todo. Más comunmente aún se ofrece a los mortales en cuadros mentales y malos pensamientos sugiriendo pecar, en tentaciones a enfermarse y a morir, en mentales u orales sugestiones a criticar a los demás. Ni una sola riña ocurriría jamás si no aceptara nadie la carnada del mal. El diablo hace negocios a enorme escala con su anzuelo. ¡Tiene un monopolio! Las sugestiones de epidemias, contagios, males heredados y de la vejez son todas del cesto de añagazas del diablo.
Mrs. Eddy obraba a impulso de la Mente deífica cuando escribió Ciencia y Salud, como lo ha probado ampliamente su fruto. La misma Mente dirigió lo que ella escribió en el Manual de La Iglesia Madre, incluso la regla “Alerta al Deber” (Artículo VIII, Sección 6), sumamente vital para el progreso de todo estudiante de la Christian Science. Dice: “Es obligación a diario de cada miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva y de no incurrir en el olvido o descuido de su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad.” El deber que uno tiene para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad es amar de todo corazón a Dios, a su hermano como a sí mismo y demostrar fielmente la Ciencia del Cristo en su vida diaria. La sugestión mental agresiva es el único medio que tiene el mal — su anzuelo con carnada — para apartarnos del cumplimiento de este deber.
Si alguien viviera en un lugar en que abundaran los ladrones y su casa tuviera una sola puerta que, bien cerrada con llave y con cerrojo de seguro que impediría que entraran, ¿se prestaría a olvidar o descuidar protegerse así a él mismo y su casa? Ciertamente que sería diligente en aprovecharse de la defensa a su disposición. Con esa prescripción del Manual Mrs. Eddy nos ha mostrado la puerta que cada cual debe aprender a cerrar para impedir se adentren las chusmas de malas sugestiones que pululan en el pensar humano. Ella nos ha mostrado la puerta. Nosotros debemos cerrarla.
Esto lo hacemos afirmando y comprendiendo que no hay sino una Mente, el bien infinito que causa y acondiciona nuestra consciencia real. Sus ideas son las nuestras, y no hay ningunas otras. La mentirosa mente mortal no tiene acceso a esta consciencia verdadera, ni puede asustarnos con forma alguna de malas sugestiones, ni ejerce influencia sobre nosotros, ni puede condenarnos. En toda su totalidad esta mente está fuera de la infinitud de Dios, y no tiene medio o conducto alguno por el cual allegarse a la consciencia que Dios nos otorga. Ninguna mala sugestión puede entrar, alojarse ni desarrollarse en ella, puesto que nuestra consciencia verdadera es la expresión continua de Dios, Su lugar santo en el que moran por siempre las legiones de Sus ángeles. Nada puede penetrar allí que contamine, aflija o mienta. Si las malas sugestiones llegan a nuestra puerta mental, la Biblia nos asegura que “cuando viniere el adversario, cual avenida de aguas, el Espíritu de Jehová alzará bandera contra él” (Isaías 59:19). Esa es la bandera de Dios y el hombre a Su semejanza, en cuya consciencia ni un pensamiento malo ha hallado cabida ni podrá hallar jamás.
Es función de la Mente divina mantener inviolable la paz, serenidad y claridad de la consciencia con que ha dotado al hombre. Los mortales responden al error reaccionando y así se sentencian ellos mismos al castigo. El hombre nunca reacciona al error en ninguna forma, porque no tiene parte, puesto ni poder en la consciencia del hijo de Dios. Los Científicos Cristianos oran y se esfuerzan a efecto de dar testimonio más consecuentemente de esta verdad tan sencilla.
Jesús nos marcó el camino. Cuando lo llevaron ante Pilatos, “los jefes de los sacerdotes le acusaban de muchas cosas. ... Jesús empero aun no respondió nada” (Marcos 15:3, 5). Entonces Pilatos le llamó la atención a las muchas cosas de que daban testimonio contra él. “Jesús empero aun no respondió nada, de manera que Pilatos se maravillaba.” ¿Por qué se maravillaba Pilatos? Porque ante él se hallaba un hombre que no reaccionaba a las falsas acusaciones, condenación ni al odio. Jesús había dominado la tentación de reaccionar al mal, fuera pecado, enfermedad, la muerte o vilipendio, como los hombres esperaban que reaccionara.
Aunque no reaccionó contra la injusticia al hallarse frente a Pilatos, sí actuó Jesús reconociendo edificativamente que (Juan 5:32): “Otro es el que da testimonio de mí; y yo sé que el testimonio que él da de mí es verdadero.” ¿No veía el Maestro la gran verdad espiritual de que dondequiera que Dios se manifiesta, o sea en todo estar consciente, El da testimonio de la naturaleza verdadera de Su hijo? Eso bastaba.
En la proporción en que el Cristo, la idea verdadera de Dios y el hombre, impregna nuestra consciencia, nos percatamos de que diario, a toda hora, eternamente, “el hombre y su Hacedor estan correlacionados en la Ciencia divina, y la consciencia verdadera sólo percibe las cosas de Dios” (Ciencia y Salud, pág. 276). Por tanto, nosotros podemos decir con nuestro Ejemplificador del camino, a medida que progresamos (Juan 14:30): “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí,” nada en mi consciencia que reaccione a ninguna de las mentiras del único mentiroso, que es el mal, porque la unión viva entre el hijo y el Padre y Sus obras es la verdad comprensible y demostrable de mi existencia, ahora y por siempre.
