Algunos peces toman ávidamente la carnada que se les ofrece, sin pensar en las consecuencias; otros, aunque más cautelosos, acaban por ceder a añagaza, para desgracia suya; mientras que otras se rehusan a tragar el anzuelo. Podemos aprender de los peces.
Carnada seductiva y engañosa, se ofrece constantemente a los mortales en múltiples formas del mal tentándolos a que respondan consintiendo, temiendo u odiando. A menudo la carnada es una atractiva sugestión a pecar, otras veces se les sugiere que acepten la evidencia de alguna enfermedad como su propio estado o el de alguien más. A diario muchos se ven tentados a consentir en que la muerte es cierta y natural para ellos u otros.
En otras ocasiones, malas sugestiones en la forma de alguien a quien vemos, oímos o de quien se nos habla nos tientan a ser criticones, celosos, a resentir, acongojarnos o ser voluntariosos, deslenguados o a que nos hierva la sangre sin decir palabra. Si reaccionamos tomando cualquiera de esas sugestiones como parte integrante de nuestro estado de consciencia, somos como el pez que traga la carnada. Nos ha cogido el error con su anzuelo. Con frecuencia nos hacemos cruces respecto a por qué experimentamos las consecuencias aciagas, sean físicas o mentales, sin que lo sepamos. Con el tiempo nos damos cuenta de que el mal empezó con nuestro asentimiento a lo que el error nos sugería, conviniendo o disgustándonos, en vez de repudiarlo, que sería lo cuerdo, por ser la mentira del mal, anulándolo mediante el Cristo que revela la idea espiritual de Dios y del hombre.
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