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Lección de un grabado

Del número de julio de 1956 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A un artista bien conocido que andaba de visita por Europa le impresionó extraordinariamente cierta catedral por su belleza, y decidió hacer un grabado al agua fuerte de ella. Estos grabados se hacen trazando líneas o rasgos en una placa de metal adecuadamente curada, empleado para ello un buril punteagudo. El trabajo requiere esmerada observación de parte del artista y dominio de sí mismo al trazar cada rasgo en su atinada correlación con todos los demás.

Cuando el artista terminó su cuadro, la placa en que lo hizo recibió un tratamiento químico. Luego se sacaron impresiones de esa placa y se pusieron en venta al público, que ha admirado su belleza. El artista dedicó muchas horas de trabajo paciente y cuidadosamente a la producción de este grabado al agua fuerte.

Una noche un Científico Cristiano fué a visitar a unos amigos suyos llevando consigo algunas obras de arte que mostrarles, entre ellas el grabado antedicho de la catedral impresionantemente bella. Una joven que allí estaba también de visita contempló ese grabado con mucho interés. Había sido víctima de un accidente que la había dañado gravemente y estaba recibiendo tratamientos de la Christian Science. Pero parecía recobrar su salud lentamente y eso la desalentaba un poco.

Cuando examinó el grabado y oyó decir cómo lo preparó el artista, empleando en ello muchas horas, le impresionó intensamente ese detalle y el esmero, persistencia y demás excelentes cualidades mentales que el artista se había esforzado tan cuidadosamente por reflejar en su obra.

La joven llegó a la conclusión de que, si un artista podía dedicarse tan vehementemente a la producción de un grabado, ciertamente que ella podía dedicarse con el mismo ahínco a la obtención de un cuadro más claro de ella misma como hija sin mácula de Dios. A lo cual se dedicó inmediatamente orando y estudiando con devoción la literatura de la Christian Science, quedando pronto completamente curada.

Una dedicación de tiempo y pensamiento semejante a la que produjo el grabado y la curación antedichos habrán de contribuir al éxito quienquiera que por eso se esfuerce honradamente. Una de las cualidades fundamentales que esto requiere es paciencia. La paciencia es la habilidad para continuar trabajando, velando y orando bajo todas las circunstancias. Es una activa cualidad mental que nos capacita para seguir imperturbables y tranquilos que sea bueno o que sea malo lo que los sentidos digan. La paciencia nunca cede al desaliento sino que nos mantiene a la expectativa y esperanzados cuando la situación parece negarnos esperanza y el fracaso parece inevitable. La paciencia nos sirve para que persistamos en trabajar con nuestra mirada fija en la meta y para que demos cada paso humano con la seguridad de que llegaremos a nuestro destino sin contratiempo alguno.

Hablando de la paciencia, aconseja el apóstol Santiago (5:7—11): “He aquí, el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardándolo con paciencia, hasta que reciba la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia vosotros también. ... He aquí, llamamos bienaventurados a los que han soportado la aflicción.”

Otra de las cualidades que llevan al éxito en la curación, y en verdad en cualquier esfuerzo legítimo, es la pericia. Esta cualidad implica no sólo la habilidad para hacer bien las cosas sino también trabajo. Por ejemplo, mero conocimiento de cómo grabar o puro conocimiento de la letra de la Christian Science nunca logran éxito de por sí. Hay que estar dispuesto e interesado en aplicar la comprensión y habilidad de uno paciente y persistentemente a cualquier problema o tarea que se le asigne.

Jesús dió pruebas de ser el más experto metafísico que ha existido. El utilizó vehementemente su conocimiento de Dios no sólo en su propio provecho sino también para bendecir a toda la humanidad. El Amor divino impelía cada pensamiento y acto suyo y él dejó establecido para todos los tiempos el dechado perfecto para todo pensar y obrar cristiano-científico. El recomendó a los que le siguieran que trabajaran, velaran y oraran — que aprovecharan lo que ya supieran de la verdad respecto a Dios y el hombre, fuera poco o mucho.

Dice nuestra Guía, Mary Baker Eddy (Miscellaneous Writings, pág. 230): “El éxito en la vida depende del esfuerzo persistente, del aprovechamiento de los momentos más que de cualquier otra cosa.” Y añade: “Si alguien quiere tener éxito en lo futuro, que aproveche a más no poder lo presente.” El artesano y el obrero que han tenido éxito en cualquier ramo, lo han logrado ejercitándose en sus talentos hábilmente y con paciencia.

En todo esfuerzo edificante hay que desarrollar la cualidad del dominio sobre uno mismo. Eso requiere que dejemos que el Principio gobierne nuestra vida. El dominio verdadero de uno mismo no proviene del ejercicio de la fuerza de voluntad personal, sino que consiste en rendir la voluntad humana a la divina. El dominio de uno mismo resulta de ser receptivo a la voz de Dios y en obedecerla. Es el gozoso reconocimiento de la ley de la Mente divina y la buena disposición de nuestra parte para someternos a ella, dejando que nos guíe.

El dominio de uno mismo resulta de descubrir nuestra identidad verdadera como hijos de Dios; esta identidad revela al hombre perennemente dotado de poder, habilidad y talentos desconocidos e inasequibles para el humano pensar. Ese era el dominio de sí mismo que daba a Jesús dominio sobre toda circunstancia o situación en la tierra. Capacitó a nuestra Guía para que estableciera un sistema religioso perfecto y una iglesia que es verdaderamente representativa del reino de los cielos en la tierra.

En una carta a sus estudiantes escribió Mrs. Eddy (ibíd., pág. 206): “Amados estudiantes, habéis entrado en la senda. Avanzad pacientemente; Dios es bueno, y lo bueno es la recompensa de todos los que buscan a Dios diligentemente.”

Cuán agradecidos podemos estar a nuestra Guía, que en su lealtad a Cristo Jesús, el gran demostrador del poder de Dios, nos ha mostrado el método el método seguro para tener éxito en todos los ramos del esfuerzo edificativo.

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