El triunfo del poder espiritual sobre toda circunstancia adversa era explícito en todo lo que Jesús decía y hacía. Con ascendencia completa él refutaba los ataques que se lanzaban contra sus enseñanzas. Sus curaciones eran instantáneas, su autoridad indisputable. Aunque andaba en la tierra, él mantenía su estar consciente en el reino de los cielos. Dijo a sus seguidores (Lucas 12:32): "No temáis, manada pequeña, porque al Padre le place daros el reino." Con esas palabras de amor y comprensión compasiva, Cristo Jesús los animaba primero a que no tuvieran miedo y luego a que pusieran en práctica las verdades espirituales de Vida que a diario les daba a conocer, o les inculcaba, con pruebas de curaciones y con su propio ejemplo. !Con qué mezcla de incredulidad primero y luego de esperanza y vehemencia de hacer obras semejantes a las de su muy amado Maestro imitando su ejemplo, han de hacer acogido sus discípulos esa seguridad que les infundía!
Para los que seguían a Jesús, el poder espiritual les parecía al principio estar identificado con él. Estaban conscientes de ese poder de la Palabra cuando Jesús la profería, pero su cualidad intrínsica dada por Dios a todos para que la incorporen y la expresen como naturaleza o carácter espiritual, todavía no la reconocían. Que el poder que habían visto que él desplegaba se encontraba asequible también para ellos, ha de haberles parecido de veras admirable a sus seguidores. El objeto de la Vida que así les ilustraba diariamente su Maestro quedó así aclarado también para ellos. Tenían que aprender que el reino que al Padre le placía darles era suyo por derecho divino, dentro de los límites de su obtención individual espiritual. La naturaleza universal y de inmenso alcance de este reino se entiende por revelación, mediante la consagración al ideal divino. No tiene paralelo humano.
Lo que los Evangelios registran y relatan hay que seguirlo con aprecio inteligente y percepción espiritual. Si se analiza la historia de los tres años de ministerio de Jesús, se adquiere con ese análisis un grado de reconocimiento del desenvolvimiento incesante y progresivo de su comprensión espiritual de la Vida, y de su absoluto dominio sobre las condiciones discordantes que asedian a la raza humana. Cristo Jesús abrió de par en par el camino hacia la salud y hacia el reino de los cielos, no como una exhibición milagrosa y por un período de tiempo limitado, sino como la expresión natural de la naturaleza divina a la que todos tienen derecho. De su vida brotó el dechado completo de cómo demostrar la vida inmortal.
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