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En el año 1904 mientras visitaba la exposición...

Del número de abril de 1958 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En el año 1904 mientras visitaba la exposición mundial en la ciudad de St. Louis, en el estado de Missouri, asistí a una conferencia sobre la Christian Science. Era la primera vez que oía hablar acerca de esta religión. Tuve que permanecer de pié durante la entera duración de la conferencia en un teatro rebosante de público, y a pesar de que ahora no recuerdo ni una sola palabra pronunciada en aquella ocasión, mi pensamiento ciertamente se abrió a la Verdad.

Más tarde conocí a un estudioso de la Christian Science y le pedí ayuda pues me hallaba sufriendo de un fuerte resfriado. Mientras le estaba hablando el resfriado desapareció. Esto fué tan asombroso para mí que le pregunté si también me podría sanar de indigestión de lo cual sufría hacía ya varios años. Esta condición se había hecho tan grave que los médicos habían sido incapaces de ayudarme, a pesar de que había recurrido a varios, siendo muy poco lo que podía comer. Cuando le pedí a este Científico Cristiano que me ayudara, me dijo: “Regrese a su casa y esta noche a la hora de la cena coma todo lo que su esposa haya preparado para la familia, y yo oraré por usted según lo enseña la Christian Science.” Así lo hice y ese fué el fin de esta penosa condición. Desapareció esa misma noche sin retornar jamás a pesar de que han transcurrido desde entonces más de cincuenta años.

Mucho es lo que podría escribir acerca de la ayuda que he recibido en mis negocios y en todo lo demás mediante el estudio y la aplicación de la Christian Science. Recuerdo, sin embargo, muy en particular una ocasión en la que experimenté gran protección. Ocurrió durante la semana en que la Lección-Sermón del Cuaderno Trimestral de la Christian Science había sido una constante luz para mi pensamiento. Un día dejé mi auto estacionado haciendo frente a la calle en el camino que va al garage pues pensaba usarlo otra vez. Este camino tiene una inclinación hacia abajo de mas o menos treinta metros hasta la entrada del garage. Mi hijo se hallaba encaramado sobre una escalera en la puerta del garage y yo me hallaba a su lado sosteniéndola. Soplaba un fuerte viento que hizo que el coche comenzara a rodar hacia atrás por el camino hacia el garage. Cuando estaba ya casi encima de nosotros se desvió a un lado y poco después se detuvo. El automóvil se había deslizado barranca abajo tan rápidamente que apenas habíamos tenido tiempo de levantar la vista cuando pasó a nuestro lado. Mi hijo, que no es Científico Cristiano, exclamó: “¡Fantástico!” Eso fué todo lo que se dijo, mas yo en silencio agradecí a Dios por nuestra incolumidad y por la Lección-Sermón de esa semana.

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