Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Sobreponiéndose a la fuerza de voluntad

Del número de abril de 1958 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mary Baker Eddy hace una profunda e importante contribución hacia la manera de vencer al mal por medio de su definición de “voluntad” en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 597). Parte de esta definición dice así: “La fuerza motriz del error; la creencia mortal; la fuerza animal. El poder y la sabiduría de Dios.” Creer que la voluntad es meramente un desagradable rasgo humano que causa que su poseedor imponga sus opiniones sobre los demás y trata de controlarlos, es limitar la habilidad propia de enfrentarse con el error.

La voluntad como “la fuerza motriz del error” es un error mucho más sutil y de raíces más profundas que la agresividad personal. La fuerza de voluntad mortal inspira cada átomo de acción en la supuesta mente mortal. Es el factor activo principal en la consciencia falsa. El poder creador falso es el que produce el concepto mortal del hombre como también sus pecados, sus enfermedades y su muerte. La fuerza de la voluntad mortal es el opuesto del “poder y la sabiduría de Dios” y en consecuencia es irreal. El probar que sólo hay una voluntad — la de Dios — es el objetivo en la práctica de la Christian Science.

El autor de un famoso discurso, al hablar del mal genio como un vicio que aun a veces muestran hasta los más virtuosos, describe al mal genio como “una burbuja ocasional que escapa a la superficie y que descubre algo de la podredumbre interior.” La podredumbre interior es, sin duda, la mente carnal no destruida. Y así las variadas formas de agresividad personal, que uno podría llamar fuerza de voluntad humana, son burbujas mentales, falsos impulsos del pensamiento, que delatan la más inicua y fundamental fuerza de voluntad mortal que se halla debajo de toda la supuesta existencia material.

En su obra Miscellaneous Writings (Escritos Diversos) Mrs. Eddy trata acerca de una declaración de Pablo que dice que él hallaba satisfacción en flaquezas y persecuciones. Ella dice (pág. 201): “La Ciencia de la declaración de Pablo resuelve el elemento erróneamente llamado materia a su pecado original, o sea la voluntad humana; esa voluntad que trata de oponerse a que las cualidades del Espíritu estén sujetas al Espíritu.” La fuerza de voluntad mortal produce la sólida convicción que la materia y el mal existen. La materia no es otra cosa que un tenaz cuadro mental de los sentidos materiales.

Cada mortal encarna la convicción falsa, puesto que todo mortal está profundamente convencido de la existencia de la materia. Toda enfermedad, pecado, limitación o carencia, aun la muerte, son sólidas convicciones, y la convicción sólida apoya la ilusión. Abandonar a “la fuerza motriz del error” por “el poder de la sabiduría de Dios” destruye las falsas convicciones y produce la curación. Una consciencia humana gobernada por Dios aparece entonces como un paso fuera del sentido mortal de la existencia.

Mantener la fuerza de voluntad personal bajo control requiere autodisciplina. Requiere el vivir con una fe tan completa en el poder y la sabiduría de Dios y con tal seguridad, que cada individuo está bajo el gobierno del Padre, que uno puede dejar la vida y los pensamientos de los demás en paz. Una autodisciplina tal requiere el abandonar las opiniones perversas concernientes a otros, sólidas convicciones del error que no contienen en sí ni un solo elemento de verdad. Para sobreponerse a la fuerza de voluntad humana se requiere el abandonar los apetitos sensuales de toda índole, como también el desechar toda creencia en el mal y la enfermedad. Los porfiados son aquellos que tratan de posesionarse del reino de los cielos por la fuerza en vez de dar humildemente pruebas del gobierno supremo de la Deidad.

Si los impulsos de la fuerza de voluntad personal parecen difíciles de gobernarse uno debería dirigir sus esfuerzos más directamente hacia la realización de la nada de la fuerza de la voluntad mortal, el motivo básico del ánimo carnal.

Quizás no haya estudio más fructífero que aquel que trata acerca de las declaraciones de Jesús respecto a la voluntad de Dios. Claramente se percibe que la misión del Maestro fué la de probar que la voluntad del Padre es el poder que gobierna al universo. El dijo (Juan 6:38): “Porque descendí del cielo no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad de aquel que me envió.” El profundo deseo que animaba a Jesús de cumplir con su misión se evidenció en su angustiosa oración en Getsemaní (Lucas 22:42): “Pero no sea hecha mi voluntad, sino la tuya.” Al interpretar esta gran oración Mrs. Eddy dice en Ciencia y Salud (pág. 33): “Cuando el elemento humano luchaba en él con el divino, nuestro gran Maestro dijo: ‘No sea hecha mi voluntad, sino la Tuya’— a saber: No sea la carne, sino el Espíritu, lo que esté representado en mí. Este es el nuevo entendimiento del Amor espiritual. Lo da todo por Cristo, o la Verdad.”

Aquí percibimos el secreto del poder de Jesús. El hombre verdadero hallado en Cristo no posee voluntad propia, mas refleja la voluntad divina. Aquel que todo lo da por Cristo aparta su pensamiento acerca de sí mismo de “la fuerza motriz del error,” que reclama ser el autor de un sentido mortal de la vida. Sólo Dios puede expresar la fuerza motriz. Sólo la Mente divina puede manifestar la voluntad. Y el hombre es la expresión de la Mente.

Podemos descansar en la seguridad de que la voluntad de Dios se hace ahora y siempre. Nuestra tarea científica es la de demostrar la voluntad divina como la única fuerza motriz del hombre. Cuando así lo hacemos percibimos que nos hallamos en un estado de obediencia espontánea a la ley divina. Gozamos de salud, paz, impecabilidad y gozo, como prueba de la gran verdad que la única voluntad es el “poder y la sabiduría de Dios.”

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / abril de 1958

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.