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¿Trátase sólo de una hora?

Del número de abril de 1958 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La hora de la Escuela Dominical es una hora sagrada, llena de grandes posibilidades para los alumnos. En esta hora se les enseña a los niños verdades espirituales que al ser aceptadas y aplicadas enriquecerán y alegrarán la entera experiencia humana de estos niños. De vez en cuando nos encontramos con alguien que se lamenta por el hecho de que el niño pasa en la Escuela Dominical sólo una hora a la semana cuando es tanto lo que ha de enseñársele. A lo mejor a esta persona se le ha olvidado el hecho de que en esa hora al niño se le da una lección que deberá practicar cada día de la semana y a cada hora del día. En las lecciones existen posibilidades de interminable práctica, y en la proporción que son practicadas se revelan en su esencia y significado. Tal como un niño que toma lecciones de música de media o una hora a la semana con su profesor de música, debe practicar fielmente lo que se le ha enseñado si es que quiere llegar a ser un buen músico, así también el alumno de la Escuela Dominical debe practicar diariamente y a cada hora su lección semanal si desea recibir las ricas bendiciones que esta le brinda.

Ciertamente puede decirse que uno de los propósitos más importantes de la instrucción es el de enseñarle a uno a aprender — cómo aprender y qué aprender. Así es como la instrucción espiritual se perpetua a sí misma. No se limita al corto tiempo de la lección, mas continúa a medida que la lección es practicada. Un abogado consultó a Jesús en cierta ocasión respecto a lo que se requería para heredar la vida eterna. Jesús le recordó las enseñanzas bíblicas con las cuales este abogado se hallaba muy familiarizado. Y cuando este repitió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27), el Maestro le señaló el camino con dos palabras: “Haz esto.” Este hombre sabía al dedillo la letra del mandamiento y le era fácil repetirla. Pero este era sólo un comienzo. Ahora debía ser un hacedor del mandamiento. No podría llegar al entero cumplimiento en un día, pero paso a paso lo lograría mientras fuese aprendiendo mediante la práctica constante.

El alumno que dice a su maestro de la Escuela Dominical: “Hoy no tengo ninguna demostración que relatar puesto que todo ha ido bien,” debe aprender algo más acerca de la aplicación de la Christian Science. Es bien cierto que la Christian Science es tanto un agente preventivo como uno curativo, pero el niño debe aprender que la Christian Science es mucho más que un sistema para la mera curación de los males físicos y mentales. Debe aprender que la práctica de la Christian Science significa deshacerse del hombre viejo y revestirse del nuevo. El alumno que es hacedor de la Palabra aprende a desechar constantemente las falsas reclamaciones del propio ser tales como la obstinación, el egoísmo, la deshonestidad, el odio, la avidez, la ambición falsa, el desalentamiento y la desilusión. Al hacerlo aprende a ser devoto al Principio. Aprende a amar más, a ser más bondadoso, más caritativo, más tolerante y más justo. Aprende a tener coraje y a ser constante. En resumen aprende más acerca del amor hacia Dios y el hombre, y así en esa proporción se posesiona de su herencia divina del vivir armonioso y progresivo.

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