“El dió su voz, la tierra se derritió,” leemos IT/ en el Salmo cuarenta y seis (verso 6). ¿Qué poder es este que disuelve el materialismo mediante su mera expresión? “Es el Espíritu, el creador y el mantenedor de todo aquello que es bueno, substancial y verdadero,” responde la Christian Science. Es la misma voz que en el principio dijo (Génesis 1:3): “Haya luz, y hubo luz.” Cuando el Espíritu declara su propia perfección perpétua, el mal y la materia necesariamente desaparecen para la consciencia humana.
La aserción del Espíritu es enteramente divina. Se oye cuando los sentidos mortales están callados. En la quietud de la comprensión espiritual uno comulga con Dios, el Espíritu. La voz de Dios es la única voz y el hombre y el universo son Su pronta, espontánea y eterna audiencia. El hombre, el reflejo espiritual de Dios, oye hablar a Dios, pues es uno con El. Por necesidad el hombre presta atención a las incesantes afirmaciones de Dios de bonanza espiritual, salud, perfección e integridad. Donde reina el bien, no existe el mal. El bien que es aceptado por la consciencia humana aniquila la creencia opuesta del mal, pues lo verdadero y lo errado, la luz y la obscuridad, no pueden morar juntos.
En “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” Mary Baker Eddy señala (pág. 15): “Los labios tienen que enmudecer y el materialismo callar, para que el hombre pueda tener audiencia con el Espíritu, el Principio divino, o sea, el Amor, que destruye todo error.” Las proclamaciones de Dios no son declaraciones abstractas o filosóficas. Son en vez poderosas realidades tangibles y substanciales. Son la verdad irresistible que se manifiesta sin esfuerzo. La manifestación divina y completa de Dios es el Cristo, la perfecta expresión de Su naturaleza eterna y espiritual. El Cristo, la voz de Dios, no está nunca callada. Sin esta voz no habría existencia, ni ser, puesto que Cristo manifiesta el poder de la Vida, la luz de la Verdad y el Amor.
Dios da prueba de Su totalidad en Sus perfectas ideas inmortales. Su afectuosa declaración de perfección espiritual se manifiesta en la vida diaria en el grado que a El se le reconoce como presente, se le comprende y obedece.
En Ciencia y Salud, Mrs. Eddy habla alegóricamente del juicio de uno que había sido condenado por la mente mortal a morir de una afección al hígado. El acusado apeló a la corte más alta del Espíritu, donde la Christian Science aparecía como consejero en su defensa. El juicio, basado sobre los estatutos más elevados de las Escrituras, tuvo lugar, y se nos dice que “el Jurado de los Sentidos Espirituales en seguida convino en dictar un veredicto, y por toda la vasta sala de la audiencia del Espíritu resonó el grito de: ‘Inocente’ ” (pág. 442).
Este veredicto epitomiza el juicio eterno e infinito de Dios en nuestro favor aún a la faz de toda afirmación mortal de discordancia. Cuando la creencia falsa alega que el hombre está enfermo, allí mismo se halla el veredicto del Espíritu declarando la perfección de Dios y Sus ideas. Cuando el error mortal afirma que el hombre es un pecador, allí mismo está la aseveración divina reclamando que el pecado es una imposición falsa y revelando al hombre perfecto tal como Dios lo creó.
El reconocimiento que Dios, el Espíritu, declara sólo la perfección, es un punto básico en el tratamiento de la Christian Science. Es la ley de la eliminación para aquello que aparece real para el pensamiento engañado. El Espíritu proclama sólo el bien en su reino infinito. La aserción de Dios es la única.
La aserción divina del Espíritu es el único poder o presencia en el pensamiento humano. Cuando esta es escuchada, aquello que contiende con Dios se desvanece. La voz de Dios interpretada por la consciencia humana señala el camino hacia la salud, la felicidad y la seguridad. El Salmista dijo (Salmo 19: 1–4): “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento manifiesta la obra de sus manos. Un día a otro día transmite copiosamente el dicho, y una noche a otra noche divulga el conocimiento. No hay dicho, ni palabras, ni es oída su voz; empero por toda la tierra ha salido su melodía y hasta los cabos del mundo sus palabras.”
Dios se declara a Sí mismo como el único Ego, el Padre-Madre supremo, la única causa. Esta declaración del verdadero Ser incluye al hombre espiritual perfecto; exige, tal como Jesús lo urgió en su Sermón de la Montaña (Mateo 5:48): “Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto.”
El Espíritu declara que el hombre y el universo son espirituales. De ahí vemos que en realidad no existen ni la materia ni la existencia mortal. El Espíritu afirma que la salud es una cualidad indispensable del hombre inmortal. Por consiguiente la enfermedad es irreal. El Espíritu afirma que la armonía y la paz son las realidades del ser. De manera que en la consciencia verdadera no existen la discordia, el conflicto o la guerra.
Cada uno de nosotros posee la autoridad y la habilidad de prestar oído a la voz de la perfección, que resuena perpetuamente en la consciencia. A medida que las declaraciones del bien son reconocidas como verdaderas, la salvación, la seguridad y la curación son las ricas recompensas.
Mrs. Eddy señala en Ciencia y Salud (pág. 232): “En el santuario de la Verdad hay voces de solemne significación, pero no les hacemos caso. Sólo cuando los supuestos placeres y dolores de los sentidos desaparecen de nuestra vida, encontramos señales indudables del enterramiento del error y de la resurrección a la vida espiritual.” Ojalá que todos nosotros prestemos más atención a las “voces de solemne significación”— las afirmaciones de la perfección espiritual y eterna — y las comprendamos. Entonces cuando la materia aparezca como una realidad, cuando la enfermedad reclame existencia, cuando el pecado sugiera la supremacía en nuestras vidas, nosotros también podremos oír en “la vasta sala de la audiencia del Espíritu,” donde en realidad tenemos nuestro ser, el solemne y benévolo veredicto de Dios, el Amor divino: “Inocente.”