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Apoyándose en el Principio, no la persona

Del número de julio de 1958 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Porque de tal manera amó Dios al JL mundo, que dió a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en él, no perezca, mas tenga vida eterna,” así nos lo dice la epístola según San Juan (3:16). En el nuevo testamento hallamos otras referencias que instan a creer en el Salvador; de modo que nos corresponde saber lo que esto significa.

Cuando yo era niña, y antes de conocer la Christian Science, se me enseñó que el creer “en él” significaba aceptar sin reservas mentales la enseñanza que Jesús era el Hijo de Dios, quien había tomado sobre sí mismo tanto para la humanidad como para mí personalmente los pecados del mundo, y había sufrido y sido crucificado para que nosotros pudiésemos gozar de vida eterna.

Mary Baker Eddy dice en el libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 146): “El escolasticismo busca salvación adhiriéndose a la persona más bien que al Principio divino del hombre Jesús; y su Ciencia, el agente curativo de Dios, es silenciado.” Jesús se identificó constantemente no como un ser corpóreo, mas como el Cristo, el Hijo de Dios. Alabó a Pedro por la identificación que le atribuyó al oír la respuesta a la pregunta (Mateo 16:15): “Pero vosotros ¿quién decís que soy?” Pedro le respondió: ”¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo!”

En la página 331 de Ciencia y Salud, Mrs. Eddy, hablando de la naturaleza trina de Dios como la Vida, la Verdad y el Amor, declara: ”Representan una trinidad en unidad, tres en uno,— iguales en esencia, aunque multiformes en función: Dios, Padre-Madre; Cristo la idea espiritual de la filiación; la Ciencia divina o el Santo Consolador.” Cristo, es pues, “la idea espiritual de la filiación.”

Pacientemente, tanto con palabras como con hechos, Jesús nos mostró el poder, el gozo y el dominio que pertenecen a los hijos de Dios y nos enseñó a que reclamemos nuestro estado de filiación espiritual. Nos enseñó a orar (Mateo 6:9): “Padre nuestro que estás en los cielos.” El no guió nuestro pensamiento hacia su personalidad humana, mas nos invitó a que siguiéramos al Cristo como “el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6). Debemos reconocer que la única vida que posee el hombre es aquella que lo reclama como hijo de Dios; que la única verdad con la cual puede enfrentarse es la realidad divina, Dios el Todo-en-todo; y que el vivir a la luz de estos hechos es el camino de la salvación actual y el reconocimiento del reino del cielo a la mano.

A medida que reflexionamos acerca de las obras de Cristo Jesús, percibimos que la solución de los problemas que a él se le presentaron no se operó a través de persona alguna, sino de Dios, el Principio divino. Cuando fué menester alimentar a más de cinco mil personas, Jesús dió gracias a Dios por la provisión que tenía a mano, que daba cuenta de la presencia del bien, la bendijo y la compartió con el pensamiento lleno de expectación. Y la falsa creencia de la carestía se disipó a la luz de la compasión, la gratitud, la expectación y la comprensión de la provisión siempre presente del Amor.

La comprensión que poseía Jesús de que era el reconocimiento de la Verdad lo que sanaba mas antes que la personalidad, era tan clara que de aquellos que presenciaron sus obras sanadoras se dijo que frecuentemente glorificaban a Dios y no a Jesús. El Maestro vino a enseñar, ilustrar y demostrar la Ciencia del verdadero ser del hombre de modo que todos aquellos que comprendieran pudiesen llevar a cabo su propia salvación. Que la habilidad para sanar no había sido limitada a Jesús personalmente se percibe en el hecho que él envió a sus doce discípulos a que sanaran, y luego a otros setenta también, y finalmente prometió que todos aquellos que en él creyeren harían las obras que él llevó a cabo.

En un artículo titulado “Contagio Personal” Mrs. Eddy hace énfasis en la importancia de apelar al Principio y no la personalidad. Ella escribe en la página 117 de The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (La Primera Iglesia Científica de Cristo, y Miscelánea): “ ‘En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios’ (San Juan). Esta magna verdad de la impersonalidad e individualidad de Dios y del hombre a Su imagen y semejanza, individual mas no personal, es la base en que se funda la Christian Science. Nunca jamás se perdió para los siglos filosofía o religión alguna excepto al hundirse su Principio divino en la personalidad humana.” En la Christian Science la eficacia de la Verdad como el sanador, mas bien que la presencia de la personalidad, se ha demostrado inequivocadamente en las muchas demostraciones de cura que se han efectuado mediante la sola lectura del libro de texto y el tratamiento a distancia.

La personalidad no es jamás la fuente del bien. Es el Principio, reflejado en el pensamiento, las palabras y las acciones de los hombres, lo que bendice y salva. Cuando aprendemos a rechazar la personalidad y a volvernos sin reservas a Dios y Su Cristo en busca del bien, las bendiciones afluyen en nuestras vidas.

Esto se hizo evidente en la experiencia de una estudiosa de la Christian Science. Ella se había sentido inclinada en el pasado a buscar la felicidad y la seguridad emocional en las personas y a temer que la separación resultaría en la pérdida del gozo que hacía que la vida valiera la pena vivirla. No es de sorprenderse pues que ella tuviera finalmente que hacer frente y vencer la creencia de la separación, aquello que tanto temía. Cuando ocurrió esto ella acudió a una practicista de la Christian Science en busca de ayuda y consuelo, quien volvió su pensamiento del cuadro humano de una relación inarmoniosa a los hechos espirituales respecto a la naturaleza armoniosa e intacta de la verdadera relación bajo el gobierno de Dios.

La estudiosa trabajó fielmente a la luz de esta y otras verdades espirituales. Un día se operó un cambio en su modo de pensar. Se sentió tentada de desear la vuelta del ser amado y pensar cómo podría manipularse la situación para llegar a ese fin. Luego se volvió sin reservas y con plena confianza a Dios, el bien. Se deshizo del concepto personal como el origen de la felicidad y puso todo el asunto en manos de Dios, afirmando que, ya que Dios es Amor, Su plan para ella debía ser bueno, y como fuera que se desarrollase resultaría en una experiencia llena de gozo y satisfacción.

Esto fué exactamente lo que aconteció. Con confianza y seguridad en la bondad de Dios ella se apoyó en El, y el problema se resolvió armoniosamente. Lo que aparecía como pérdida probó ser ganancia. Su experiencia ha sido enriquecida por sobre toda expectativa mediante relaciones satisfacientes tanto aquellas casuales como profundas. Goza ella ahora de una sensación de libertad que no es hallada cuando uno la busca dependiendo de la personalidad.

En la parábola del hijo pródigo el padre asegura a su heredero mayor así (Lucas 15: 31): “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.” Con esa fe que caracteriza a los niños, aceptemos nuestra herencia de filiación espiritual, y hallaremos que el bien que buscamos, y aún más de lo que soñábamos, está a la mano.

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