Jesús clamó a gran voz, diciendo:
Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Marcos 15:34
Sus labios parecieron estremecerse con ese grito desesperado
que destrozó mi corazón, y como un peso aplastante
la negra angustia cruzó el pálido cielo.
¿Había el odio silenciado sus elevadas preces?
Creí que sí. No lo sabía — el dolor era entonces
tan agobiante. ¿Es que no había fuerza en el amor?
¿No quedaba ya ninguna ayuda?
El vacío enceguecía, pero al fin
la respuesta llegó. Entonces no la pude ver,
pero allí estaba. El amor jamás se fue,
sólo el sueño parecía morir.
Y cuando él volvió
supe que jamás hubo la más mínima grieta
entre el Padre y Su Hijo. Ese grito horrible
no fue de mi amigo, sino de la agonía, su última exigencia
que se desvanecía. Ahora veo la lección.
Lo verdadero trasciende lo falso. El grito no fue de él —
sino de la sombría duda del mundo;
el Cristo no puede perder su derecho a la visión perfecta.
Por sobre las mentiras su pensamiento sanador se oyó:
“Perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
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