En 1945, mientras cumplía mi servicio militar en el extranjero, comencé a sospechar que mi esposa (de aquel entonces), se había enamorado de otro hombre. Durante ese tiempo me apareció una verruga en la pierna izquierda, y poco después también me aparecieron verrugas similares en los dedos de ambas manos. Cuando regresé a casa, comprobé que mis temores no habían sido infundados. Mi esposa estaba terriblemente remordida por la conciencia y ofreció permanecer conmigo lealmente, tratando de reparar nuestro matrimonio. Me di cuenta de que no podía aceptar esto en el espíritu en que me fue ofrecido y, en cambio, adopté una actitud de intensa amargura y obstinación. Eventualmente nos divorciamos y mi esposa se volvió a casar y se fue a vivir a Kenya, llevando consigo a nuestro hijo de ocho años de edad.
Pasé por un período de pesadilla, empecé a beber como una cuba y a gastar dinero a manos llenas. Perdí mi empleo y me metí en intrincadas dificultades financieras; una persona a quien amaba, enfermó gravemente, y las verrugas de mis manos adquirieron un aspecto cada vez más repugnante y se pusieron más dolorosas.
Tuve que ver un médico por la enfermedad de mi gran amigo, y el médico me dijo: “Me siento mucho más preocupado por usted. Tiene usted que hacerse ver estas manos sin demora en el hospital para enfermedades cancerosas”. No hice nada al respecto, aunque él simplemente había confirmado lo que yo mismo había sospechado. Ya antes había sido muy letárgico y me había atemorizado para someterme a un diagnóstico médico. Creo que en ese momento, perdí todo temor de la enfermedad. De hecho, me sentía tan golpeado y miserable por mi desdichada situación que hasta casi veía con agrado el pensamiento de que pudiera tener una enfermedad fatal.
Mi amigo que había estado enfermo recobró la salud como resultado de un tratamiento de la Ciencia Cristiana, y fue por esta curación que fui guiado a visitar a una practicista de la Ciencia Cristiana, en parte por gratitud y en parte por curiosidad.
Encontré en la practicista un carácter muy sereno cuya influencia apacible fue tal, que pronto me escuché relatándole detallada y extensamente mis numerosas congojas y mis horribles dificultades financieras. La practicista dijo muy poco, pero cuando regresé a casa, me di cuenta de que mi peor dificultad financiera, la más amenazante y abrumadora había desaparecido sencillamente, en circunstancias tan asombrosas que me fue imposible aceptarlas totalmente hasta catorce años después cuando me dediqué de lleno al estudio de Ciencia Cristiana. Con dicha curación, emprendí mi intento inicial de estudiar Ciencia Cristiana, y no pude comprender nada de ella. Rápidamente volví a mis viejas andanzas, y aparecieron nuevas dificultades y ansiedades.
Mis manos habían empeorado. Un domingo por la noche, en enero de 1952, empeoraron tanto que no podía sostener una pluma de escribir o levantar nada. Era obvio que no podría ir a trabajar como vendedor de maquinaria de mantenimiento a la mañana siguiente. También estaba con gran dolor. Entonces, de repente, e inexplicablemente en ese momento, supe que todo estaba bien. Me fui a la cama y dormí. En las primeras horas de la mañana me desperté y me di cuenta de que estaba tocando, con el dedo medio de mi mano derecha, la verruga original de mi pierna. Se disolvió al tocarla, y al poner la luz, vi que no tenía ni trazas de las verrugas en las manos.
Me inundó una sensación de maravillosa felicidad y seguridad; y en mi consciencia oí una voz, tan claramente como si fuera hablada, que decía: “Yo estoy contigo, siempre”. En ese momento supe que la sensación de odio y resentimiento contra mi esposa anterior se había disuelto, como se disolvieron las verrugas.
Desde ese tiempo en adelante mejoraron mis circunstancias. En febrero — el mes siguiente — fui invitado a ayudar en la iniciación de un nuevo negocio que prosperó mucho. En 1956 contraje matrimonio nuevamente con mi segunda esposa, con la cual me había casado y divorciado desde la guerra. Pero jamás supe o reconocí realmente lo que me había ayudado. Eventualmente la historia se repitió; y, por el año 1959, el negocio estaba irremediablemente insolvente, yo estaba tomando dos botellas de bebidas alcohólicas por día. Esta vez recurrí a la Ciencia Cristiana como último recurso y empecé a estudiar realmente. Luchando contra abrumadoras desventajas el negocio sobrevivió, y todos los problemas se resolvieron gradualmente, pero sólo a medida que un defecto de carácter tras otro y un hábito malo tras otro me fueron descubiertos y vencidos por la Verdad.
En 1963 encontré a la practicista que había visitado por primera vez para preguntar sobre la Ciencia Cristiana. Ella se acordó de mí y me dijo cómo había visto ella por medio de la oración en su propio pensamiento la irrealidad de las verrugas que tenía yo en las manos, en la única ocasión previa en que nos habíamos encontrado en 1949. La curación se efectuó dos y medio años más tarde, pero cuando se produjo, fue instantánea.
Debí haber sometido este testimonio hace años, de no haber sido por una circunstancia. Jamás había comprendido, realmente, el significado de la voz en mi consciencia que dijo en el momento de mi curación: “Yo estoy contigo, siempre”. Instintivamente supe que era el Cristo; pero no lo comprendí específica y claramente. Entonces, un día, al escribir este testimonio para ayudar a alguna otra persona, comprendí la naturaleza de la voz que había oído. Era, por cierto, el Cristo, la idea divina de Dios, el bien, lo que me había sanado.
Estoy profundamente agradecido por la Ciencia Cristiana, por curaciones e iluminaciones sin número, por una vida familiar extremadamente feliz, por un negocio interesante y progresista, por el inmenso privilegio y alegría de la instrucción en clase, y por el lento pero constante crecimiento en sabiduría.
Londres, Inglaterra
