¿Es la vida simplemente materia organizada?
¿Es la iglesia meramente religión organizada?
¿Es posible, realmente, hacer de la inspiración una institución?
¿Pueden tener sentido las reglas fijas en un mundo convulsionado por cambios?
Preguntas como éstas, difícilmente pueden evitarse en las postrimerías del siglo veinte. Abrumada por mucha organización material, la sociedad se esfuerza con dificultad para ajustarse al futuro arremetedor, mientras los individuos luchan para rescatar de las presiones colectivas cierta medida de espontaneidad, retraimiento, y la libertad de ser lo que son. Incluso el estudiante de Ciencia Cristiana es probable que se pregunte ocasionalmente: “¿Podré irme yo solo a un rincón y ser un Científico Cristiano... o, posiblemente, ir con algunos pocos amigos de mi predilección?”
Todas estas preguntas fueron encaradas de una u otra manera por Mary Baker Eddy en los años siguientes a su descubrimiento de la Ciencia del cristianismo.
La censura a la organización material en sus escritos, muestran su profunda percepción de los peligros del institucionalismo. Esos mismos escritos previenen contra el peligro de substituir con medios humanos los fines espirituales y advierten la necesidad de la evolución dirigida por la Mente, en toda demostración de la Verdad individual o colectiva. La Sra. Eddy escribe claramente en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “A medida que las toscas huellas del pasado desaparezcan de los caminos desvanecientes del presente, entenderemos mejor la Ciencia que gobierna estos cambios y colocaremos nuestros pies en tierra más firme”.Ciencia y Salud, pág. 224;
¿Cómo, entonces, han de reconciliarse el cambio y disolución de todas las cosas terrenales con el gobierno de un Manual de la Iglesia inalterable? Mary Baker Eddy, Manual de La Iglesia Madre; Es útil aquí un poco de historia.
Desde el momento en que descubrió la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy estaba profundamente preocupada con la manera en que pudiera ayudar mejor a la humanidad a comprender y utilizar lo que ella estaba descubriendo mediante el discernimiento espiritual y experiencia práctica. El resultado fue la formación de la Iglesia de Cristo, Científico, en 1879. “Después de más de diez años de experiencia y éxito muy superior al suyo”, escribió a un discípulo la década siguiente, “comprendí que nada sino la organización salvaría esta causa para la humanidad y la protegería de los voraces desorganizadores”. Puesto que el discípulo a quien le estaba escribiendo había decidido impulsivamente repudiar toda organización eclesiástica, la Sra. Eddy agregó, con la profunda convicción que siempre deducía de la Biblia, lo siguiente: “El apóstol compara la iglesia con el cuerpo de Cristo. Yo comparo la sangre de Cristo con la vida de la Verdad. Entonces, si usted quisiera desbaratar Su iglesia, ¿no estaría usted acaso desbaratando Su cuerpo y derramando Su sangre?” Robert Peel, Mary Baker Eddy: The Years of Trial (New York: Holt, Rinehart and Winston, 1971), pág. 203;
Sin embargo, sólo dos años después, debido a un levantamiento repentino de faccionalismo entre sus discípulos, la Sra. Eddy misma, disolvió la forma orgánica en que la Iglesia de Cristo, Científico, había existido desde 1879. La organización material, indicó ella, era necesaria sólo en las fases iniciales del desarrollo de una iglesia. Ver Retrospección e Introspección 45:5; Miscellaneous Writings, pág. 359:2;
¿Significa esto que la Fundadora de la Ciencia Cristiana se había unido a los “voraces desorganizadores”? ¡Por lo contrario, esto significa que estaba por convertirse en una reorganizadora radical! Sus dudas acerca de la organización “material” de su iglesia, se centraban en el grado de materialidad de su formación primitiva basada en una carta constitucional del estado, con escasos medios para prevenir a los materialmente orientados de tomar el control de su gobierno. La dificultad no consistía en el hecho de que era una organización sino en la manera en que estaba organizada la iglesia.
A medida que continuó orando durante tres años más por la solución de este problema, la Sra. Eddy vio que los defectos de la institución humana que nosotros llamamos iglesia, no iban a ser sanados por la mera desorganización, más de lo que serían sanados los defectos de la organización corporal que llamamos cuerpo por medio del suicidio. Solamente la cristianización científica de pensamiento, motivo y método, podría guiar al punto de ascención en el cual toda organización humana, corporal o institucional, quedaría de lado por la substancia y estructura pura del Espíritu — como cuando Cristo Jesús pasó para siempre más allá de la visión carnal de sus discípulos. Hasta que se alcanzara ese punto de demostración, sería tan necesaria una institución humana, para expresar el sentido ascendente de Iglesia, como lo sería un cuerpo humano para expresar un sentido de identidad en desarrollo.
Sin embargo, la institución reconstituida que la Sra. Eddy formó en 1892, no podría ser descrita con exactitud como una organización “material” — mas de lo que podría una vida humana, traída bajo el gobierno de la Mente divina, ser explicada adecuadamente en términos físicos o corpóreos. Descansando sobre una base espiritual y modelada por el discernimiento espiritual, la nueva organización estaba libre para responder a la dirección de la Mente en un grado potencialmente ilimitado. La cuidadosa fraseología de la Reseña histórica en el Manual de la Iglesia aclara la relación exacta de la institución temporal con la verdad eterna de la Iglesia: “La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, Mass., está destinada a ser edificada sobre la Roca, el Cristo; o sea la comprensión y demostración de la Verdad, la Vida y el Amor divinos, sanando y salvando al mundo del pecado y de la muerte; reflejando así, en cierto grado, la Iglesia Universal y Triunfante”.Man., pág. 19;
Como una idea puramente espiritual, la Iglesia siempre ha existido; es la estructura misma de la realidad misma. Fue la percepción de la Sra. Eddy de esta verdad lo que la capacitó en 1892 y en los años siguientes para estructurar el gobierno de La Iglesia Madre para satisfacer las exigencias de la misión de ésta. Como está descrito en sus propias palabras, esa misión es la de sanar y salvar “al mundo”, no simplemente al individuo. El primer requisito, por lo tanto, fue que recibiera su autoridad no del mundo que iba a ser sanado — el mundo de apariencia, de flujo y choque y de mera opinión — sino de la eterna estructura del ser verdadero. ¿Es exagerado atribuirle tal autoridad al Manual de La Iglesia Madre, como la Sra. Eddy lo dejó finalmente para sus seguidores?
Este pequeño libro establece lo que podría llamarse la estructura esquemática o armazón constitucional de la Iglesia de Cristo, Científico. No es un cuerpo voluminoso de derecho canónico que inhibe la libre acción y cambios necesarios. Provee, en cambio, una base para la acción coordinada y cambios articulados. La libertad verdadera jamás es flácida o desparramada, sino vertebrada y con un propósito determinado; sería un error confundir una columna vertebral con una camisa de fuerza. De la misma manera que un cuerpo humano puede crecer, desarrollarse, cambiar de apariencia, y manifestar nuevas aptitudes mientras que su estructura básica permanece igual, así también ocurre con la expresión organizada de Iglesia, el cuerpo de Cristo.
La organización inicial había estado sujeta, por medio de procedimientos comunes electorales, al gobierno de la mayoría en todos los asuntos de importancia. Esto significaba que, en ocasiones, los miembros menos maduros espiritualmente estuvieran en una posición numérica superior para decidir respecto a asuntos vitales sobre la base de opinión humana más bien que de demostración espiritual. La Sra. Eddy conocía el valor educativo de este procedimiento democrático, por el cual la membresía de una iglesia podía aprender valiosas lecciones, por medio, tanto de sus equivocaciones como por sus logros, pero la Sra. Eddy también sabía que su Iglesia, en conjunto acabaría como toda otra institución humana si fuera guiada solamente por las aprensiones variantes y variables de los miembros individuales acerca del Principio.
Su solución del problema fue, por cualquier norma, única. La Iglesia Madre, bajo el gobierno del Manual, fue establecida sobre la base de ley impersonal más bien que dejada a la sucesión de guías personales. Los Estatutos del Manual, obteniendo su autoridad de la revelación y demostración que hicieron a la Sra. Eddy la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, han sido reconocidos posteriormente por el derecho civil, pero son independientes del derecho civil. La Junta Directiva de la Ciencia Cristiana está encargada de la responsabilidad de administrar los asuntos de La Iglesia Madre de acuerdo con los Estatutos del Manual, y esta autoridad continua ha sido también defendida por el derecho civil.
Como eslabón entre la idea divina de Iglesia y las necesidades prácticas de la organización de la iglesia, el Manual provee los delineamientos mínimos, pero esenciales, para el progreso continuo de la Ciencia Cristiana en su misión colectiva. Dentro de la estructura general del Manual, las filiales de La Iglesia Madre se gobiernan democráticamente. Son, en cierto sentido, sementeras de demostración individual y escuelas primarias de democracia espiritual, en las cuales los Científicos Cristianos pueden aprender las lecciones necesarias, aunque a veces duras, para trabajar juntos en el establecimiento del reino de Dios en la tierra. De estas “escuelas” proceden los trabajadores que guarnecen La Iglesia Madre. Para servir eficazmente en esta iglesia de legos — una iglesia sin clérigos o jerarquía profesional — el único requisito absoluto es la espiritualidad demostrada. El Manual señala el camino de esa espiritualización de motivo y de método que capacita a cada miembro individual, mediante sus oraciones desinteresadas, a ayudar a evidenciar en creciente medida, el gobierno de la Mente en la actividad de Iglesia.
La Iglesia de Cristo, Científico, ha sido descrita perceptiblemente como una “democracia de oración”. Ver Benjamin Sturgis Pray, “The Democracy of Prayer”, The Christian Science Journal, julio, 1951, pág. 351; ¿Y qué clase de gobierno podría ser más apropiado para una iglesia sanadora? “La oración eficaz del justo puede mucho”, Sant. 5:16; declara la Epístola de Santiago. Quienquiera que acepte la verdad de esas palabras en relación con el cuidado de cuerpos humanos, apenas puede tener menos fe en su aplicación al funcionamiento saludable de cuerpos eclesiásticos.
La Iglesia Madre, con delicada imparcialidad abraza a todos sus miembros a través del mundo. Dondequiera que un miembro exprese en su vida, genuina Ciencia Cristiana, La Iglesia Madre está activa y presente. Ningún miembro en cualquier parte puede poner en duda que lo que él piense no puede posiblemente afectar la norma o práctica de su Iglesia. Por cierto que no está moralmente libre o espiritualmente facultado para arrastrarla o empujarla en la dirección de sus opiniones obstinadas; el Manual está designado a prevenir esa mismísima posibilidad. Pero en la proporción en que sus oraciones por la Iglesia sean una expresión de su profundo deseo de dejar que la voluntad de Dios se manifieste en su gobierno, él está representado en ese gobierno. En la democracia de oración, aun uno del lado de Dios es mayoría.
Esto es cierto ya sea que ese “uno” sea la Fundadora misma de la Ciencia Cristiana, un miembro de La Junta Directiva de la Ciencia Cristiana, o un miembro de La Iglesia Madre que esté solo en los confines de Australia. Mas del mismo modo, cada uno de éstos está bajo la autoridad del Manual de la Iglesia, que le exige a cada uno, de acuerdo con su cargo, responsabilidad y habilidad para desempeñarlo. A nadie exigió el Manual una lealtad más cabal al Principio, de la que le exigió a la Sra. Eddy misma. A menudo ella quería evitar la necesidad de establecer un nuevo Estatuto que se opusiera a su preferencia personal, pero una vez que estaba convencida de que la Mente exigía este paso como parte del desarrollo ordenado del propósito y destino de su Iglesia, le daba ella su apoyo total. Ver The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany 229:20–4;
De manera similar, los dignatarios de La Iglesia Madre en el transcurso de los años, han tenido que renunciar en ocasiones, a planes anhelados cuando han visto que, en cierto aspecto, estos planes no estaban de acuerdo con el Manual — tal vez con alguna estipulación que requería de ellos actuar desde una base más elevada de demostración y para un propósito de mayor alcance. ¿Y qué miembro de la iglesia no ha descubierto tarde o temprano la necesidad de subordinar su propio sentido humano de hacer algo de la mejor manera, a la manera más divina revelada por medio de un requisito del Manual, cuyo verdadero significado no hubiera reconocido antes?
El hecho de que el Manual creció paso a paso de la experiencia de la Sra. Eddy, en respuesta concreta a las necesidades que se iban produciendo en el movimiento, ha sido mencionado algunas veces para opinar de que realmente es una cosa provisoria, destinada a caer progresivamente en desuso. Incluso Científicos Cristianos han sugerido ocasionalmente que la Sra. Eddy hubiera querido indudablemente hacer cambios adicionales en él si estuviera aquí ahora. Esta opinión pasa por alto varios puntos cruciales.
La Sra. Eddy no está aquí personalmente, pero como Guía del movimiento de la Ciencia Cristiana está todavía muy presente en sus escritos, incluyendo el Manual de la Iglesia, que continúan guiando e instruyendo a sus seguidores. Esto es más que una dirección personal; es en resumen la dirección del principio universal del Cristo que descubriera la Sra. Eddy y sobre el cual fundó su Iglesia. Su obra como Descubridora y Fundadora fue completada con la terminación de su vida terrenal, pero su obra como la Guía inspirada por Dios, continúa con el crecimiento espiritual de sus seguidores.
La manera en que los Estatutos muy conocidos del Manual surgen a una nueva luz e inesperadamente se ve su pertinencia, ilustra este último punto. Nada, por ejemplo, pudiera parecer menos pertinente al Científico Cristiano de nuestros días que el requisito que estipula que los miembros de la iglesia no deben importunar a la Sra. Eddy cuando salga de paseo en su coche o intentar por otros medios de sacar beneficio de la proximidad de su persona. Sin embargo, el Científico Cristiano que ávidamente colecciona breves anécdotas personales y declaraciones dudosas atribuidas a la Sra. Eddy, en un intento de obtener la clase de inspiración que sólo puede venir por el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana pura, puede descubrir repentinamente la pertinencia de este Estatuto. Entonces estará más preparado para seguir a la Guía que, poniendo la personalidad detrás y por delante el Principio, pensaba en términos de siglos, de continentes y planetas.
Por medio de la revelación divina en sus escritos, la Sra. Eddy continúa señalándoles a sus seguidores los cambios que necesitan hacer para enfrentar con éxito los constantes nuevos desafíos de la escena humana. Pero los cambios que ella exige no son cambios en sus escritos o en la maquinaria estructural estipulada por el Manual. Ellos son, más bien, cambios de pensamiento y motivo encaminados a una espiritualidad más pura y a un mejor trabajo de curación. El substituir con meras reordenaciones superficiales la íntima regeneración necesaria para sanar los males del mundo más eficazmente, sería traicionar el espíritu entero del propósito de la Sra. Eddy para su Iglesia.
Visto en esta perspectiva, el Manual llega a ser muchísimo más que un plan minucioso para el éxito basado en un cálculo mecánico o teórico de los pros y contras humanos. Tal plan minucioso tendría poco valor para capacitar a un individuo o a una institución a arrostrar resueltamente las incalculables mareas de cambios que nos acometen hoy en día. Pero el Manual propiamente comprendido, es a la vez un manual para el servicio cristiano y una carta constitucional para el gobierno eclesiástico. Como tal, tiene la flexibilidad del amor como también la firmeza de la ley.
La autoridad del Manual es inseparable de sus frutos. Se nos dice en la Biblia que las multitudes se maravillaban de Jesús porque hablaba “como quien tiene autoridad”. Mateo 7:29; A diferencia de los escribas y los doctores de la ley, cuyas interpretaciones elaboradas de la ley mosaica convertían ese código inspirado en un sistema de obstáculos, él hablaba directamente desde el punto de vista del Principio divino y, en consecuencia, su palabra tenía poder para sanar. Hablaba con autoridad porque, como lo reconoció el centurión que mandó por él en procura de curación, estaba “bajo autoridad”. Lucas 7:8; Jesús empleó la autoridad de la Mente, que es la fuente de todo poder verdadero. Por ello pudo decir con absoluta seguridad, “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Marcos 13:31;
Con igual autoridad la Sra. Eddy pudo escribir acerca de las Reglas y Estatutos del Manual: “No fueron ni opiniones arbitrarias ni exigencias dictatoriales como las que una persona pudiera imponer a otra. Fueron impulsadas por un poder impersonal, fueron escritos en distintas épocas, y según lo exigían las circunstancias. Surgieron de la necesidad, la lógica de los acontecimientos, — de la urgencia apremiante que de ellos había, como una ayuda necesaria para mantener la dignidad y la defensa de nuestra Causa; de ahí su base sencilla y científica, y los detalles tan necesarios para demostrar la Ciencia Cristiana genuina, que harán por la raza lo que las doctrinas absolutas destinadas a las generaciones futuras quizás no logren”.Mis., pág. 148.
Si creemos que los “detalles” de los que ella habla están en desuso o que son inaplicables a las necesidades y estilos de vida cambiantes de nuestros días, puede que estemos haciendo una de dos cosas. Puede ser que, por un lado, estemos confundiendo ciertas formalidades y tradiciones que se han desarrollado y establecido en el movimiento (por ejemplo, respecto a los ujieres, vestidos de las Lectoras, horario del culto, estilos de arquitectura, modos de hablar) con los sencillos requisitos del Manual, que son susceptibles de muchas diferentes formas de expresión externa. Puede ser que más básicamente, estemos perdiendo la maravillosa adaptabilidad de ley científica a nuevos problemas y circunstancias cambiantes (como están ilustradas en los extraordinarios discernimientos sobre problemas ecológicos, sociológicos y de conducta, provistos por las Lecciones-Sermones del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, que constituyen la esencia de nuestros cultos dominicales como también la parte central de nuestro estudio diario).
Sabemos que la letra mata pero que el espíritu vivifica. Esto no quiere decir que haya que destruir la letra, o ley. En cambio, el verdadero espíritu del Cristo la cumple — la cumple en amor, poder, alegría, espontaneidad, curación. Como una Iglesia entregada a la Ciencia del Cristo, preparémonos como atletas entrenados y disciplinados a correr la buena carrera que tenemos delante. Conocemos las reglas; sólo tenemos que vivirlas en acción.
