¿Es la vida simplemente materia organizada? ¿Es la iglesia meramente religión organizada? ¿Es posible, realmente, hacer de la inspiración una institución? ¿Pueden tener sentido las reglas fijas en un mundo convulsionado por cambios? Preguntas como éstas, difícilmente pueden evitarse en las postrimerías del siglo veinte. Abrumada por mucha organización material, la sociedad se esfuerza con dificultad para ajustarse al futuro arremetedor, mientras los individuos luchan para rescatar de las presiones colectivas cierta medida de espontaneidad, retraimiento, y la libertad de ser lo que son.
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