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LA CONTINUIDAD DE LA BIBLIA

[Una serie señalando el desarrollo progresivo del Cristo, la Verdad, a través de las Escrituras.]

El pacto del Señor con Abraham

Del número de abril de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Después de haber reconocido el significado de Melquisedec, rey de Salem, Abram tuvo la certeza de que las promesas que ya había recibido les serían confirmadas a él y a sus descendientes directos a pesar de las siguientes circunstancias: que todavía no tenía hijos y que su heredero, en aquella época, era su mayordomo Eliezer, oriundo de Damasco, la capital de Siria. Además se había dicho que Abram debía vencer el temor, porque Jehová sería su protección y su “galardón... sobremanera grande” (Génesis 15:1).

En esta ocasión el patriarca dio nueva prueba de la inconmovible fe en Dios que con tanta persistencia había mostrado durante toda su carrera, pues se dice explícitamente que “creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (versículo 6). ¿Cabe pensar acaso que esto significa que su fe interior y su esperanza habían sido aceptadas como el equivalente, no sólo del pensamiento justo, sino también de la acción correcta y constructiva de él derivada? Ésa, al menos, parece haber sido la conclusión que de este pasaje sacó el Apóstol Pablo, quien tanto insiste en la fe de Abraham y en la justicia que la acompaña, en su famosa enseñanza respecto de la justicia, o la justificación por la fe. (Ver Romanos 4:1–25; Gálatas 3:6–29.)

El capítulo 17 del Génesis da un nuevo indicio del significado de Abram, por cuanto su nombre es cambiado al de Abraham. En toda la historia de los hebreos, sus nombres, por lo general, se consideraban de profunda importancia, por ser indicativos de la naturaleza o el carácter real o deseado del individuo; por otra parte, la aceptación de un nuevo nombre uniformemente señalaba un paso importante en su experiencia, como se pone de manifiesto en muchos pasajes bíblicos. En este caso, el nombre Abram (que en general se interpreta como “padre glorioso”) es substituido por el nombre más familiar de Abraham, que, aunque su etimología original es incierta, parece haber sugerido al pensamiento del autor de antaño del texto, el significado de “padre de muchedumbre de gentes” (de ab, padre, y hamon, muchedumbre). (Ver Génesis 17:4, 5.)

Por causa de la exaltada promesa y desafío de que Abraham debía de andar delante de Dios y ser perfecto, Abraham se convertiría en parte de un pacto o convenio con la Deidad, que le daría la seguridad de que tendría heredero, a pesar de que en aquel tiempo tenía 99 años de edad; mientras que su esposa Sarai, que ahora llevaba el nuevo nombre de Sara (princesa o reina), sólo era nueve años menor que él.

El hijo de la promesa, Isaac (literalmente, uno que ríe), y sus descendientes, también debían participar en el “pacto eterno” concertado así con Abraham mismo. Al principio Sara se mostró inclinada a burlarse de la posibilidad de dar a luz un hijo en esas circunstancias, tal como ella las interpretaba; sin embargo, su risa fue rápidamente acallada por el profundo interrogante: “¿Hay para Dios alguna cosa difícil?” (Génesis 18:14), y dentro del año la promesa, por cierto, se cumplió.

La palabra hebrea berith (pacto) que figura más de 280 veces en lo que llamamos el Antiguo Testamento (que en sí puede significar “Antiguo Pacto”), tenía evidentemente un profundo significado para el pueblo judío; en su sentido básico parece significar una alianza de amistad entre Dios y el hombre. A este respecto es por cierto digno de mención el hecho de que Abraham llegó a ser conocido con el nombre de “amigo de Dios” (Santiago 2:23; compárese Isaías 41:8), indudablemente debido a su buena disposición a aceptar el pacto del Señor y su íntima relación con Él.

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