El hombre en el estanque de Betesda había estado treinta y ocho años esperando su curación. Interrogado por Jesús, respondió patéticamente: “Señor ... no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo”. Juan 5:7;
Jesús no dijo: “¡Qué lástima! Te voy a ayudar a meterte en el estanque”. Tampoco pidió a sus discípulos que lo ayudaran. En forma sencilla, pero con autoridad, le dijo al hombre que tomara su lecho y anduviera. Resultado: el hombre fue completa e instantáneamente sanado. Jesús había conmovido y activado la habilidad del inválido para que se ayudara a sí mismo.
El Maestro alentó a sus pacientes a desarrollar la confianza en sí mismos. Le dijo a un hombre ciego que fuera a un estanque determinado y se lavara allí; a un hombre con una mano seca, que la extendiera. Y aun cuando alimentó a las multitudes multiplicó con su gratitud los panes y los peces que la misma gente había traído, a pesar de que eran pocos. Muchas veces exigió una fe comprensiva de aquellos que precisaban ser sanados.
El tesoro más íntimo y precioso que un paciente posee es la habilidad de ayudarse a sí mismo. Parte de la misión del practicista de la Ciencia Cristiana es mantener este poder. Aunque esto nunca es un sustituto del conocimiento “devoto” del practicista, puede, sin embargo, contribuir a la curación; y él, trabaja para proteger la curación, alimentarla, respetarla, amarla y defenderla de la duda que asecha y del desaliento que debilita, de modo que pueda fortalecer y desarrollar esa capacidad del paciente hasta el punto de que sea un apoyo fundamental en la curación.
La Sra. Eddy se refiere a esta habilidad como “el poder espiritual del paciente para resucitarse”. En un lenguaje directo redactado enérgicamente, ella escribe: “Si la hipocresía, la insensibilidad, la inhumanidad o el vicio entraran en los aposentos de los enfermos por medio del supuesto sanador, convertirían, si esto fuera posible, en cueva de ladrones el templo del Espíritu Santo, — el poder espiritual del paciente para resucitarse”.Ciencia y Salud, pág. 365;
¿No debe entonces el practicista tratar cada caso con sinceridad, sensibilidad espiritual, compasión y la más profunda pureza si va a alentar “el poder espiritual del paciente para resucitarse”?
Este poder es algo que cada uno posee. Le viene de Dios. Es la comprensión espiritual de sí mismo tal como verdaderamente es — la imagen y semejanza del Único perfecto — completo, santo y enteramente bueno. Es la comprensión de su espiritualidad innata como hijo perfecto del Padre perfecto.
Cristo Jesús dijo: “El reino de Dios está entre vosotros”. Lucas 17:21; Cada individuo mantiene en su propia consciencia creada por Dios, el poder para conocer y ser lo que él realmente es. Cada uno tiene el poder para despojarse de la creencia material mezquina y falsa de sí mismo como un mortal enfermo, pecador, infeliz o empobrecido y escudarse en la majestad real de su identidad verdadera como un bienamado hijo de Dios.
Al principio este poder puede parecer sólo una débil chispa de esperanza en un paciente. Es el gozo del practicista aumentarla y convertirla en poderosa luz.
El sanador cristianamente científico nunca reprende a su paciente por una aparente carencia de este poder espiritual, nunca lo culpa de no ser sanado. Esto sería como pisotear con ira un fuego que estamos tratando de encender, porque las pequeñas llamas incipientes son débiles. Por el contrario, el sanador activará paciente y humildemente su propia fortaleza espiritual para defender la del paciente que está ayudando.
Puede ser útil declarar en silencio, y comprender científicamente, que las específicas cualidades espirituales que su paciente parece necesitar están eternamente expresadas por el hombre de la creación de Dios. Con su amor y claro conocimiento espiritual, fortalecerá y alentará toda tentativa de parte de su paciente para que descubra el potencial divino que posee. El practicista debe ser fiel en aferrarse al concepto verdadero del hombre y arrepentirse sinceramente de todo falso concepto del hombre que el sentido material pueda haberle inducido a mantener.
Una vez pensé que yo tenía una paciente desagradecida. Hasta me encontré reaccionando mentalmente en su contra cuando me llamó por teléfono. Entonces percibí lo que estaba sucediendo en mi pensamiento.
Decidí por ese día no tratar los síntomas del caso sino que estar agradecida porque Dios nunca creó a un hombre o mujer desagradecidos; porque toda la creación responde a Dios por Su bondad, y Él se regocija en Sus maravillosas ideas, a las que ve como buenas “en gran manera”.
En beneficio de mi paciente, me arrepentí sinceramente en mi propio corazón de toda ingratitud y defendí con positiva comprensión espiritual su habilidad otorgada por Dios de ser agradecida. Negué firmemente la creencia falsa de que yo pudiera tener una paciente mal agradecida; y me sentí muy feliz, llena de amor y en paz.
Al día siguiente me telefoneó. Dijo que el día anterior había comenzado a leer una biografía de la Sra. Eddy, y que su corazón se había sentido inundado de gratitud hacia ella por haber dado la Ciencia Cristiana al mundo. Dijo que nunca antes había sentido semejante gratitud. El trabajo que habíamos hecho juntas concluyó poco después exitosamente.
La Sra. Eddy escribe: “El Amor da a la menor idea espiritual poder, inmortalidad y bondad, que brillan a través de todo, como la flor a través del capullo”.Ciencia y Salud, pág. 518.
En el ambiente protector del jardín, el capullo de rosa, alentado por el sol y la lluvia, desarrolla el poder de expresar la belleza y fragancia que ya están contenidas en él.
En el recinto sagrado del tratamiento de la Ciencia Cristiana, el paciente, alentado a comprender el cuidado y eterna presencia del Amor divino, es fortalecido por los hechos invariables de la Verdad, declarados de acuerdo a su necesidad especial; siente que su “poder espiritual.. . para resucitarse” se anima y activa para desarrollar lo que ya está incluido en la comprensión espiritual y en el poder consciente.
La curación es más que una recuperación física, es la resurrección espiritual. La curación acelera en el entendimiento humano el desarrollo de la existencia verdadera del hombre, unida espiritual e indisolublemente con Dios — con la Vida y el Amor infinito y divino.