El hombre en el estanque de Betesda había estado treinta y ocho años esperando su curación. Interrogado por Jesús, respondió patéticamente: “Señor ... no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo”. Juan 5:7;
Jesús no dijo: “¡Qué lástima! Te voy a ayudar a meterte en el estanque”. Tampoco pidió a sus discípulos que lo ayudaran. En forma sencilla, pero con autoridad, le dijo al hombre que tomara su lecho y anduviera. Resultado: el hombre fue completa e instantáneamente sanado. Jesús había conmovido y activado la habilidad del inválido para que se ayudara a sí mismo.
El Maestro alentó a sus pacientes a desarrollar la confianza en sí mismos. Le dijo a un hombre ciego que fuera a un estanque determinado y se lavara allí; a un hombre con una mano seca, que la extendiera. Y aun cuando alimentó a las multitudes multiplicó con su gratitud los panes y los peces que la misma gente había traído, a pesar de que eran pocos. Muchas veces exigió una fe comprensiva de aquellos que precisaban ser sanados.
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