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Jesús y el Cristo

Del número de enero de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El “Cristo”, tal como lo define la Sra. Eddy en la Ciencia Cristiana, es “la divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado”.Ciencia y Salud, pág. 583; Trae a todos aquellos que son receptivos, el gozo de la comunión espiritual con Dios, el Padre, y la felicidad de la liberación espiritual de los elementos de la mortalidad — el temor, el pesar, el pecado, la enfermedad y la muerte.

Jesús demostró el Cristo como la idea espiritual del Amor divino. Mediante la curación y la enseñanza probó que el entendimiento espiritual de la filiación del hombre con Dios restablece la salud y la armonía, restituye el poder espiritual e introduce el reino de los cielos en la tierra. La vida de Jesús fue la expresión más clara del Cristo que el mundo jamás había conocido, y por esta razón fue honorado con el título de Cristo Jesús. El Cristo, “la divina manifestación de Dios”, es eterna. Ilumina la consciencia humana con la luz de la Verdad y aporta el concepto verdadero de Dios y Su creación.

Muchos de los grandes personajes de la Biblia percibieron en cierta medida al Cristo, la Verdad, y esto los capacitó para curar la enfermedad y vencer muchas formas de discordancia. Jesús prometió que después que él hubiere completado su gran misión, el Consolador vendría a recordarnos las cosas que él había enseñado, y que esta revelación del Cristo permanecería con nosotros para siempre. Esta profecía ha sido cumplida con la venida al mundo de la Ciencia Cristiana, trayendo consigo las obras sanadoras que Jesús dijo acompañarían la comprensión del Cristo.

A lo largo de su carrera terrenal Jesús valoró su relación con Dios, su Padre. Aún siendo un niño de doce años, cuando discutía en el templo ciertos puntos acerca de la fe y de la doctrina con los sabios de su época, él sabía que estaba en los negocios de su Padre celestial. Más tarde, cuando enseñaba a sus discípulos, con frecuencia, se refería a Dios como la fuente de su ser. “Así como el Padre me conoce, ... yo conozco al Padre”. Juan 10:15; Constantemente, Jesús se identificaba con el Cristo, el Hijo de Dios. Reconoció a Dios como su Padre y refutó la creencia de que el hombre tiene un origen material.

En el Glosario de Ciencia y Salud, la Sra. Eddy da esta definición de “Jesús”: “El más alto concepto humano y corporal de la idea divina, que reprende y destruye el error y saca a luz la inmortalidad del hombre”.Ciencia y Salud, pág. 589; Desde el punto de vista de la Ciencia, el concepto mortal del hombre no es una realidad sino una creencia — una creencia, es decir, un concepto falso acerca de la idea divina. Todo lo que verdaderamente existe bajo el gobierno omnisapiente de Dios es la idea divina, y no el concepto falso. Todo lo que la individualidad verdadera de Jesús expresó en todo momento, fue el Cristo. Lo único que usted y yo somos en realidad, en todo momento, es lo que Dios conoce acerca de nosotros. Ésta es la verdad referente a nosotros, nuestra individualidad espiritual, el hombre que el Cristo, la Verdad, presenta como el hombre verdadero, la imagen y semejanza de Dios.

Jamás debiéramos permitirnos pensar que somos mortales que debemos pasar por etapas materiales de desarrollo, sino que debiéramos reclamar nuestra inmortalidad — nuestra filiación con Dios — ahora. Aquello que parece ser mortal, finito, temporal, es un concepto humano equivocado, una creencia errónea, una pretensión falsa — una falsificación del hombre verdadero semejante a Dios.

La creencia en una existencia material, separada de Dios, con una mente propia, se describe en el tercer capítulo del Génesis cuando Eva escuchó la sugestión de la serpiente: “Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”. Gén. 3:5; Esa tal llamada mente que reclama tener un conocimiento del mal, de algo aparte de Dios, el bien, es una consciencia engañosa, una pretensión falsa, y es destruida mediante la comprensión espiritual del todo de Dios.

Dios es el bien infinito, y Él no conoce nada sino el bien. Dios no tiene conocimiento del mal. No podría crear nada ajeno a Su propia naturaleza, el Espíritu infinito. La creencia en el origen material del hombre que constituye el concepto mortal y corporal, es la creencia que Jesús negó y repudió, y que finalmente destruyó en la ascensión. Constante y continuamente expresó al Cristo, su identidad eterna, que siempre permanece en el seno del Padre.

La Sra. Eddy escribe en el capítulo titulado “La misión del Salvador” en La Unidad del Bien: “Cristo no puede venir al sentido mortal y material, el cual no ve a Dios. Este sentido falso de substancia tiene que ceder a Su eterna presencia, y así disolverse”. Y continúa en el siguiente párrafo: “Para el sentido material, Jesús apareció a primera vista como un pequeño niño humano indefenso; mas para la visión inmortal y espiritual, él era uno con el Padre, sí, la idea eterna de Dios, que era — y es — ni joven ni vieja, ni muerta ni resucitada”.La Unidad del Bien, págs. 60–61;

La Ciencia Cristiana nos capacita para que diferenciemos entre Jesús, como un ser humano, y el Cristo, el Hijo de Dios, la idea divina de Dios, fuera de la carne. La vida y el ministerio de Jesús fue la evidencia del hecho de que estaba consciente de sí mismo como el Hijo de Dios. Cuando Felipe, uno de sus discípulos, se volvió a él con la súplica: “Muéstranos el Padre”, Jesús le respondió: “¿No me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.. . ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras”. Juan 14:8–10.

Es el ministerio del Cristo revelarnos a cada uno de nosotros nuestra identidad verdadera, el hombre perfecto de la creación de Dios. Mediante la tierna solicitud de la idea del Cristo, siempre presente en la consciencia humana, aprendemos que nuestra identidad o ser verdadero es nuestra identidad espiritual, nuestra filiación divina, y que está escondida con Cristo en Dios. Paso a paso, el Cristo nos capacita para que rechacemos por irreal la creencia en una identidad mortal y material. La vemos como una ilusión, un concepto falso del hombre que nuestra visión del Cristo ha comenzado a disipar.

El Cristo enciende en nuestros corazones el deseo de ser un mejor hombre o mujer, de expresar más las características del hijo de Dios. De esta manera el Cristo transforma nuestra naturaleza humana. Nos hace más pacientes, más inteligentes, más cariñosos, a medida que incluimos a todo individuo en nuestra comprensión de la perfección de Dios. En la medida en que percibimos al hombre como semejante a Dios nos volvemos más atentos, más cooperadores, menos criticones. La comprensión científica del hombre, revelada mediante el Cristo y la Ciencia Cristiana, es un inmenso manantial de vida. Trae curación y regeneración, inspiración y paz de espíritu a todos aquellos que ceden al Cristo, la Verdad, y dejan que las verdades de la naturaleza científica del hombre transformen sus vidas.

Hace varios años, un miembro de un grupo en formación de Científicos Cristianos de uno de los países del Medio Oriente me vino a ver al Departamento de Traducciones de La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana. Habíamos preparado una traducción de una conferencia de la Ciencia Cristiana para aquel grupo y él no estaba muy satisfecho que digamos. Lo puso de esta manera: “Esta traducción es como el reverso de una alfombra oriental. El diseño está claro, pero la belleza y los colores no se ven”. Fue una observación notable. Jamás la he olvidado y muchas veces la he empleado al preguntarme: “Si otros observan mi vida como Científico Cristiano, ¿qué ven? ¿Ven sólo el diseño, o logro que resplandezcan la belleza y los colores — el calor del Amor divino y todas las maravillosas cualidades espirituales que el hombre refleja del Alma?”

Jesús pudo decir: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. A medida que seguimos humildemente al Maestro al expresar más del Cristo sanador en nuestra vida, nosotros también inspiramos a los corazones humanos para que reconozcan la Verdad y demuestren la filiación del hombre con Dios.

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