Cuando recobré la razón hace más de quince años en una institución para enfermos mentales, algunas de las verdades aprendidas en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana fueron mi sostén. No recuerdo haber orado específicamente, pero sí recuerdo las palabras “Ciencia Cristiana”. Busqué en la biblioteca del hospital artículos sanadores y el libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, pero sólo encontré declaraciones despectivas que me confundieron.
Sin embargo, cuando le comuniqué a la doctora que me atendía que no había estado tomando las medicinas prescritas, me preguntó cómo me sentía. Al asegurarle que me sentía bien, me pidió que cumpliera con las reglas y que la medicina sería disminuida y suprimida. Una semana después había dejado de tomar medicamentos. Supe que había sido internada después de sufrir una seria depresión de posparto y una postración nerviosa. El primer despertar vino como resultado de la oración en la Ciencia Cristiana, y de veras apliqué la verdad que entendía.
Al cabo de otras seis semanas estaba en mi casa con permiso condicional otorgado a mi esposo, que es un sincero estudiante de la Ciencia Cristiana. Allí me enteré que por algún tiempo y a petición de mi esposo, un practicista de la Ciencia Cristiana nos había estado ayudando fielmente por medio de la oración, y cuando aparentemente tuve una recaída, de nuevo mi esposo llamó al practicista solicitándole ayuda. De allí en adelante, el progreso fue decisivo y la curación se completó. Mi padre que no es un Científico Cristiano, dijo, “Sabemos que Dios te sanó”. Al igual que Jeremías, yo oraba (Jer. 17:14): “Sáname, oh Jehová, y seré sano; sálvame, y seré salvo; porque tú eres mi alabanza”. Mi memoria y mis facultades mentales se restablecieron.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!