“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno”. Salmo 23:4;
Este versículo de la Biblia vino a mi mente durante un viaje en avión que realicé hace poco tiempo. Las condiciones atmosféricas a nuestro alrededor estaban cambiando rápidamente. La luz del sol quedó repentinamente oculta tras la neblina y oscuras y espesas nubes. Mis pensamientos se dirigieron hacia el piloto, y me sentí agradecida por todas las ayudas técnicas de que él disponía. Sus comunicaciones le dieron el curso y le dijeron que se elevara. Pudo permanecer en su curso gracias a su obediencia a las indicaciones que recibió de los centros de control terrestre del tránsito aéreo.
¿No es eso, acaso, lo que todos los que hemos vislumbrado la verdad de la naturaleza y supremacía sublime de Dios debiéramos hacer, es decir, seguir el camino trazado por Dios, a pesar de lo que puedan indicarnos las circunstancias materiales? Sea cual fuere nuestra experiencia, buena o mala; sea que nos sintamos solos, enfermos, sin afecto, o por lo contrario, bienamados y felices, lo que Dios nos indica se manifiesta claramente. En realidad, nadie puede lograr salud y felicidad duraderas a menos que las encuentre en el Cristo, la verdadera identidad del hombre como hijo de Dios, que Jesús vino a revelar. Todos estamos buscando, consciente o inconscientemente, ese modo de vida en el cual nuestro Padre celestial nos ha dado todo lo bueno, en el que paso a paso podremos ir probando que cada uno de nosotros es el hijo de Dios.
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