Ha sido mi privilegio haberme criado en un hogar de Científicos Cristianos. En mi infancia se produjeron muchas curaciones maravillosas, tanto mías como de otros miembros de la familia.
Una curación que recuerdo vívidamente, ocurrió cuando mi hermano, siguiendo el consejo de un amigo, se puso lejía en una verruga. Esto ocasionó un envenenamiento de la sangre y el brazo se hinchó mucho. Mi madre oró diligentemente en la Ciencia Cristiana para comprender que el envenenamiento no forma parte de Dios y que, por consiguiente, no podía formar parte de la creación de Dios, el hombre. Mi madre se mantuvo firme a pesar de los pronósticos de un médico amigo de que se debería amputar el brazo para que mi hermano pudiera sobrevivir.
Se pidió ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana y todos oramos para saber que la Mente divina era la única que gobernaba. En tres semanas el brazo había vuelto a lo normal en todo respecto; la curación fue completa.
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