En el noveno capítulo del Evangelio según San Juan, el discípulo bienamado relata la curación efectuada por Cristo Jesús de un hombre que había sido ciego de nacimiento, y declara la idea espiritual dotada de poder divino que Jesús utilizó para efectuar la curación.
El hombre era un mendigo que estaba sentado a la vera del camino que seguía Jesús. Al observarlo, los discípulos de Jesús le preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?”
Jesús, en lugar de dar respuesta a la pregunta de los discípulos acerca de qué había causado la ceguera del mendigo, afirmó: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”. Juan 9:2, 3; ¿No estaba Jesús afirmando la gran verdad eterna y espiritual de que la identidad verdadera de este mortal existía sólo “para que las obras de Dios se manifiesten en él”? De Dios, Jesús sabía que la vista indestructible siempre es el don de la Mente eterna, que todo lo ve, a su emanación continua, el hombre.
Para que el ciego evidenciara su fe en el poder sanador de Dios, Jesús le ordenó que fuera a lavarse en el cercano estanque de Siloé. Éste así lo hizo y regresó viendo.
Se demostró así la falsedad e insubstancialidad de la creencia de la mente mortal errónea de que había creado, encarnado físicamente, a este mortal y que lo había destinado a un sufrimiento irremediable. Se demostró la perdurable integridad del hombre, cuya función es siempre la de evidenciar las obras de Dios, una de las cuales es la percepción permanente.
Jesús pensaba de la manera en que su Padre-Mente siempre lo hacía pensar. Jesús reconocía la verdad espiritual y eterna de que la única causa del hombre es el Dios eterno, el bien, y que el hombre es el efecto perpetuo de Dios. Esta comprensión, dada por Dios y dotada de fuerza por Él, sobre lo que es la naturaleza permanente, perfecta y espiritual del hombre, anuló, en extraordinaria medida, las sugestiones mendaces del mal que declaran que existe una causa material, dominante y destructiva, y obligó a la mente mortal a gobernar su cuerpo armoniosa, no aflictivamente.
Ese pensamiento dotado del poder de la verdad restableció todo el organismo de vista física del mortal y le hizo funcionar normalmente. Por lo tanto, la Palabra de Dios restableció su vista humana, exactamente en el lugar y el tiempo en que los mortales creían, en su ignorancia, que ésta había sido destruida.
Esto ejemplifica la enseñanza de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens. acerca de la creencia en materia sensible. Mary Baker Eddy dice: “Debiéramos subyugarla como lo hizo Jesús, por medio de una poderosa comprensión del Espíritu”.La Unidad del Bien, pág. 50;
En el libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, entre lo que denomina las piedras principales en el templo de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy enumera en primer lugar el postulado de “que la Vida es Dios, el bien, y no el mal”.Ciencia y Salud, pág. 288; Nada puede estar más cerca de nosotros que la Vida. Para saber que Dios es nuestra única y eterna Vida, debemos percibir espiritualmente nuestra indisoluble y continua unidad con el Amor, Dios. Es función de Dios asegurar que mantengamos esta percepción perpetuamente.
La Sra. Eddy lo confirma y nos exhorta: “La Vida es eterna. Debiéramos reconocer este hecho, y empezar a demostrarlo”.ibid., pág. 246;
Jesús definió así el camino para encontrar la Vida: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. Juan 17:3;
No hace muchos años sentí el impulso interior de negar, desafiar y rechazar más activamente, todos los días, el sentido mortal de la vida y abrir fielmente mi pensamiento para comprender mejor la única Vida real del hombre, Dios. Abrigaba la certeza de que podía hacerlo mediante la oración.
Al principio observé alguna vacilación mental y renuencia a emprender el esfuerzo. Pero sabía que mi inspiración provenía del Padre y que tiene que ser obedecida. A corto plazo esta tarea se hizo espontánea, alegre y fructífera. Legiones de ángeles susurraban silenciosamente los pensamientos que Dios me daba para que pudiera cumplir con Su mandato de amarle más a Él, mi única Vida, y de abandonar toda creencia persistente de que pudiera tener yo una identidad separada de Dios.
Un pensamiento angelical del libro de texto me dijo: “El hombre en la Ciencia no es ni joven ni viejo”.Ciencia y Salud, pág. 244; “¿Qué es el hombre entonces?”, pregunté. La respuesta fue: “El hombre es tan eterno como la Vida que es mi Dios sempiterno”.
Esto me ayudó a rechazar con confianza las sugestiones de la mente material según la cual yo era un mortal viejo que estaba envejeciendo cada vez más. Pregunté: “¿Quién dice esto?” Advertí que quien hablaba era el único mentiroso, la mente mortal, dirigiéndose únicamente a su falso y mortal concepto del hombre. Afirmé que el “yo” que realmente es mi identidad no puede ser conocido por la mente mortal, pues este “yo” es la expresión misma de la Mente eterna que procede por siempre de la infinitud de la Mente y está en ella.
Estas palabras de Jesús me dieron confianza: “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre”. Mateo 11:27; Esto lo acepté porque me pareció lógico. ¿Cómo puede algo que no sea la fuente eterna del hombre saber lo que el hombre es eternamente?
Comprendí que, en las muchas revelaciones de la Palabra de Dios en la Biblia, Dios comunica exactamente cuál es la condición permanente del hombre, o sea, la propia emanación y semejanza de Dios.
Vi que mi propósito no era añadir algunos años de mortalidad a mi experiencia humana, sino ajustar mejor mis pensamientos en armonía más completa con mi Dios omnipresente y omniactivo, mi Vida eterna y mi inmortalidad.
Quisiera ahora hacer una pequeña digresión para referirme a este concepto que denominamos tiempo y que agresivamente pretende tener dominio absoluto sobre la vida, y que hace al hombre primero joven y luego viejo, y predestinado a morir.
Hace algunos años me impresionó el pensamiento que leí en un bien razonado artículo del The Christian Science Journal, que el tiempo es solamente la medición del movimiento de cuerpos materiales. Nuestra tierra, un cuerpo material, gira en torno al sol, otro cuerpo material, y concluimos que ha transcurrido un año. El cuerpo de materia denominado luna gira en torno a la tierra, y decimos que ha transcurrido un mes. La tierra gira sobre su propio eje y decimos que ha transcurrido un día. De todo esto el pensamiento humano irracionalmente concluye que este movimiento, repetido con frecuencia, de cuerpos materiales ignorantes y carentes de mente, de algún modo inexplicable se convierte en ley de destrucción o incapacidad para los mortales. Envejece a los mortales pensantes y eventualmente los convierte en un montón de polvo.
El oculista por lo común le pregunta a su paciente cuya vista querría mejorar: “¿Cuántos años tiene usted?” El oculista ha sido falsamente educado a creer que el tiempo es la fuerza condicionante de la vista del paciente. No sabe que la única causa del hombre es su Mente inteligente y creativa, que eternamente provee perceptividad permanente a su testigo, el hombre.
En una completa inversión de esta ignorante propaganda del tiempo, la Sra. Eddy afirma: “No llevéis jamás cuenta de la edad. Las fechas cronológicas no forman parte de la vasta eternidad”.Ciencia y Salud, pág. 246; La Sra. Eddy estaba persuadida de la verdad de esta afirmación. Es un paso indispensable hacia la Vida sin tiempo, y un paso indispensable para salir de la mortalidad.
Ademas, la Sra. Eddy nos recuerda que el hombre nunca es un mortal estadísticamente definido. No se origina en una esperma material y se desarrolla en un cuerpo carnal que requiere una partida de nacimiento y que ha de terminar, no muchos años después, con un certificado de defunción, acaso con una tarjeta de identidad del seguro social o su equivalente, ordenada o numerada por seres humanos durante el período intermedio entre el nacimiento y la defunción.
Durante este estudio adquirí más certeza que nunca de que la Sra. Eddy habló como mensajera de Dios, nuestra Vida que continúa para siempre. Comprendí que una mejor curación debe provenir de una comprensión más amplia de la eterna y permanente unión — unidad — del hombre con Dios, su Vida imperecedera.
¿Por qué no exigirnos ahora mismo que iniciemos el esfuerzo mental indispensable para eliminar, paso a paso, la desalmada mortalidad en su totalidad? ¿Qué es la mortalidad? ¿Quién lo sabe? Nuestra Guía. He aquí lo que nos dice: “El pecado es la esencia de la mortalidad, porque se mata a sí mismo”.ibid., pág. 468; Pudo definir tan sencillamente el pecado como la esencia de la mortalidad porque discernió tan claramente que únicamente el pecado encubre la inmortalidad.
Hasta una vislumbre satisfactoria de la verdad eterna de que Dios es ahora mismo la única Vida del hombre, trae consigo un sentido más satisfactorio y seguro de la existencia. Lo que la Sra. Eddy denomina la fricción de la falsa identidad (ver Miscellaneous Writings — Escritos Misceláneos — pág. 104) disminuye la pesada carga mental de personalidades antagónicas, y sus opiniones se desvanecen cuando asoma en nuestra consciencia la sencilla verdad de que Dios, por ser la única Vida de todo, es la única Persona infinita que eternamente está creando todo y uniendo todo en la grandiosa sinfonía del Amor.
Nuestra Guía, la Sra. Eddy, enseña: “Hay que sacar a luz la gran verdad espiritual de que el hombre es, no ya que será, perfecto e inmortal”. A continuación nos da instrucciones específicas en cuanto al primer paso que tenemos que dar para lograr este objetivo. Nos dice: “Tenemos que mantener por siempre la consciencia de la existencia, y tarde o temprano, por medio de Cristo y la Ciencia Cristiana, venceremos el pecado y la muerte”.ibid., pág. 428;
Tengo la certeza de que no es difícil hacer esto si uno lo desea realmente. ¿No es acaso divinamente natural abrigar constantemente los pensamientos que le hacen a uno unirse con su Vida sempiterna, su única fuente?
En la consciencia divinamente ordenada del hombre existe inevitablemente una secuencia perpetua de ideas correctas que lo hacen coincidir con el movimiento espontáneo del gobierno de Dios sobre Su reino que todo lo abarca.
La única alternativa a mantener por siempre la consciencia de la existencia es abandonar nuestro sentido de identidad a la ficción de la vida material, llamada mortalidad, en la cual el pecado, la enfermedad, la muerte y el polvo son el único modelo del ser. Al aceptar este concepto fatalista de la existencia uno se convierte en esclavo y víctima de la trampa del tiempo de la mortalidad.
Nos toca elegir a usted y a mí. El mandato de la Vida no se puede eludir si realmente queremos vivir.
Un obstáculo muy serio que se opone a nuestro progreso de comprender que Dios es nuestra única Vida es el postergar las cosas, el dejar para mañana lo que al menos podríamos comenzar a hacer hoy. Éste es un obstáculo común al progreso valioso en muchas actividades. El despertar individual — profundo, genuino y persistente — debe anular este fútil engaño de la ignorante tardanza.
Con frecuencia he advertido en el pensamiento de muchos Científicos Cristianos una timidez y renuencia a iniciar y continuar el esfuerzo mental indispensable para encontrar y sentir las verdades espirituales siempre presentes de la Vida siempre tan íntimas como el pensamiento.
Quisiera decir algo respecto a la palabra “deber”. No figura en las Concordancias de las obras de la Sra. Eddy, acaso porque está clasificada gramaticalmente como verbo auxiliar. Sin embargo, la Sra. Eddy la usa más de trescientas cincuenta veces para definir precisamente lo que podemos hacer para poner término a la mortalidad. Éstas son sus palabras: “Los mortales deben beber suficientemente del cáliz de su Señor y Maestro para despojar de identidad a la mortalidad y destruir sus pretensiones erróneas”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 161; Esto es exactamente lo que hizo el Mostrador del camino: despojó de identidad a la mortalidad. Él llevó a cabo esta liberación de todo lo que la mortalidad representaba, en relativamente pocos años. Y el único Padre nos provee a cada uno exactamente de las mismas fuerzas que Cristo Jesús utilizó.
Cristo Jesús no esperó a que la multitud le diera alcance pues sabía que su salvación era un asunto que estaba entre él y su Hacedor. Lo mismo ocurre con nuestra salvación. ¿En qué grado estamos dispuestos a pensar en nuestro único Padre como nuestra única Vida presente y eterna? Ésa es la cuestión.
Muchos Científicos Cristianos están diariamente despojando de identidad, en alguna medida, a la mortalidad, pero todos podemos hacer mucho más.
Todos los miembros de La Iglesia Madre aceptan este artículo de fe de la Ciencia Cristiana dado en el libro de texto: “Y prometemos solemnemente velar, y orar por tener en nosotros aquella Mente que estaba también en Cristo Jesús; hacer con los demás lo que quisiéramos que ellos hicieren con nosotros; y ser misericordiosos, justos y puros”.Ciencia y Salud, pág. 497;
Esta Mente que estaba en Cristo Jesús fue lo que sanó al ciego de ceguera, y liberó de la mortalidad al Maestro. Un deseo más humilde de aceptar esta Mente como la única Mente y Vida que existe para cada uno de nosotros es lo que urgentemente se requiere para ayudarnos a cumplir nuestra promesa más plenamente.
En conclusión, percibí que nuestro Mostrador del camino, mediante su ejemplo perdurable, y nuestra gran Guía, al compartir la poderosa actividad de la revelada Palabra de Dios, nos estaban diciendo que la exigencia ineludible que gravita sobre cada uno de nosotros, es la de armonizar nuestros pensamientos, momento tras momento, más plenamente con nuestro Padre celestial y Sus ángeles que están a nuestro alcance ahora — porque lo están eternamente — para que podamos despojar de identídad a la mortalidad.
Cumplir con este mandato puede exigir un esfuerzo constante, pero debemos recordar que ningún objetivo puede compararse con éste y que las recompensas son inmediatas y continuas. ¿Qué puede significar más para un individuo que saber que se encuentra en el estrecho y angosto camino que lleva a la Vida eterna? Y nuestra Guía nos asegura que “el camino es angosto al principio, pero se ensancha a medida que caminamos por él”.Miscellany, pág. 202.
En síntesis, en la exacta proporción en que estamos dispuestos, individualmente, a aceptar a Dios como nuestra Vida sempiterna, despojamos de identidad a la mortalidad.