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El mandato de nuestro Padre: Despojar de identidad a la mortalidad

Del número de enero de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En el noveno capítulo del Evangelio según San Juan, el discípulo bienamado relata la curación efectuada por Cristo Jesús de un hombre que había sido ciego de nacimiento, y declara la idea espiritual dotada de poder divino que Jesús utilizó para efectuar la curación.

El hombre era un mendigo que estaba sentado a la vera del camino que seguía Jesús. Al observarlo, los discípulos de Jesús le preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?”

Jesús, en lugar de dar respuesta a la pregunta de los discípulos acerca de qué había causado la ceguera del mendigo, afirmó: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”. Juan 9:2, 3; ¿No estaba Jesús afirmando la gran verdad eterna y espiritual de que la identidad verdadera de este mortal existía sólo “para que las obras de Dios se manifiesten en él”? De Dios, Jesús sabía que la vista indestructible siempre es el don de la Mente eterna, que todo lo ve, a su emanación continua, el hombre.

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