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Espiritualizando el pensamiento: defensa contra la usurpación mental

Del número de enero de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algún tiempo se pasó en las pantallas de la televisión norteamericana un aviso comercial aparentemente inocente. De una duración de 60 segundos, se componía principalmente de cuadros fotográficos habituales que al ser captados visualmente con rapidez constituían un mensaje publicitario normal de un producto, con una diferencia importante. Intercalado cada cuatro intervalos, había un simple cuadro sin relación alguna que proyectaba en la pantalla, como en un destello, la palabra “Obténgalo”, que era casi imposible que fuera descubierto por una persona inexperta.

El propósito era que este mensaje dirigido al subconsciente, fluctuara tan rápidamente, que el espectador no lo percibiera conscientemente, sino que la vista debía retransmitir el mensaje directamente al subconsciente. La persona debía ser motivada sin hacer una selección consciente. Afortunadamente la intención del anunciador fue descubierta y se notificó a las estaciones de televisión que podían eliminar fácilmente esa parte del aviso. No obstante, evidentemente a muchas estaciones de televisión no les importó la libertad de selección de sus televidentes para hacer este simple cambio.

Pero una persona se interesó lo suficiente como para tomar medidas y corregir esta inescrupulosa usurpación mental. Siendo un antiguo fiel defensor del consumidor, dio el importante paso de elevar una queja formal ante la Comisión Federal de Comercio y ante la Comisión Federal de Comunicaciones, que no sólo le propinó al anunciante la publicidad negativa que se merecía, sino que también produjo un impacto vital para la reforma de la industria publicitaria. Ver The New York Times, diciembre 27, 1973;

El derecho a la libre opción es uno de nuestras posesiones más preciadas. Nadie mejor que un Científico Cristiano sabe la necesidad de defender este derecho, y siempre tenemos los medios defensivos a nuestro alcance. La apelación al subconsciente es mucho más común en la publicidad impresa, pero raras veces se pone al público en guardia. A través del material visual encubierto, que a menudo es altamente erótico u oculto, el público puede estar sujeto a tal influencia sin saberlo. Es posible que las personas compren cigarrillos, bebidas alcohólicas, o que emitan su voto por determinado candidato, o que se afilien a alguna organización sin saber que han sido víctimas de engaño. Ver Subliminal Seduction por Wilson Bryan Key (Englewood Cliffs, N.J.: Prentice-Hall, 1973), págs. XIV XV;

Hace un siglo la Sra. Eddy reconoció la sutileza del mal y la necesidad de estar alerta constantemente, cuando dijo: “Muchos están dispuestos a abrir los ojos de la gente para que vean el poder del bien que reside en la Mente divina, pero no están tan dispuestos a señalar el mal en el pensamiento humano y a desenmascarar los ocultos métodos mentales de los cuales se sirve el mal para llevar a cabo su iniquidad”.Ciencia y Salud, págs. 570–571;

¿Cuál es nuestra defensa segura contra las influencias subconscientes y contra la invasión mental subconsciente, cuando debido a la tecnología moderna se hace más difícil descubrir “los ocultos métodos mentales de los cuales se sirve el mal”? Resueltamente, podemos liberarnos de la esclavizante creencia mundial de que la mente del hombre es un cerebro corpóreo, un mero computador con niveles conscientes y subconscientes para ser programados por influencias externas. El hombre es en verdad espiritual, la expresión de Dios — la expresión de la Mente divina. Dios es la Mente del hombre. En razón de que Dios sabe, el hombre sabe. Y todo lo que Dios sabe es totalmente bueno.

Sin aprensión alguna, podemos y debemos afirmar nuestro derecho espiritual, otorgado por Dios, de pensar y actuar de acuerdo con los dictados de nuestra consciencia. Si bien el uso de varios medios modernos pretende haber hecho el problema más sutil, todos los ardides del mal fueron encarados y vencidos hace dos mil años por Cristo Jesús. Él rehusó dejarse atrapar por las artimañas tentadoras que presentaban el mal — o magnetismo animal, como denominaría un Científico Cristiano la pretensión de una mente opuesta al bien — diciendo: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás”. Mateo 4:10; Constantemente afirmó su unidad con Dios que es del todo bueno. Fue la justicia divina no la suya lo que constituyó su defensa.

En el Manual de La Iglesia Madre, la Sra. Eddy incluye una directiva especial para todo Científico Cristiano y útil para aquel que discierne la verdad que contiene. Se intitula “Alerta al deber” y dice en parte: “Será deber de todo miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva, y no dejarse inducir a olvido o negligencia en cuanto a su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad”.Man., Art. VIII, Sec. 6;

La publicidad subconsciente puede ser concebida para embaucarnos, pero los que se valen de ella son quienes en realidad son engañados. ¿Y qué decir si estos avisos pretenden tener una influencia sobre la parte subconsciente del cerebro? Con firmeza podemos defender nuestra libertad — espiritualizando nuestro pensamiento, elevándonos por encima de las creencias de un cerebro mortal — y mediante el reconocimiento de nuestra unidad con Dios, la única Mente verdadera.

La Mente, Dios, es enteramente consciente y lo es por siempre. El hombre, que es Su hijo, no posee otra mente. Por consiguiente, no somos una colección de muchas mentes, agresivas y subordinadas, sino que somos la expresión de la única Mente que existe. No importa cuán siniestras o sutiles pretendan ser las así llamadas influencias externas. Puesto que Dios, la Mente divina es Todo, no hay nada real fuera de Él que pueda ser una influencia falsa. No existe el magnetismo sensual porque no existe nada en la Mente divina que cause o responda a la sensualidad. Tal como un imán no puede ejercer ninguna atracción sobre objetos que no sean metálicos tampoco el materialismo tiene origen en Dios, y por ende, no puede tener influencia alguna sobre el hombre, que no es mortal.

Poseemos el derecho inalienable de saber que cada persona en su verdadera identidad divina es estimulada sólo por Dios. Esto anula el supuesto poder de la influencia maligna. Nada puede impedir que veamos que en realidad no existe terreno mental en el cual pueda crecer la semilla del mal. En Dios, la Verdad, no existe nada que pueda alimentar una mentira. Al afirmar a diario nuestra condición de que somos la expresión espiritual de la Mente única, el único Dios, denunciamos al mal como el mentiroso consuetudinario.

¡Qué cambio se manifiesta en nuestra vida cuando prestamos atención a las palabras de la Sra. Eddy! “Queridos Científicos Cristianos: Tened vuestra mente tan llena de Verdad y de Amor, que ni el pecado, ni la enfermedad, ni la muerte puedan entrar en ella. Es evidente que no se puede añadir nada a la mente que ya está llena”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 210; Es sabio comenzar un día de mucho trabajo dedicando algún tiempo a la oración, llenando la consciencia con la verdad acerca de Dios y de nosotros mismos. Esto no se logra por la mera repetición de frases familiares. Debemos buscar renovada inspiración. La Lección-Sermón en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. constituye una buena fuente de combustible diario para mantener nuestra luz espiritual encendida.

Pero estas verdades tienen poco efecto a menos que se vivan a toda hora. Entonces nos convertimos en una activa influencia para el bien y nos defendemos y auxiliamos a otros a defenderse contra cualquier supuesta influencia contraria. La pureza es un requisito esencial para nuestra defensa diaria. Nadie puede vivir total o libremente sin ella. Así como no permitiríamos a nadie arrojar desperdicios en nuestro sistema de agua potable, del mismo modo nadie tiene el derecho de contaminar nuestra corriente mental. Nadie puede lograrlo si estamos alerta.


No pondré cosa mala delante de mis ojos:
aborrezco la obra de los que se apartan de ti;
no se me pegará.

Salmo 101: 3
(Versión Moderna)

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