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¡Escoge la Vida!

Del número de noviembre de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Este desafío es tan oportuno hoy, como el día en que fue emitido: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy... que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días”. Deut. 30:19, 20;

Sí, podemos escoger. No tenemos por qué aminorar esa promesa de la Biblia sólo porque no nos habíamos dado cuenta de ella, o porque habiéndonos dado cuenta, la habíamos pasado por alto hasta ahora. Esa promesa nos es monumentalmente importante a cada uno de nosotros. Examinémosla cuidadosa y confiadamente, con firme esperanza en su cumplimiento — sí, aun triunfalmente.

La mayoría de nosotros entiende que podemos en realidad escoger entre el bien y el mal. En nuestra manera de pensar, hablar y actuar manifestamos el bien o el mal, según lo que hayamos eligido. Nuestra vida es feliz o desdichada, productiva o improductiva, en proporción a nuestra expresión o manifestación de aquello que es bueno o malo.

Pero, ¡escoger entre la vida y la muerte! ¿Podemos realmente escoger así? La creencia mortal diría: “¡No, claro que no! Desde el momento en que uno nace, la vida toda va cuesta abajo”. La Biblia, sin embargo, indica que Vida es uno de los nombres de Dios, en verdad, que Dios es Vida. Entonces, puesto que Dios es infinito, la Vida tiene que ser infinita. Y como la Vida es infinita, no puede haber nada fuera de la Vida infinita, Dios, o además de ella. Dios no tiene opuesto ni igual.

La Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) elucida este hecho espiritual y explica este punto de manera lógica. Puesto que Dios es la única Vida, Dios tiene que ser y es la Vida del hombre, y esta Vida no tiene opuesto ni igual. Nuestra expresión de esta Vida es totalmente espiritual y no puede ser ni amenazada ni perjudicada.

El mundo cree en lo cierto e inevitable de la muerte. La humanidad es bombardeada por pensamientos de muerte. Tenemos la tendencia a ser hipnotizados por esa corriente de pensamientos y sentirnos tentados a aceptar la muerte como un hecho, y permitir que nuestra vida y pensamiento sean gobernados de acuerdo con ello. La contemplación de la muerte parece ser una obsesión común. Pero no tiene que ser así. Cualquiera que, sin pensarlo, haya aceptado un punto de vista pesimista y nada cristiano sobre la inevitabilidad de la muerte, puede rescatarse a sí mismo de tan indigna rendición. Ya es tiempo de que la humanidad se levante abiertamente en rebelión contra las opiniones indignas, ignorantes e incrédulas acerca de la existencia.

Para derrotar lo que se llama muerte, y rebatir las pretensiones de la materia, tenemos que elevar nuestra comprensión de la totalidad del Espíritu, y estar dispuestos a aceptar lo infinito y eterno de la Vida sin opuesto ni opositor.

Cuando nos entregamos a la desalentadora tendencia material de pensar o decir que nosotros u otras personas “ya estamos envejeciendo”, o que “ya no somos lo que antes éramos”, que “ya no oímos tan bien como antes”, o que “ya sentimos el peso de los años”, estamos saboteando nuestro propio progreso hacia el Espíritu. ¡Esto es suicidio mental! Y con ayuda de la Ciencia del Cristo podemos resistir y denunciar tan innecesarios ataques mentales en nuestra contra.

La comprensión de que la muerte es una falsa e ilusoria representación — nada, sino un concepto equivocado — destruye de una vez por todas la creencia errónea de que la muerte podría existir como una entidad o poder al cual se le teme. En su pretensión de tener poder, la muerte querría desafiar al Todopoderoso. Que la muerte pretenda ser más poderosa que Dios, el Todo-en-todo, indica la gran ignorancia que acompaña tanto a la pretensión como a la aceptación general de dicha pretensión.

Dios, el Espíritu, nunca hizo la materia, ni la mortalidad, y Dios es el único creador. Por lo tanto, la mortalidad nunca ha sido hecha. En otras palabras, ¡todavía está por verse el primer mortal! Aquello que desaparece en lo que se llama muerte es sólo una creencia falsa de que alguna vez apareció la mortalidad. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, hace esta alentadora declaración: “Toda evidencia material de muerte es errónea, pues contradice a las realidades espirituales de la existencia”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 584;

Si “el postrer enemigo que será destruido” 1 Cor. 15:26; es falso, ciertamente todos los enemigos menores — tales como padecimientos y enfermedades — también son falsos y también serán destruidos. La contemplación espiritualmente iluminada de esta revelación penetrante y redentora, de que la muerte es una gran mentira, facilita el rechazo de mentiras menores, puesto que todas las mentiras — ya sean consideradas grandes o pequeñas — son contradicciones presuntuosas de “las realidades espirituales de la existencia”.

No hay sustituto para Dios, nada que reemplace la Vida. La omnipotencia de Dios, la Vida, no está compartida con ningún otro poder, antagónico o de otra índole. En verdad, la totalidad de Dios excluye todo opuesto. Lo que se llama muerte, por lo tanto, no es más que la supuesta ausencia de Dios, la Vida, la supuesta ausencia de aquello que conocemos como la eterna presencia misma. ¿Puede estar ausente alguna vez la presencia eterna? ¿Puede la omnipresencia ser parcial — estar presente de vez en cuando?

Lo que se llama muerte no puede tocar la Vida, Dios, ni puede lo que se llama muerte tocar la expresión de la Vida, el hombre, porque el hombre es el reflejo perfecto, espiritual y eterno de Dios. La condición inexpugnable y espiritual del hombre no es cambiada por la sugerencia del error de vulnerabilidad física. Por lo tanto, el hombre siempre es espiritual, creado a semejanza de Dios, no teniendo nada que ver con lo que se llama un mortal — sano o enfermo, rico o pobre, feliz o triste, viejo o joven, vivo o muerto.

Los humanos quebrantan el primer mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”, Éx. 20:3; cuando reverencian la muerte, cuando se inclinan ante ella, la temen, la veneran, se preparan para ella y con seguridad esperan su llegada, o hasta oran para que llegue. ¿Significa esto que no debiéramos hacer caso, por ejemplo, de las medidas humanas necesarias para asegurar la eficiente operación y disposición de nuestros bienes materiales? De ninguna manera. Sin embargo, damos estos pasos, no en temerosa contemplación de la muerte, sino por consideración a los demás y en gozosa contemplación de la Vida misma, para que podamos con mayor libertad vivir la vida que tenemos que vivir menos apremiados por mundanos pensamientos de cosas mundanas. Nuestro bien verdadero y el de nuestra familia siempre es espiritual, satisface completamente y nunca muere.

El hombre de Dios es siempre la expresión activa de su Hacedor, sano, libre, completo y todas sus facultades y funciones que Dios le ha dado y que Dios mantiene, expresan perfectamente la totalidad de Dios. El origen y recurso del hombre es el Principio divino y la ley espiritual eternamente activa de este Principio.

Antes que la creencia en el “algo” de la muerte pueda ser enfrentada y dominada por completo, tiene que experimentarse la regeneración espiritual. La regeneración, en un sentido, significa ser restaurado a la fuerza o estado original de uno. De acuerdo con la Ciencia Cristiana, el estado original del hombre — como la imagen espiritual del Espíritu, Dios — es también el estado único y permanente del hombre. Por lo tanto, la regeneración espiritual o la restauración espiritual, es sencillamente reconocer ahora mismo el estado espiritual y perfecto del hombre — su identidad original como imagen de Dios.

El Cristiano por excelencia dijo: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. Juan 17:3; El énfasis de la gloriosa misión de Cristo Jesús fue sobre la eterna presencia de la Vida, Dios. Mediante la experiencia de su resurrección, demostró la ininterrumpida, en realidad, la ininterrumpible, naturaleza de la Vida. En los años siguientes a la vida terrenal de Jesús, sus discípulos practicaron con éxito la curación cristiana y resucitaron a los muertos, como lo registra el libro de los Hechos, indicando que la curación de enfermedades o accidentes por medio de la oración era una práctica religiosa aceptada.

Quizás nunca se sepa todo lo que la Sra. Eddy tuvo que enfrentar por la humanidad. El odio del mundo por la Verdad, los prejuicios arraigados, la ignorancia y la sed de poder temporal fueron enfrentados por esta gran emprendedora cuando luchaba ella sola por demostrar la Ciencia del Amor. En décadas recientes, una vez más, gracias a la Sra. Eddy y a la religión que ella estableció, bellas y alentadoras promesas de la Biblia están surgiendo como lo que son, sempiternas y demostrables aseveraciones. El temor ya no tiene dominio. Podemos en realidad “escoger la vida”.

La creencia errónea de que existe un poder o presencia aparte de Dios se llama magnetismo animal en la Ciencia Cristiana. El magnetismo animal querría engañarnos para que creyéramos que el hombre es un mortal, que vive en un cuerpo material y que está sujeto a condiciones materiales. Pero el hombre creado por Dios no es ni nunca fue prisionero de la carne, los huesos, la piel. Jamás nació en la materia, no vive en ella ahora, y por lo tanto, es imposible que salga (o muera) de algo en que jamás estuvo. La Sra. Eddy lo expresa concisamente: “La materia no tiene vida que perder, y el Espíritu nunca muere”.Ciencia y Salud, pág. 275;

El razonar desde la base de que hay una sola Vida, Dios, anuncia la liberación no sólo de la amenaza de la muerte sino también del temor a la muerte. Una vez que se suprime la amenaza, desaparecen el temor a la muerte y a sus consecuencias.

Nuestra comprensión de “las realidades espirituales de la existencia” fue de suma importancia para mi esposa y para mí cuando perdimos al más joven de nuestros hijos en un accidente. Al principio fue un golpe devastador, pero esta triste experiencia, lejos de apartarnos de la Ciencia Cristiana, literalmente nos ató a la Ciencia y nos obligó a profundizar más en su estudio para poder comprender firmemente las verdades eternas acerca de Dios y del hombre, las cuales siempre nos sostienen.

Estábamos convencidos de que nuestro hijo había despertado dándose cuenta de que nada le había sucedido a la Vida ni a su propia identidad espiritual, cuya perfección es ininterrumpida. Nuestra necesidad era saber que ahora y siempre todos somos los representantes espirituales y completos de la Vida, Dios, y por lo tanto nunca estamos sujetos a las idas y venidas humanas.

Aprovechamos en todo lo posible los recursos del Alma; borramos progresivamente de la memoria los falsos cuadros de accidente y de pérdida, dejando solamente lo que siempre fue verdad — la Vida, dulce e ininterrumpida, y lo semejante a la Vida por siempre semejante a Dios, perfecto, eterno. La declaración ya citada de la Sra. Eddy nos infundió gran valor: “Toda evidencia material de muerte es errónea, pues contradice a las realidades espirituales de la existencia”.

Pudimos darnos cuenta de que una etapa del propio reconocimiento de la mente mortal cesa en lo que se llama muerte. Y eso es todo lo que cesa. Cuando comprendimos la impotencia del error para arrastrar al hombre — la semejanza espiritual y perfecta de Dios — en los engaños de la mente mortal, pudimos ver a nuestro hijo como reflejo espiritual, siguiendo adelante sin haber sido jamás afectado por lo que pareció ocurrir. Seguimos sintiéndonos muy cerca de nuestro hijo y regocijándonos en una comprensión más profunda sobre la inmortalidad de la Vida, Dios — y de Su verdadera semejanza.

La Vida no tiene fin ni la muerte comienzo. La Vida nunca termina — por lo tanto la muerte jamás comienza. La Vida jamás se va — por lo tanto la muerte jamás viene. La Vida jamás desaparece — por lo tanto la muerte jamás aparece. La Vida, Dios, jamás es menos que Todo — por lo tanto la muerte nunca puede ser más que nada. Jesús profetizó: “Todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”. Juan 11:26; La Sra. Eddy comenta sobre esa profecía: “Aunque transcurrieron siglos desde que esas palabras fueron pronunciadas por primera vez, antes de esta reaparición de la Verdad, y aunque el intervalo continuase por más tiempo todavía antes de que esas palabras sean demostradas en la Vida que no conoce muerte, no obstante, tal declaración es verdad, y sigue siendo una deducción clara y profunda de la Ciencia Cristiana”.No y Sí, pág. 13.

Nunca debiéramos aceptar que la edad o la muerte son reales. Son creencias falsas que mantenemos bajo nuestro propio riesgo. Y no es necesario que lo hagamos, porque podemos escoger. Dios nos ha dado la oportunidad de escoger.

¡“Escoge, pues, la vida”!

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