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Una de las primeras evidentes curaciones que tuve cuando era yo un...

Del número de noviembre de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una de las primeras evidentes curaciones que tuve cuando era yo un estudiante relativamente nuevo en la Ciencia Cristiana, fue la magnífica liberación de terribles jaquecas. Y la curación fue instantánea.

Esas jaquecas las tenía cada dos o tres semanas, y aunque con dificultad lograba permanecer en mi trabajo durante el día, al caer la noche ya estaba completamente incapacitado para hacer nada. En una ocasión volví a casa de mi trabajo sin ni siquiera poder soportar la idea de comer la sabrosa cena que mi esposa había preparado, sino que me fui directamente al dormitorio y de paso tomé Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Aquella noche esta enfermedad me resultó aún más intolerable porque estábamos invitados a casa de un amigo a una velada que prometía ser extraordinaria.

Me acosté, sosteniendo todavía Ciencia y Salud en la mano. Estuve así sólo un momento cuando me vino este pensamiento: “No vas a lograr bien alguno acostado aquí, tienes que leer el libro”. Me senté por un momento y leí un par de oraciones, cerré los ojos, y volví a acostarme. Otra vez la voz callada y suave repitió: “Tienes que leer el libro”. Y otra vez me senté y leí.

No puedo recordar cuántas veces se repitió esto, ni tampoco recuerdo ahora lo que entonces leí. Pero sé, basándome en mi conocimiento del libro, que tuvo el poder de sanar, porque como un rayo de sol súbitamente brillando en un día nublado me di cuenta de que todo el problema había desaparecido. Cené abundantemente y disfruté del resto del día. Esto sucedió hace más de treinta años, y la curación ha sido permanente.

He tenido demostraciones de haber sido guiado por el Amor divino en empleos, provisión, navegación y otros viajes; he sentido el poder y la habilidad del Cristo al enfrentarme con situaciones inarmoniosas en los negocios y en la vida diaria. Y ahora, después de muchas curaciones físicas, que en su mayoría fueron instantáneas, relataré la más reciente que fue de vista defectuosa. Esta curación no fue instantánea.

Hace más de treinta años, al ser examinado por un oculista en relación con un empleo, se me dijo que mis ojos tenían una graduación de 20/40, y que era miope. Me prescribieron anteojos, los cuales usaba para manejar y para ver de lejos. Sin embargo, con el tiempo el uso de los anteojos se me hizo pesado y resolví deshacerme de ellos.

Durante el transcurso de los meses en que estudiaba la Biblia y Ciencia y Salud y razonaba sobre las verdades de la Ciencia Cristiana, un punto básico expresado en una de las bienaventuranzas de Cristo Jesús dada en su Sermón del Monte, me vino al pensamiento: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8). Pensé: “Porque ellos verán [el bien]”. Ciencia y Salud afirma (pág. 248): “El Amor jamás pierde de vista la hermosura”. También (pág. 407): “Dejad que el modelo perfecto esté presente en vuestros pensamientos, en lugar de su opuesto desmoralizado”.

Ahora bien, razoné, tengo que tener un corazón limpio, un pensamiento puro, sin mancha, acerca de la hermosura viendo el bien, o lo bueno, en todas partes, aun con los ojos cerrados. ¡Ah! Esto último indica que la visión espiritual reemplaza la visión discordante que a menudo nos presentan los sentidos materiales debido a nuestras creencias materiales. Mantuve este pensamiento durante meses. Si reaccionaba ante algo desagradable a la vista, lo corregía con la verdad de la hermosura de Dios. Si veía desorden, afirmaba que el Principio divino es exacto y ordenado. Si ciertas características en el carácter de otros me hacían criticarlos, reflexionaba de que el hijo de Dios refleja únicamente las cualidades del Alma; de que él es el reflejo de la Mente y expresa la dulzura del Amor. E insistía: “Ninguna evidencia de los sentidos materiales puede cerrarme los ojos a la prueba científica de que Dios, el bien, es supremo” (Escritos Misceláneos por la Sra. Eddy, pág. 277). Progresé de manera que pude afirmar con mayor persistencia de que el hombre (mi propio ser verdadero) puede reflejar sólo la perfección de Dios, la Mente divina, mi única Mente, que crea y gobierna a todas Sus manifestaciones armoniosamente.

Luego, un día, mientras miraba un río a la distancia, me di cuenta de que podía ver clara y nítidamente sin anteojos las pequeñas ventanas de un edificio situado en la otra ribera, como a un kilómetro y medio de distancia. Esa curación me llenó de gozo.

Pocas semanas después fui al Departamento de Tránsito y solicité un examen de la vista con el fin de que se retirara de mi licencia la restricción de tener que usar anteojos para manejar. Accedieron con cierta renuencia, y pasé el examen con todo éxito.

¡Qué sensación tan maravillosa es la de ser sanado de limitaciones físicas! Pero también ¡cuán hermoso es regocijarse en el reconocimiento de una mayor comprensión del dominio que da el estudio y la aplicación de la Ciencia Cristiana! Lleno de gozo agradezco las palabras de la Sra. Eddy (Unidad del Bien, pág. 42): “Para Cristo, la Vida no era simplemente un sentido de existencia, sino un sentido de poder y habilidad para vencer condiciones materiales”.


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