“Si te hace sentir bien, ¡hazlo!” Éste era el lema que había en la ventanilla del automóvil que estaba adelante y era difícil no verlo. Estuve en desacuerdo con él, pero sabía que la filosofía que representaba ese mensaje en letras brillantes hacía eco a la manera en que mucha gente ve las cosas.
Hay una creencia muy difundida de que las reglas y las normas morales que se enseñaban tradicionalmente en nuestra sociedad ya no tienen validez. Los jóvenes, en especial, parecen creer que ellas representan la hipocresía de generaciones anteriores, que son normas que los que abogan por su validez las quebrantan más de lo que las observan. Muchos jóvenes señalan que sus mayores predican conceptos sobre conducta que ellos mismos no siguen, y citan pruebas estadísticas del precio emocional y espiritual que pagan los que no pueden vivir a la altura de las normas que se han establecido ni encuentran el valor para escapar de ellas.
Lo que estos jóvenes quieren saber es si la lucha vale la pena. Muchos han llegado a la conclusión de que no, que es malsano transformarse en peones voluntarios o involuntarios en el juego de ajedrez de la sociedad, en el que las reglas le quitan todo significado a la vida. La solución que proponen es la de descartar el concepto de normas morales universales. Creen que a cada uno se le debiera permitir determinar por sí mismo lo que está bien y lo que está mal, sin que nadie interfiera o juzgue.
¿Acaso este razonamiento no causa muchos rozamientos innecesarios? No solamente amenaza la base misma de la civilización, instituida, como debe estar, sobre valores aceptados mutuamente, sino que pasa por alto el hecho de que el desenfreno, no las reglas válidas, limita la verdadera libertad.
Cristo Jesús nos dio el fundamento básico de la libertad cuando dijo: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Juan 8:32; Aquí no hay ninguna alusión a prescindir de las reglas. En cambio, hay una necesidad implícita de autodisciplina para descubrir la verdad y regirse por ella, “conocerla” por experiencia personal.
Si bien se admite que hay una amplia gama en el grado de aceptación de lo ideal, debiera recordarse que las pautas que han evolucionado de la experiencia nos demuestran cómo desarrollar la disciplina de la que emana nuestra verdadera libertad.
Las reglas morales son la aplicación en la vida humana de la norma divina de la perfección — la norma que usa Dios al crear al hombre. Obedecer las leyes de Dios es un paso previo en nuestra expresión individual de perfección — el reconocimiento de nuestra individualidad que ya es perfecta como imagen y semejanza de Dios, en lugar de la creencia que somos mortales obstinados o egoístas. Este reconocimiento amanece en la consciencia humana sólo gradualmente. Nuestra vida diaria es el laboratorio en el que probamos la perfección espiritual para nosotros — aprendemos a saber la verdad que nos hace libres y revela nuestra verdadera identidad. La Sra. Eddy hace hincapié en este proceso gradual pero inevitable: “Emérjase suavemente de la materia hacia el Espíritu. No hay que imaginar que la espiritualización final de todas las cosas se pueda impedir, sino que hay que venir más bien de manera natural al Espíritu por medio del mejoramiento de la salud y las condiciones morales y como resultado de progresos espirituales”.Ciencia y Salud, pág. 485;
Las normas no tienen por qué ser consideradas limitaciones. Son criterios que nos ayudan a medir cuánto significan realmente las cosas para nosotros; son la señal del camino que mide nuestro progreso hacia nuestras metas. Las reglas y normas son los puntos de referencia para nuestras decisiones. Cuando estas normas coincidan con las demandas que Dios nos hace para que crezcamos espiritualmente, tomaremos nuestras decisiones con verdadera libertad y no serán dictadas por los caprichos variables de la popularidad o por la tiranía de la conformidad al ajustarnos a las normas de otra persona, ni probarán ser huecas cuando no se las vive. Este concepto de moralidad nos libera para que seamos nosotros mismos. Ya no estamos sujetos a normas impuestas desde afuera, sino que tomamos la iniciativa para establecer nuestras normas según Dios nos las revela. Ya no buscamos quebrantar las reglas o prescindir de ellas, sino traducirlas a requisitos espirituales significativos en nuestro propio crecimiento hacia el cielo.
Éste es el cumplimiento de la ley de la justicia que la Biblia recomienda en nuestra vida diaria: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana... Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios”. 1 Pedro 2:13, 15, 16.