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Cómo echar fuera y destruir la enfermedad

Del número de noviembre de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Existe un deseo generalizado de erradicar la enfermedad de la vida humana. En el campo médico grandes recursos humanos de tiempo, energía y dinero se han dedicado — y se están dedicando — para lograrlo. El método confiable — el método espiritual para alcanzar esta meta — se encuentra en la Ciencia Cristiana.Christian Science (crischan sáiens)

Esta Ciencia, profiláctica y terapéutica, demuestra que la enfermedad es una creencia del pensamiento mortal, no una realidad espiritual creada por Dios. La enfermedad puede erradicarse en la medida en que la enfrentamos con estos puntos básicos de la metafísica divina.

La enfermedad, siendo una creencia mortal, no puede ir y venir a voluntad, ya sea a través del tiempo o del espacio. Comprender esta verdad significa contar con un arma poderosa para combatirla. Si nos vemos confrontados por una enfermedad que al principio pareciera manifestarse sólo en alguna pequeña parte del cuerpo, pero que luego se va extendiendo, podemos combatirla de inmediato con la verdad espiritual. La Mente echa fuera del pensamiento humano la creencia en la enfermedad y la destruye cuando se reconoce que la realidad es siempre la Mente y que esto es cierto aun donde parece existir la enfermedad.

La enfermedad no es ni inteligente ni activa. Carece de dirección, estrategia, propósito o función. En las palabras de Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “La enfermedad no tiene inteligencia con que moverse de una parte a otra o transformarse de una forma en otra. Si la enfermedad cambia de lugar, es la mente y no la materia, la que la mueve; por consiguiente, estad seguros de eliminarla”.Ciencia y Salud, pág. 419;

Para eliminar del todo la enfermedad, es vital comprender que el hombre es una idea espiritual y no un organismo físico y finito. El ser del hombre está comprendido en Dios, el Espíritu, y jamás radica en la materia. La enfermedad pertenece únicamente al mundo ilusorio de la materia. Por lo tanto, no puede ni entrar en el hombre ni salir del hombre.

He aquí dos puntos vitales: no sólo es imposible que la enfermedad se mueva por sí misma de un lado a otro, sino que el hombre es inmune a sus pretensiones. Por ejemplo, al tratar la creencia en una erupción que va cundiendo, las verdades mencionadas serán útiles para obtener la curación. El tratamiento así basado tiene la autoridad de la inteligencia divina, la Mente, y expresa la omnipotencia sanadora de la Mente. La Mente divina es inteligencia y acción universales y ciertamente nunca otorga inteligencia o acción a sus opuestos, la materia y la enfermedad. El atribuirle movimiento o acción a algo que no sea Dios v Su idea es, en realidad, idolatría.

El tratamiento que sana es aquel que se origina en la inteligencia inmortal y que no da cabida a ninguna consciencia que no sea la consciencia de Dios. En el todo de la inteligencia, la enfermedad no puede existir. Y debido a que no puede existir, tampoco puede actuar, crecer ni extenderse. El tratamiento mental tiene autoridad divina sanadora sólo cuando está firmemente basado en el hecho de que Dios es Todo y Único, y que el hombre es la expresión de Dios. El tratamiento metafísico no consiste en intentar aminorar mentalmente la enfermedad como si la enfermedad fuera algo real. Tampoco consiste en esforzarse por contenerla así como el rey Canuto trató de contener la marea. El tratamiento estriba en reconocer con confianza que Dios es el origen de todo movimiento y de toda vida. Al comprender esta verdad, vemos que la enfermedad desaparece, que es erradicada de la experiencia humana, por la Verdad divina.

Cristo Jesús le atribuía poder solamente a Dios. De ahí que él haya sido el hombre más alejado de la idolatría que jamás haya existido. Él sabía que la única acción o movimiento verdadero es el divino. Refiriéndose a él, la Sra. Eddy dice: “No pretendió tener inteligencia, acción, ni vida separadas de Dios”.ibid., pág. 136; La enfermedad, arguyendo en favor de su supuesta realidad, pretenderá que puede moverse o actuar dentro del factor tiempo. Intentará decir que hizo su aparición en la consciencia o en el cuerpo hace una semana, o quizás hace un momento. Pero la enfermedad no puede moverse dentro del factor tiempo, porque en la eternidad de la Vida y de su idea, el hombre, el tiempo no existe.

Aun si la dolencia física ocasionada, digamos, por algún órgano enfermo, pareciera haber persistido por mucho tiempo, podemos hacer frente a este alegato con la Verdad. Puesto que la perfección del hombre es un hecho espiritualmente cierto ahora mismo, en realidad nunca tenemos que esperar una curación. La integridad y santidad del hombre, que es siempre nuestro ser verdadero, ya están establecidas. Nuestro verdadero ser nunca ha formado parte del factor tiempo, ni siquiera temporalmente. Un poderoso erradicador de la enfermedad es la verdad de que la discordancia, la cual es temporaria, nunca puede entrar en el hombre, el cual es eterno.

Algunas veces puede que parezca que la nítida claridad espiritual que anhelamos percibir para sanar algún problema que persiste, estuviera más allá de nuestro alcance. En tales casos podemos por lo menos recordar que las pretensiones de cualquier enfermedad que estemos enfrentando y tratando de erradicar son solamente temporarias. Esto calmará nuestro pensamiento y nos elevará a razonar sobre un nivel más espiritual. Podemos saber que la discordancia está ahora mismo acercándose a su nada — acercándose a la inexistencia, que, según la Ciencia absoluta, es adonde pertenece.

Hagamos hincapié en que la enfermedad no tiene inteligencia ni acción. No puede moverse por sí misma. Cuando comprendemos esto, se echa fuera la enfermedad — se destruye por la comprensión de que la Vida divina, siempre activa, está en todas partes, siempre. En las siguientes palabras Cristo Jesús expuso la poderosa autoridad espiritual con que contamos: “Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible”. Mateo 17:20.

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