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Amor al mundo

Del número de diciembre de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Las obras de ingeniería, las artes y artesanías, mejoras en la agricultura... ¿debe uno apartarse de tales empresas y delicias de la humanidad? ¿Significa ese apartarse espiritualidad?

Hay una diferencia muy importante entre amar al mundo y amar la mundanalidad, una diferencia entre amar a la humanidad y estar absorto en una manera de vivir material.

“De tal manera amó Dios al mundo”, nos dice la Biblia, “que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan 3:16; ¿Porque Dios ama al mundo, no debiéramos nosotros amarlo también? El significado que para nosotros tiene amar al mundo, es comprender y gozar de lo que es bueno en la vida y ayudar a eliminar los problemas que vemos en nuestro rededor.

No podemos amar al mundo escapando humanamente de sus condiciones o pretendiendo — creyendo simplemente — que el mundo no está ahí. Al amar al mundo no restringimos nuestra perspectiva a lo que nos rodea. Nos regocijamos en el hecho de que si bien mucho de lo bueno que hay en el mundo no se atribuye directamente a las actividades de la religión, sí es atribuible a la presencia y poder del Cristo, la Verdad. Amar al mundo significa estar consciente del valor abundante de mucho de lo que hay en el mundo y estar agradecido por ello.

Amar la mundanalidad significa estar tan absorto en el mundo — como la tinta en un papel secante — que nos falta la dimensión y capacidad espirituales que reconocen que el bien genuino tiene sus raíces en Dios, el bien infinito. Amar el mundo significa interesarnos tanto en poner fin a todo lo que en él no valga la pena que abandonamos el interés en nosotros mismos lo suficiente como para orar por el mundo, para invalidar todo lo que se opone al bien auténtico. El sólo ignorar las pretensiones de la discordia, especialmente cuando estamos aprendiendo por medio de la Ciencia a relacionar el poder sanador de la Verdad a esas pretensiones, sería egoísta y no cristiano. Desestimar la enorme exigencia de más justicia y paz sería igualmente no cristiano. Refiriéndose a lo que es ser un Científico Cristiano verdadero, Mary Baker Eddy dice: “Vive para toda la humanidad y honra a su Creador”.Escritos Misceláneos, pág. 294;

Amar al mundo es no temerlo o agraviarse por él. Es apreciar el poder del bien, ver que está impulsado por Dios y divinamente sostenido. Y, por otra parte, reconocer la impotencia de la discordia, la codicia y la insensibilidad. El propósito de la Ciencia Cristiana no es el de denigrar o criticar destructivamente a la humanidad, sino bendecirla.

Al fundar el The Christian Science Monitor la Sra. Eddy indica esto implícitamente. Esta acción es inseparable de la revelación del ser verdadero que le vino a ella, y que hizo aún más práctico su amor por la humanidad. Su mira por el periódico está en perfecto acuerdo con el propósito de la Ciencia Cristiana. “La finalidad del Monitor”, dice, “es no hacer daño a nadie, sino bendecir a toda la humanidad”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 353;

La mira ideal de cada Científico Cristiano es paralela a la del Monitor. Y en la enseñanza de la Ciencia, que Dios es el bien omnipotente, descansan los medios, el método práctico, de no dañar a los demás sino bendecirlos. La Ciencia enseña que la realidad no es lo que generalmente se juzga que es, hecha de un enorme universo material y un hombre corpóreo encajado en una esquina de este universo relativamente pequeña. La realidad consiste en Dios y Su ilimitada expresión que aparece en el hombre y en toda la creación. Muchos están reconociendo la primacía del bien. Expresan esto exhortando la paz y compasión en lugar de la codicia por el poder material y la dominación personal. Para lograr esto, es básico comprender la Ciencia Cristiana. Aporta la manera científica de discernir entre el poder verdadero y el falso, entre lo que pretende ser el bien y el verdadero bien.

En la metafísica divina la realidad no es bilateral, espiritual y material. Sólo hay un plano del ser, una clase de realidad, la espiritual. El bien es total, no está limitado total o parcialmente en algún territorio de otro mundo. El mundo —este mundo, cuando lo vemos correctamente — se mueve a lo largo de las órbitas del Amor, no a lo largo de algún sendero que sea de su propiedad.

Es posible que el bien parezca, a veces, casi como un ave del paraíso en la selva, que sólo aparece a intervalos y, en tal caso, tímidamente. Esto no evidencia la naturaleza del bien sino la de la visión humana de él.

Las aventuras artísticas, no menos que las proezas de ingeniería, que ayudan a la humanidad a que se sienta más segura y rica, por lo menos son indicación del cuidado y presencia del Espíritu. Confirman la infinitud del Espíritu, aunque es posible que sólo veamos esa infinitud tenuemente.

¿Dónde vivimos realmente? En el Espíritu infinito. No existe otro lugar en que podamos estar. En el grado en que comprendemos esto, vemos evidencia del Espíritu y su actividad donde quizás no la hayamos notado antes. Contribuimos en cierta medida a poner por obra un mundo mejor, y observamos un mundo mejor. Cuando amamos el Espíritu, amamos todo. Esto es así porque vemos todo en su verdadera sustancia e identidad espirituales.

“Sentir fuertemente que se está en un ambiente falso, y sufrir a causa de la mentalidad que se opone a la Verdad, denota ese estado mental que la comprensión verdadera de la Ciencia Cristiana primero elimina y luego destruye”,La Unidad del Bien, pág. 56. nos dice la Sra. Eddy. Sentirse, ya sea abrumado por “un ambiento falso” y una “mentalidad que se opone a la Verdad” o arrastrado irremediablemente a ellos, es, de hecho, sintomático de la mundanalidad. La Ciencia Cristiana aporta un nuevo punto de vista, el puramente espiritual. Desde ese punto de vista amamos el mundo en un sentido especial y único — de una manera científica, apreciativa y sanadora.

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