La actividad del Cristo es incesante. El Cristo, la expresión del poder sanador y salvador de Dios, está constantemente en acción, actuando universalmente para salvar a los mortales de la mortalidad y para sanarlos del pecado y la enfermedad.
Esta actividad todavía es, en gran parte, desconocida. La humanidad cree que el Cristo se limita a la persona de Jesús. Todavía está esclavizada por el temor y la limitación debido a que no ha percibido la esencia o idea espirituales, el Cristo, la Verdad.
La Ciencia Cristiana revela que el Cristo es universal y eterno; que no está limitado a una época o secta religiosa. El Cristo es la idea misma de Dios, siempre coincidente con Su mandato divino: “Sea la luz”. Gén. 1:3; Está en plena y continua acción, iluminando la consciencia humana y despertándola a las realidades espirituales.
Cristo Jesús dijo a sus discípulos: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días”. Mateo 28:20; Ellos llegaron a comprender que esta declaración no profetizaba la presencia eterna del Jesús humano sobre la tierra, sino el Cristo continuo y siempre presente. El Cristo eterno es la idea de la perfección y poder divinos procedente de Dios y reflejada en el hombre y el universo. Jesús demostró esta idea valerosamente, mereciendo así el título de Cristo Jesús.
El Cristo en algunas ocasiones ha sido más evidente que en otras. Moisés, Isaías y otros profetas vieron y previeron esta manifestación del poder y naturaleza de Dios. Mucho antes de la época de Jesús las personas de pensamiento espiritualizado que amaban a Dios y al hombre, vieron — y probaron en cierto grado — que el Cristo libera, salva del mal, sana y restaura física y mentalmente y nos induce individual y colectivamente a comprender a Dios.
Hoy la Ciencia Cristiana está afirmando que el Cristo está presente para ser reconocido en su totalidad y realidad siempre activa. La Sra. Eddy escribe: “Sólo hay un Cristo. Y desde la eternidad hasta la eternidad este Cristo nunca está ausente”. Compara nuestra experiencia en aprender esto con la experiencia de Pedro cuando trató de caminar sobre el mar para llegar hasta donde estaba Jesús y tuvo que pedir la ayuda del Salvador. Ella continúa: “Así es que caminamos aquí en la tierra y esperamos la manifestación plena del Cristo hasta que haya pasado la larga noche y alboree la mañana en el día eterno. Entonces, si el pecado y la carne son rechazados, conoceremos y contemplaremos más de cerca al Cristo encarnado y estaremos satisfechos de continuar con santos y ángeles hasta que despertemos a la semejanza del Cristo”.Message to The Mother Church for 1900, págs. 7–8;
El Cristo revela al pensamiento receptivo la naturaleza enteramente espiritual de Dios y el hombre, la semejanza de Dios. Rompe las cadenas de la limitación y el temor. Eleva la esperanza y la fe por encima de las apariencias de los sentidos físicos a la comprensión del reino de los cielos, al reconocimiento de la bondad de Dios, de Su gobierno siempre presente y de Su amor omnipotente.
Como la luz del Espíritu, el brillo de la Verdad, el Cristo es aún más inagotable que los rayos del sol y más penetrante. Penetra en la consciencia humana, la purifica e ilumina, dispersando la oscuridad de la ignorancia y la enfermedad. Esta acción salvadora no se demora. Es simultánea con la omnipresencia de Dios. Estaremos más conscientes de la idea espiritual y perfecta de Dios a medida que rechacemos la evidencia material y apartemos de nuestro pensamiento el temor y la duda, mediante la oración, el estudio espiritual, la gratitud y el gozo.
No hay lugar o tiempo en que el Cristo no esté actuando, transformando la consciencia humana. Su actividad no puede ser interrumpida, postergada, quebrantada o anulada. Es apacible, imperativa y constante. Y cuando el Cristo ha llegado a la consciencia humana, podemos saber que la actividad sanadora no cesará. El Cristo continúa su obra. Ninguna sugestión de temor, insuficiencia o vanidad puede inducirnos a dudar del siempre activo poder sanador de Dios.
Estar conscientes del Cristo no significa meramente pensar en Jesús, sino comprender la perfecta filiación del hombre con Dios, la cual ejemplificó Jesús. Es mantener continuamente en el pensamiento esta perfecta filiación. Jesús estaba absolutamente convencido del Padre perfecto e hijo perfecto. La obra de su vida fue la demostración de este ideal e impartió su entendimiento a los demás para salvación de la humanidad.
Cuanto más poseamos esa Mente que estaba en Cristo Jesús y expresemos la inteligencia divina, más conscientes estaremos de la presencia sanadora e infalible del Salvador. Esta idea verdadera del ser aleja el pensamiento de lo terrenal, de la historia mortal y de la genealogía, hacia el Espíritu como el único origen, creador y Principio del hombre.
Si concentramos nuestro pensamiento en la evidencia material o en las manifestaciones del mal, esto nos privará de la luz de las ideas inherentes al Cristo, que siempre están disponibles para disipar el temor, la duda y la desesperación. Estas ideas a la manera del Cristo inspiran a la consciencia humana con medios prácticos para ayudar al prójimo individual y colectivamente. Armados con la verdad espiritual podemos avanzar para luchar contra las sugestiones del mal que pretenden negar la presencia del reino de Dios.
No fue la persona o cuerpo de Jesús lo que hizo que la gente reconociera al Mesías hace casi dos mil años. Fue el poder sanador y gracia del Cristo que tan ampliamente ejemplificó. Por lo tanto, no es una determinada circunstancia material, personalidad o lugar lo que revela la acción sanadora hoy en día. Es el sentido espiritual, el afecto puro, el amor desinteresado y la gracia lo que lo logran.
A veces puede parecer que existe una brecha entre nuestra aceptación de un hecho espiritual y nuestra habilidad de probarlo en la curación. Cuando nos sentimos así, podemos estar seguros de que la brecha ya la ha llenado el Cristo, la Verdad. Éste es el momento de orar más sinceramente para obtener una comprensión más profunda del amor de Dios por el hombre. A medida que renunciamos a la creencia de que la vida, sustancia e inteligencia están en la materia, y obtenemos el verdadero sentido del ser como enteramente espiritual, discernimos más claramente la perfección actual. La demostración del Cristo sanador no va detrás de la comprensión espiritual, sino que son coincidentes. No existe brecha alguna entre Dios y el hombre, no hay retraso, dilación o interrupción del bien.
El Salvador de la humanidad es el mismo hoy como en la época de Jesús, y continuará invariable. Este Mesías o Cristo es la revelación divina de la perfecta filiación del hombre con Dios, de la unidad y coexistencia del hombre con Él. Es impulsado y dotado de poder por Dios. Podemos vivirlo. Nada puede privarnos de él. Podemos confiar en el Cristo y decir con las palabras de la Sra. Eddy:
En nuestro andar
tú nuestro firme apoyo fiel,
Señor, serás.Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 23.
