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Una nueva concepción, un nuevo nacimiento

Del número de diciembre de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Las costumbres modernas y la llamada nueva moralidad han engañado a muchos imprudentes y los han llevado a experimentar con normas de vida que no se conforman a los valores de la vida cristiana. Aquellos que se apartan de estos valores es posible que descubran que estas supuestas nuevas libertades no los liberan en modo alguno. Las situaciones inmorales les dejan un sentimiento de impureza y entonces anhelan volver a la pureza que conocieron cuando seguían costumbres distintas.

Este anhelo de regeneración es un primer gran paso hacia la pureza e inocencia que constituyen la verdadera naturaleza del hombre. Aunque acaso haya muchos otros pasos que dar, este primer anhelo de libertad moral asegura al individuo de honesto corazón que finalmente obtendrá su liberación.

Jesús anunció a sus contemporáneos el mismo mensaje que la Ciencia Cristiana anuncia a los buscadores de esta época. Jesús dijo: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Nicodemo interpeló al Maestro: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” Jesús respondió: “El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”. Juan 3:3–5;

Hoy en día bien puede que escuchemos una interpelación similar: “¡Pero ya el error se cometió! ¡He perdido mi inocencia! ¿Qué puede lavar la mancha?” Si el nuevo nacimiento es una posibilidad presente, y Jesús sabía que lo era, entonces experimentar ese nuevo nacimiento nos limpiará de todas las impurezas. Sin embargo, antes de que pueda haber nacimiento, debe haber concepción. La concepción precede siempre al nacimiento y el nuevo nacimiento no es una excepción a la regla. El esfuerzo por renacer entraña la profunda necesidad de obtener una concepción espiritual del ser. Uno debe adquirir la consciencia de su ser en el Espíritu, en Dios, como eternamente puro e inocente, el hijo perfecto de su Padre-Madre, el Espíritu.

Dios no creó al hombre susceptible de perder su estado original de pureza e inocencia espiritual. Dios crea al hombre a Su propia imagen, y Dios ama a Su creación. Jamás sería compatible con la naturaleza del divino Amor creador tentar a sus amados hijos con el pecado destructivo. La Ciencia Cristiana revela que la naturaleza del hombre es incapaz de caer, y destruye para siempre la ilusión de una vida separada de Dios, una vida que podría mancharse y hacerse impura.

Allí mismo donde el mundo ve a un mortal pecador existe el verdadero ser de cada uno, la perfecta creación de Dios. No existen dos ideas con las cuales se ha de contender: el pecador y la criatura perfecta — sólo hay una, el hombre perfecto de Dios. Es sólo a través de la lente de la materialidad que uno ve una visión deformada de sí mismo que necesita regeneración. La materialidad es lo que necesita ser corregido.

Por medio de un concepto correcto de Dios podemos obtener un concepto correcto del hombre. Así comenzamos a comprender que este concepto correcto es el único concepto que podemos tener acerca de nosotros mismos. Entonces, vemos claramente la irrealidad de esa falsa visión acerca del hombre que lo presenta como un mortal pecador que puede ser engañado y privado de su inocencia y pureza originales.

La Sra. Eddy dice: “El nuevo nacimiento no es obra de un momento. Empieza con momentos y continúa con los años”.Escritos Misceláneos, pág. 15; Así ocurre con la concepción espiritual que precede al nuevo nacimiento. Marcha adelante de la mano con el nuevo nacimiento; “empieza con momentos y continúa con los años”. Este desarrollo de una percepción más clara de nuestro ser verdadero —desarrollo que es parte integrante del nuevo nacimiento — no es un acontecimiento que ocurre sólo una vez, sino que es un hecho continuo.

Jesús dijo que el nuevo nacimiento es nacer “de agua y del Espíritu”. El agua simboliza purificación y limpieza, y el Espíritu purifica a todos los que se tornan de los conceptos materiales a los espirituales. Separar lo puro de lo impuro es la obra constante de la regeneración. Quien se concibe como la imagen pura de Dios y reconoce que siempre ha sido esta imagen, con prescindencia de los caminos erróneos por los cuales se hubiere aventurado, puede comenzar a probar que está separado de toda impureza de pensamiento y acción. La Sra. Eddy dice: “La purificación o bautismos por el Espíritu, desarrollan, paso a paso, la semejanza original del hombre perfecto y borran la marca de la bestia”.ibid., pág. 18;

Pero, ¿qué ocurre cuando deseamos profundamente la pureza del Espíritu y, sin embargo, nos sentimos atrapados en las viejas costumbres? Algunas personas desesperan de recuperar alguna vez su pureza. Sin embargo, mucha de esta desesperación se deriva del concepto erróneo que uno abriga acerca de sí mismo, el cual acepta el mal que se ha cometido como parte integrante de la identidad. El mal nunca forma parte del hombre. El pensamiento erróneo y las acciones equivocadas que de él se derivan son sólo sugestiones impersonales que carecen de poder real. Debemos negarnos a aceptar que forman parte alguna de nosotros. Podemos comprender que las sugestiones impuras no provienen de nuestro propio pensamiento, sino que son el producto de la mente mortal fraudulenta, ya que siendo el reflejo de Dios sólo podemos pensar los pensamientos puros que provienen de la Mente divina.

Es sumamente importante que descubramos la falsedad de la creencia de que los malos pensamientos son parte integrante de nuestra consciencia. Sólo cuando lo hacemos podemos liberarnos de la trampa de la autocondenación. Mientras exista un resto de condenación propia en nuestro pensamiento ello será señal de que no hemos comprendido claramente la nueva concepción del ser que acompaña al nuevo nacimiento. Esto en modo alguno significa una actitud de indiferencia frente al pecado. Las obras de la Sra. Eddy ponen bien en claro que el pecado debe ser visto como tal y que debe haber un profundo arrepentimiento del pecado antes de que los mortales se puedan regenerar. Sin embargo, la capacidad para reconocer el pecado y arrepentirse y liberarse para siempre de él, aumenta cuando uno comprende que, por lo demás, el pecado jamás fue su pecado.

Cuando Pablo percibió su necesidad de un nuevo nacimiento, ciertamente tuvo que obtener un nuevo concepto de sí mismo. Uno puede imaginarse la entereza que ha debido expresar para no mirar hacia el pasado y sentirse agobiado por las circunstancias de ese pasado. Pablo mismo dijo: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Filip. 3:13, 14; Si Pablo hubiera pensado y repensado en los errores de su pasado, indudablemente hubiera fracasado frente a las muy apremiantes exigencias de su nueva obra: desempeñar un papel singularísimo en el establecimiento de la iglesia cristiana primitiva.

A decir verdad, la concepción del hombre real va de la mano con el nuevo nacimiento. La Sra. Eddy dice: “Este nacimiento espiritual revela al entendimiento extasiado una concepción más elevada y más santa de la supremacía del Espíritu, y del hombre como Su semejanza, por medio de la cual el hombre refleja el poder divino para sanar al enfermo”.Esc. Mis., pág. 17.

La mente mortal querría que pensáramos y repensáramos en nuestros errores y que sintiéramos que la honestidad nos exige contar a alguien cómo éramos antes. Si la ocasión requiere verdaderamente hacer saber a otros los errores que hemos cometido, entonces podremos hacerlo sin temor de represalia o condenación. Sin embargo, la necesidad de contar nuestros errores a otros suele ser sólo una forma de indulgencia propia. Uno no necesita narrar un pasado sórdido más de lo que necesitaría contemplar los síntomas sórdidos de una enfermedad.

Al despuntar el alba de una nueva concepción y experimentarse el nuevo nacimiento vemos más y más que el nuevo ser —nuestro único ser verdadero — está centrado en Dios, es semejante al Cristo, y es puro. Entonces la necesidad de volver al error pasado desaparece porque comprendemos que verdaderamente no tiene más realidad que la de una pesadilla.

¡Cuán maravilloso es ser limpio, puro e inocente! Sea cual fuere el lugar donde hayamos estado, la Ciencia Cristiana nos da un entendimiento de Dios y del hombre que hace de esto una posibilidad presente.

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