Conocí la Ciencia Cristiana en octubre de 1971. En esa época pasaba por un momento muy angustioso. Pedí la dirección de la Iglesia de Cristo, Científico, en Rosario, y el horario de los cultos religiosos para ver de qué se trataba. Fui a la iglesia y pregunté si alguien podía explicarme esta enseñanza. Me presentaron a una practicista de la Ciencia Cristiana que con mucho amor me explicó algunas de las verdades básicas de la Ciencia Cristiana. Me prestaron Ciencia y Salud por la Sra. Eddy.
Comencé a leer este bendito libro con una ansia inmensa de encontrar solución a todas las dificultades que tenía por delante, y pedí a Dios que me diera la comprensión y paciencia que necesitaba en ese momento. Gracias al aliento que me dio la practicista, a medida que iba leyendo fui adquiriendo paz y esperanza, y mi confianza en Dios aumentó. Siempre supe que Dios todo lo sabe, todo lo ve y todo lo puede, pero a pesar de la fe que tenía siempre estaba enferma. Desde la edad de cuatro meses sufrí de bronquitis crónica. Más tarde se descubrió que la columna vertebral estaba desviada en tres partes. Los médicos dijeron que no tenía curación. Por lo que veían en las muchas radiografías que me tomaron, dijeron que la columna vertebral estaba así desde mi nacimiento. Los especialistas de los pulmones decían que un pulmón no trabajaba. También enfermé del hígado y me operaron tres veces; pero seguí igual y no podía comer muchos de los alimentos.
Debido a la doctrina de mi anterior religión, pensé que debía aceptar todo esto porque era la voluntad de Dios. Sin embargo, nunca me pude resignar verdaderamente a esto. Pensaba que era imposible que Dios me hubiera castigado siendo tan chica. Cuando conocí la Ciencia Cristiana estaba pasando por un momento angustioso. Pedí a Dios que me ayudara a salir de ese pozo. Cuando entré por primera vez en la iglesia de la Ciencia Cristiana en Rosario, vi en la pared estas palabras de Ciencia y Salud: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (pág. 494). Esas palabras fueron como un bálsamo. Vi que Dios no me había castigado; por el contrario, Dios me ama y Él ama a todos Sus hijos.
Pronto aprendí a estudiar la Lección-Sermón en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. A medida que estudiaba fui comprendiendo mejor la Ciencia Cristiana. En la Biblia encontré lo que Cristo Jesús dice en el Sermón del Monte: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6). Yo tenía hambre y sed de justicia. El versículo me hizo ver que la verdadera justicia es la justicia divina; y así empecé a comprender la realidad del bien y la irrealidad del mal. Comprendí que, como idea de Dios, estaba creada a la imagen y semejanza de Dios, y como Dios es perfecto, el hombre es perfecto. Su imagen no puede estar enferma. Empecé a comer de todo y dejé de usar los remedios materiales y de consultar a los médicos. Ahora mi médico es Dios y mi remedio es la fe basada en mi creciente comprensión de las leyes espirituales.
Gracias a Dios fui progresando espiritualmente. Mis problemas fueron resueltos. No puedo precisar cuándo sané, pero me siento libre de los malestares físicos. Desde el primer momento que comprendí la Ciencia Cristiana dije que dedicaría mi tiempo a Dios y a esta Ciencia divina; y eso fue lo que hice. Más tarde fui miembro activo de una iglesia filial, y más adelante tuve el privilegio de ser miembro de La Iglesia Madre. Antes de dos años pasé instrucción en clase. Por todo esto y por todas las bendiciones que recibo a diario, agradezco infinitamente a Dios.
Rosario, Argentina
