El año pasado me desperté una mañana y encontré que las coyunturas de los brazos y de las piernas se habían inflamado e hinchado y las articulaciones de las muñecas y dedos estaban rígidas y deformadas. Me resultaba doloroso y difícil caminar y usar los brazos y las piernas.
Durante varios días traté de hacer frente a la situación con mis oraciones y el estudio de la Biblia y de las obras de la Sra. Eddy; pero me di cuenta de que estaba llena de temor y de ansiedad porque no podía desempeñar mis tareas normales. Por eso llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana y le pedí que me diera tratamiento. Su respuesta serena y afectuosa inmediatamente disminuyó el temor.
Durante las semanas siguientes, con paciencia inagotable, ella me ayudó a elevar mi pensamiento por encima de la evidencia material a las verdades espirituales del ser — que el hombre es el hijo de Dios, creado a Su semejanza, por lo tanto él es espiritual y perfecto. Ella se aferró al hecho de que el bien es el único poder. En lo que a mí respecta, hice todo lo que pude para expresar actividad normal, aun cuando hacer esto me era doloroso. Lo que yo no podía hacer, lo hacía mi marido manifestando mucho amor.
La practicista me dio muchas citas de las obras de la Sra. Eddy, que ayudaron enormemente a elevar mi pensamiento. Uno de los pasajes dice (Ciencia y Salud, págs. 393–394): “El hombre nunca está enfermo, porque la Mente no está enferma y la materia no puede estarlo. Una creencia errónea es a la vez el tentador y el tentado, el pecado y el pecador, la enfermedad y su causa. Es bueno tener calma en la enfermedad, estar lleno de esperanza es aun mejor, pero entender que la enfermedad no es real y que la Verdad puede destruir su aparente realidad, eso es lo mejor de todo, ya que este entendimiento es el remedio universal y perfecto”.
Creo que el cambio decisivo se produjo cuando la practicista, percibiendo el temor que le tenía al nombre clínico de la enfermedad, me dio esta cita: “el mal no tiene ni morada ni nombre”. La frase entera dice (ibid., pág. 537): “En el primer capítulo del Génesis, el mal no tiene ni morada ni nombre”.
En poco tiempo desapareció la hinchazón de las piernas, y pude caminar normalmente; a los brazos y manos les llevó más tiempo, pero finalmente también volvieron a la normalidad.
Toda la experiencia me dejó sumamente agradecida, no solamente por esta maravillosa curación, sino por muchas otras curaciones que he tenido desde que empecé a estudiar la Ciencia Cristiana. Fui sanada de fuertes dolores de cabeza y de una tendencia a pescar resfríos que venían acompañados de dolores de garganta. Antes de conocer la Ciencia Cristiana era penosamente tímida y muy temerosa, y por más que luché para vencer estos impedimentos, tuve muy poco éxito. Ahora, mirando retrospectivamente, me doy cuenta de que he ido perdiendo gradualmente esos rasgos de carácter. Por eso no es de extrañarse de que esté muy agradecida a Dios por Cristo Jesús y por la Sra. Eddy, quienes nos mostraron el camino de la curación por medios espirituales, y por los practicistas de la Ciencia Cristiana, que siguen sus huellas. Por su vida dedicada y disciplinada, los practicistas están preparados para responder a los pedidos de ayuda y para curar al dar de la rica abundancia de su corazón (ver la versión en inglés del Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 139).
Londres, Inglaterra
