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¿Cuándo ayudar?

Del número de junio de 1978 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Esta pregunta habrá de presentarse: ¿Debiera darse tratamiento mental a una persona sin su conocimiento o consentimiento?” Escritos Misceláneos, pág. 282;

De esta manera la Sra. Eddy comienza un artículo llamado “La curación mental intrusa”. Éste trata de la pregunta que ella formula, pregunta que ciertamente se le ha presentado a la mayoría de los Científicos Cristianos.

Como estudiantes de Ciencia Cristiana nos esforzamos por seguir el ejemplo de Cristo Jesús. La nota tónica de su enseñanza fue amar a Dios sin reserva, y al prójimo como a sí mismo.

Después de que cierto abogado había citado este precepto fundamental, preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”. Lucas 10:29; Jesús entonces dio la parábola del buen samaritano, probablemente una de las más amadas enseñanzas cristianas de todos los tiempos. La mayoría de los cristianos, y ciertamente la mayoría de los Científicos Cristianos, anhelan expresar la compasión del samaritano, más bien que la indiferencia del sacerdote y el levita que pasaron de largo.

Pero, ¿hasta dónde podemos ir al ayudar con la Ciencia Cristiana a alguien que no ha pedido ayuda?

Un Científico Cristiano no tiene derecho de interferir en los pensamientos de otra persona sin su consentimiento. En el artículo ya mencionado la Sra. Eddy cita dos excepciones: “Si los amigos de un paciente desean que le deis tratamiento sin que él lo sepa, y creen en la eficacia de la curación por la Mente, a veces es prudente hacerlo, y el fin justifica los medios; pues mediante la Ciencia Cristiana el paciente es restablecido cuando otros medios han fallado. Otra ocasión en que se podría dar ayuda sin que sea solicitada es en caso de accidente, cuando no hay tiempo para formalidades y no hay otra ayuda a mano”.Esc. Mis., pág. 282;

¿Qué hace uno entonces, cuando ve una situación discordante y no se le pide ayuda? La respuesta no es pasar de largo. Un Científico Cristiano no puede ignorar ningún sentido del mal que se le presente, ya sea en las páginas de su periódico o en las noticias vespertinas de la televisión o en su vida diaria.

Es aquí donde necesitamos ver claramente la diferencia entre el tratamiento solicitado por una persona, y el tratar un error como falsa creencia general. En el primer caso, el practicista — quien esté dando el tratamiento — hace su trabajo mediante la oración, específicamente para el paciente que lo ha solicitado. Si usa argumentos mentales, los enfoca directamente a la situación pertinente. De acuerdo con lo que el caso requiera, el paciente es identificado específica e individualmente como el hombre, la idea de Dios, que refleja todo lo bueno de Dios.

Es posible que no se pida tratamiento para una persona sino ocasionalmente. Pero un Científico Cristiano siente la exigencia de orar constantemente para sanar las creencias del mundo. Este trabajo no es para un paciente o persona en especial. En cambio nos da la oportunidad de negar las malas circunstancias y afirmar los hechos espirituales para todos. Por ejemplo, uno no da tratamiento a la condición lisiada de “ese hombre”; se da tratamiento a la propia tentación de creer en la herencia o en accidentes, en cualquier lugar y para cualquier persona. Se elimina del propio pensamiento el concepto equivocado del hombre como materia. De esta manera el Científico Cristano no ha olvidado una condición de padecimiento — no ha pasado de largo — pero tampoco se ha inmiscuido en el pensamiento de otro.

Un día, en un viaje de vacaciones, tuve dos experiencias que ilustran cómo un Científico Cristiano puede ayudar en situaciones de emergencia por medio de la oración. En la mañana el ómnibus en que viajábamos se detuvo de pronto porque una joven, a quien llamaré Juanita, se sentía mal. Se bajó del ómnibus con su padre. A esta altura de nuestro viaje los pasajeros ya eran todos amigos, y varios empezaron a sugerir remedios para Juanita. Una señora que era enfermera se apresuró a ofrecerle una medicina, diciendo: “Tengo justo lo que necesita”.

Miré el Christian Science Sentinel que yo tenía en la mano y pensé: “Esto es justamente lo que necesita”. Pero no me pareció correcto bajarme del ómnibus y hablarle de la Ciencia Cristiana en ese momento. En vez, empecé a meditar sobre las verdades de la Ciencia Cristiana que había estado leyendo. Pensé en lo que es el verdadero ser del hombre como hijo de Dios. No dije mentalmente: “Juanita, tú eres hija de Dios, no te afecta ninguna condición material”. En cambio, declaré la verdad, incluyendo a todos.

Desde la ventanilla pude ver que Juanita rehusaba la medicina que se le ofrecía. Pronto se sintió lo bastante bien para volver a su asiento, que estaba adelante del mío. Cuando se sentó, le dije: “Juanita, vas a estar bien”. Y así fue.

Esa misma tarde, después de pasar horas en el ómnibus con muchísimo calor, y estando lejos de todo poblado, se desinfló una llanta. El guía del viaje nos aseguró que el chofer podía cambiar la llanta, pero que tardaría unos tres cuartos de hora en hacerlo. Rápidamente nos bajamos del ómnibus y nos dispersamos por la campiña en busca de una tregua. Luego, en lo que parecía una demostración algo similar a la de los panes y los peces, un pasajero encontró una bomba de agua y pronto muchos de nosotros empezamos a tomar agua fresca.

De pronto, vino un hombre que era de los alrededores y se puso muy agitado porque nos vio tomar el agua. Él no hablaba inglés ni nosotros checo, pero finalmente pudo hacernos comprender que el agua estaba contaminada. Inmediatamente hubo gran consternación en el grupo, e hicieron toda clase de terribles predicciones.

Me alejé de la bomba de agua y me fui caminando sola por la campiña. Éste no era un caso de preguntarse a uno mismo si se daba un tratamiento en la Ciencia Cristiana a cada persona que había tomado el agua. Yo no sabía quiénes la habían bebido. El caso que se presentaba requería tratar la creencia en una circunstancia perjudicial y en leyes de salud quebrantadas.

Lo primero que pensé fue en la declaración de Jesús a sus discípulos en relación con las estrictas reglas judías en contra del consumo de ciertos alimentos considerados inmundos: “No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre”. Mateo 15:11; Yo sabía que lo único por lo cual debía preocuparme era por lo que yo dejara entrar en mi consciencia. Sabía que no había vida ni sustancia en la materia. La materia no tiene realidad.

En la Lección Bíblica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana; de esa semana estaba esta enfática declaración de la Sra. Eddy: “La Verdad no se contamina con el error”.Ciencia y Salud, pág. 304. Razoné que el verdadero ser del hombre, que había considerado en la mañana, no podía ser contaminado por ninguna ley falsa relacionada con la salud y armonía. La lección de esa semana incluía muchas citas acerca de ley y gobierno, y pude ver claramente que el hombre está gobernado únicamente por las leyes de Dios, por la operación del Principio divino. No hay otro legislador, y no hay leyes que decreten la destrucción del hombre.

Después de unos momentos de establecer firmemente estas verdades en mi consciencia, me uní al grupo. Volvimos al ómnibus y pronto llegamos a nuestro destino. En un grupo que viaja así, todos se enteran de la salud de los demás, y puedo decir, sin equivocarme, que nadie sufrió por haber bebido de esa agua. El tratar la sugestión de que una ley de salud había sido quebrantada, sirvió para proteger a todos los que viajaban conmigo.

Somos cristianos. Somos Científicos Cristianos. Somos buenos samaritanos. Llevamos un pensamiento sanador adondequiera que surja la necesidad. La sabiduría y el amor nos dirán cuándo puede ser personalmente dirigido ese pensamiento y cuándo no.

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