El error verdaderamente desaparece ante una consciencia espiritualizada. Envío este testimonio con la esperanza de alentar a otro que esté tal vez acosado por un gran temor. He demostrado la verdad de las palabras de Pablo (Romanos 8:6): “El ocuparse del Espíritu es vida y paz”. Algunos tal vez tendrán que profundizar o trabajar con más ahínco que otros, pero la victoria aguarda al esfuerzo sincero por lo espiritual.
En mayo de 1959 tuve un parto prematuro que ocasionó grave pérdida de sangre. El partero insistió en que fuera al hospital, y sentí que debía acceder. El partero llamó a otros dos especialistas, y solicitaron autorización para operarme al día siguiente. Mi esposo y yo somos Científicos Cristianos, y yo había decidido no operarme. Como resultado, en cuatro días me dieron de alta y regresé a mi hogar.
Una semana después uno de los médicos me llamó por teléfono y me pidió que fuera a su consultorio para someterme a nuevos exámenes médicos. Le respondí que estaba segura de poder cuidarme y que no necesitaría más atención médica. Entonces me informó con firmeza y francamente que era evidente que había algo maligno y que debía recordar que tenía tres hijos pequeños y un esposo en quienes pensar y que ellos merecían toda mi consideración en este asunto.
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