“¿Por qué ha de sucederle todo esto a este hombre tan bueno?”
“¿Cómo es posible que esta mujer que está siempre ayudando a todo el mundo se vea constantemente acosada por las enfermedades?”
“¿Por qué este niño, que no tiene culpa alguna de lo que ocurre en el mundo, ha de sufrir las consecuencias de la crueldad y el odio?”
Ante la imposibilidad de encontrar explicaciones a estos interrogantes partiendo del punto de vista de una creación material, algunos individuos concluyen que Dios envía el mal para castigar a los hombres; otros que estas cosas son los misterios de la vida y que, por lo tanto, está fuera de la capacidad de los pobres mortales el tratar de elucidarlos. Y aun otros, rebelándose contra la injusticia y sintiéndose impotentes para remediarla, optan por apartarse de Dios y de toda religión y se declaran a sí mismos ateístas; se disponen a vivir sólo de acuerdo con los más altos dictados de su conciencia.
El vivir de acuerdo con el más alto concepto del bien que uno abrigue en la consciencia es un requisito específico en la Ciencia Cristiana. No obstante, en esta Ciencia nuestro concepto del bien tiene que sobrepasar un sentido limitado, humano, de las cosas y elevarse al sentido espiritual si es que hemos de triunfar sobre las discordancias de la carne. Es la consciencia espiritual que uno abriga de Dios, el bien, lo que sana y libera a la humanidad de los infortunios. La moralidad por sí sola no puede hacerlo.
La consciencia espiritual sana al enfermo, reforma a los pecadores y armoniza la vida humana. ¿Cómo alcanzamos esta consciencia? Un estudio sincero y consecuente de la Ciencia Cristiana, cuyas enseñanzas están en completo acuerdo con la Biblia, lleva al investigador a comprender que la verdadera consciencia del hombre es el reflejo de Dios, la Mente divina. La Biblia nos dice en Génesis 1:27 que el hombre fue creado a la imagen de Dios, y en el Evangelio según San Juan leemos que “Dios es Espíritu”. Juan 4:24; El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, da el término Espíritu como uno de los siete sinónimos para Dios (ver pág. 465).
Puesto que Dios es Espíritu, la consciencia del hombre es espiritual, no material. En la Mente divina no hay lugar para la enfermedad, el pecado, la muerte ni discordancias de ninguna clase. Estar alerta a esta consciencia, demostrarla en la vida diaria, laborar para echar fuera con la Verdad todos los errores de la mente mortal, trae salud, armonía y realización espiritual.
Cristo Jesús reflejaba la consciencia divina. Sabía que él procedía del Padre y que, por lo tanto, no podía haber nada que no fuera enteramente bueno en su ser verdadero. Consciente de la necesidad de despertar a la humanidad a percibir que un sentido superficial de la moralidad es insuficiente para establecer en la consciencia el reino de los cielos, dijo: “Os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Mateo 5:20;
En Ciencia y Salud, bajo “Traducción Científica de la Mente Mortal”, la Sra. Eddy define tres grados. En el segundo grado, al lado del título marginal “Cualidades de transición”, expone los componentes del estado moral. En la página siguiente, bajo el tercer grado, que define como “Entendimiento”, leemos: “Espiritual. Sabiduría, pureza, entendimiento espiritual, poder espiritual, amor, salud, santidad”. Luego añade: “En el tercer grado la mente mortal desaparece, y el hombre a la imagen de Dios aparece”.Ciencia y Salud, págs. 115, 116; Mediante la fe y compasión del segundo grado, el pensamiento ha alcanzado una mayor comprensión espiritual y amor sanador y así percibe la fuente de la cual emanan esas buenas cualidades.
En la Biblia encontramos el término “santo” usado a veces para designar al pueblo de Dios, significando con ello un alto nivel moral de piedad, bondad, fidelidad y devoción religiosa. Pero estos individuos de loable carácter — estos santos — generalmente no podían sanar a los enfermos ni resucitar a los muertos. La mayoría de ellos no había todavía alcanzado la percepción espiritual de que habla la Sra. Eddy, mediante la cual se percibe que el hombre es el hijo de Dios, no sujeto al pecado, la enfermedad ni la muerte.
En Hechos se relata el caso de una mujer que “abundaba en buenas obras y en limosnas que hacía”. Esta mujer, nos dice la Biblia, enfermó y murió. Sus amigos, hombres y mujeres afectuosos y piadosos, enviaron a dos hombres con un mensaje a Pedro rogándole que fuera a ellos sin tardanza. Pedro respondió a este llamado de inmediato. El relato continúa: “Cuando llegó, le llevaron a la sala, donde le rodearon todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas. Entonces, sacando a todos, Pedro se puso de rodillas y oró; y volviéndose al cuerpo, dijo: Tabita, levántate: Y ella abrió los ojos, y al ver a Pedro, se incorporó. Y él, dándole la mano, la levantó; entonces, llamando a los santos y a las viudas, la presentó viva”. Ver Hechos 9:36–41.
La Ciencia Cristiana, estudiada y aplicada diariamente, nos lleva a rechazar el mal de cualquier índole. Transforma lo moral en espiritual y nos muestra que el mal es irreal, una ilusión de los sentidos materiales, y que Dios, el bien, es el único poder y la única realidad del ser. Tarde o temprano, ya sea aquí o en el tal llamado más allá, todos tendrán que emprender la tarea de avanzar al punto en que puedan hacer valer su parentesco divino.
¿Qué estudio puede ser más recompensador que aquel que nos lleva a percibir lo que realmente somos, los hijos e hijas de Dios, y nos enseña a utilizar el dominio espiritual que Dios confiere? Aun cuando agradecidos por cada vislumbre que tengamos del bien que hay en nosotros y en los demás, no podemos detenernos aquí. Tenemos que esforzarnos por ser lo que somos — ideas espirituales, puras y perfectas, libres de enfermedad, pecado y muerte — los hijos de Dios, aquí y ahora.
