Hace algunos años sufrí de un dolor físico tan intenso que no me fue posible pensar coherentemente. Solicité ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana, y dentro de una semana pude viajar a un sanatorio de la Ciencia Cristiana. Allí, en menos de tres semanas, con el cariño y atención proporcionados por las enfermeras, pude lograr mi curación.
El practicista que me estaba dando tratamiento por medio de la oración, me ayudó a estudiar cuando el dolor y el malestar me inclinaban a la apatía. El mal era interno.
Me ayudó mucho el siguiente pasaje de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 150): “El poder curativo de la Verdad se demuestra extensamente hoy en día como una Ciencia inmanente y eterna, en vez de una exhibición de fenómenos extraordinarios”. La palabra “inmanente” me llamó la atención. En el diccionario encontré la definición “inherente”. Esta definición fue una tremenda ayuda. Pude reconocer que el poder de Dios era inherente a mi ser y estaba conmigo ahí mismo donde el dolor pretendía estar, y que ese poder es omnipotente.
También incluí en mi estudio el profundizar en las obras de la Sra. Eddy las citas que incluyen la palabra “función” y sus derivados. A medida que mi consciencia se espiritualizaba logré percibir que la función verdadera del hombre es la de expresar amor, actividad, alegría, gratitud, inteligencia, rectitud, pureza, armonía. Aferrándome a estos conceptos sobre las verdaderas funciones del hombre, pude dejar que la verdad acerca del funcionamiento reemplazara el sentido humano material de función, y la curación se manifestó como una gloriosa sensación de paz.
En algún momento, poco después de dejar el sanatorio de la Ciencia Cristiana, algo se desprendió de mi organismo en forma natural y sin dolor, y con ello se acabó el problema.
Estoy muy agradecido a mi esposa y a los practicistas que me han ayudado en diversas ocasiones; también por la evidencia práctica de las palabras de la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 66): “Las pruebas son señales del cuidado de Dios”. La curación me hizo ver que esta enfermedad, en efecto, no poseía más sustancia o realidad que un sueño. Estoy muy agradecido a la Ciencia Cristiana.
Littlehampton, West Sussex, Inglaterra
