Hace algunos años sufrí de un dolor físico tan intenso que no me fue posible pensar coherentemente. Solicité ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana, y dentro de una semana pude viajar a un sanatorio de la Ciencia Cristiana. Allí, en menos de tres semanas, con el cariño y atención proporcionados por las enfermeras, pude lograr mi curación.
El practicista que me estaba dando tratamiento por medio de la oración, me ayudó a estudiar cuando el dolor y el malestar me inclinaban a la apatía. El mal era interno.
Me ayudó mucho el siguiente pasaje de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 150): “El poder curativo de la Verdad se demuestra extensamente hoy en día como una Ciencia inmanente y eterna, en vez de una exhibición de fenómenos extraordinarios”. La palabra “inmanente” me llamó la atención. En el diccionario encontré la definición “inherente”. Esta definición fue una tremenda ayuda. Pude reconocer que el poder de Dios era inherente a mi ser y estaba conmigo ahí mismo donde el dolor pretendía estar, y que ese poder es omnipotente.
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