Hace algún tiempo me encontré aparentemente bajo una considerable tensión. Cometí el error de tratar de hacer e trabajo de otros además del mío. Una noche desperté con un gran dolor físico y con dificultad para respirar. Como no me sentí capaz de orar para mí misma, le pedí ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien accedió a ayudarme con la oración.
Me dio dos declaraciones de la Sra. Eddy para estudiar — una de Escritos Misceláneos (págs. 82–83) donde la Sra. Eddy dice acerca de Dios: “Esta Mente, entonces, no está sujeta a desarrollo, cambio o diminución, sino que es la inteligencia divina, o Principio, de todo el ser real, que mantiene al hombre eternamente en el ciclo rítmico de una felicidad creciente, como testigo viviente e idea perpetua del bien inagotable”. La otra referencia fue de Retrospección e Introspección (pág. 61), donde dice: “... si os quedáis dormidos, realmente conscientes de la verdad según la Ciencia Cristiana, — es decir, que la armonía del hombre es tan inviolable como el ritmo del universo,— no podréis despertar con temor o sufrimiento de ninguna clase”. Traté de obtener una comprensión más clara de este ritmo ordenado del universo y del desarrollo natural de la armonía en la vida del hombre. Me di cuenta de que el hombre es la creación perfecta de Dios, que siempre está bajo el gobierno de la Mente divina, y nunca sujeto a ninguna supuesta ley de la materia. Recordé muchos himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana, especialmente el No. 195, que comienza con estas palabras: “Lo que eres Tú, Señor, no lo que soy”, y que es un reconocimiento de la eterna presencia de Dios y e de Su amante protección. También recordé un pasaje del último verso del Himno No. 49, cuya letra en inglés es adaptación de un poema de John Greenleaf Whittier: “Quítanos toda tensión y presión y haz que nuestra vida ordenada manifieste la belleza de Tu paz”.
El practicista me alentó a pensar en lo que le ocurre a una pelota blanda cuando se la presiona. Sólo cuando se deja de presionarla, la pelota recupera su forma natural. Esto fue lo que tuve que aprender durante los días siguientes — desprenderme de un falso sentido de responsabilidad y en cambio ser receptiva a la indudable capacidad de Dios para dirigir y gobernar toda mi vida armoniosamente. Y cuando lo hice, obtuve la curación.
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