“Había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar”. Lucas 13:11;
Al meditar sobre este relato de la mujer a la cual Jesús llamó de entre la multitud y la sanó, podemos preguntarnos: ¿Se debía la incapacidad de la mujer a que se hallaba encorvada? ¿O andaba encorvada porque, en el sentido verdadero, no se había enderezado?
Esta última posibilidad puede inducir a serias reflexiones.
¿Cómo podemos “enderezar” nuestras vidas, elevarlas al nivel de la salud y dominio si nos encontramos mentalmente “encorvados”, temiendo o sintiéndonos desdichados, o rezongando amargados contra nuestra situación y perspectivas — o quizás si hasta capitulando ante una sensación de fracaso?
Es interesante destacar aquí la experiencia de una Científica Cristiana. Cada vez que se acercaban las fiestas de Navidad, sentía un intenso temor porque estas fechas parecían anticiparle solamente amarguras. De pronto percibió con claridad que lo que temía era el sufrimiento que su propio sentido de conmiseración y nostalgia podía infligirle. Comprendió que sólo de ella dependía el grado de felicidad o sufrimiento que pudiera experimentar. Su única necesidad era cesar de continuar pensando de sí misma como aprisionada por determinadas circunstancias mortales y reclamar las bendiciones ilimitadas de la Verdad divina. Cuando de esta manera se enderezó, sus días de fiestas fueron plenos de un profundo sentido de gozo y curación. Esta experiencia fue trascendental en su vida.
¿Cómo estamos pensando de nosotros mismos? ¿Como personalidades físicas con pequeñas mentes independientes dentro de nosotros, funcionando (o no funcionando) aprisionadas dentro de los agobiadores límites de la materia, tiempo y espacio? ¿O estamos aprendiendo a conocernos como somos en la Verdad — linaje espiritual de Dios, ideas acerca de las cuales Cristo Jesús dijo: “Vosotros sois la sal de la tierra.. . Vosotros sois la luz del mundo”? Mateo 5:13, 14;
Es nuestro reflejo consciente de Dios, la Mente, el Espíritu infinitos, lo que constituye la identidad y sustancia genuinas de cada uno de nosotros. Aferrarse a estas verdades es oración en la Ciencia Cristiana. Rompe el mesmerismo de la discordancia mortal, y eleva y armoniza la experiencia humana. Más aún: es el camino seguro para amar y ayudar a la humanidad.
Pero, asegurémonos de no ir a excluirnos nosotros del círculo de este amor. Cerciorémonos de no confundir un menoscabo de sí mismo con la humildad a la semejanza del Cristo, que reconoce a Dios como nuestro Todo. Y, especialmente, no pensemos que nosotros, como personas, poseemos capacidad o habilidad alguna. En la Ciencia Cristiana es un hecho indiscutible que todo el poder, todos los dones y habilidades pertenecen a Dios, la inteligencia divina e infinita. “El Padre que mora en mí, él hace las obras”, Juan 14:10; dijo Jesús. Y reflejando al Padre, usamos Sus cualidades, como el Maestro las usó.
¡Descansemos en esta realidad y edifiquemos sobre ella! Reconozcamos que todo motivo afectuoso, toda cualidad de Dios que expresamos — en virtud de la divinidad que ejemplifica — se abre a sí misma el camino y cumplirá su propósito sagrado.
La Mente divina gobierna y sostiene perfectamente a sus ideas. No las dirige mal ni menoscaba su importancia, y jamás descuida a ninguna de ellas. El expresar esta Mente tiene el efecto práctico de descubrir el bien en la consciencia humana, de corregir errores y de disipar cualquier concepto de fracaso y pérdida. Revela el lugar que nos corresponde a cada uno de nosotros y demuestra la concordia de las ideas, todas unidas al Principio, la sabiduría divina e infalible.
Por encima de todo lo que el falso sentido material pretende, el hecho espiritual permanece de que Dios, el Amor divino, es la única Mente o Ego, el cual todos compartimos por ser Sus hijos, creados a Su semejanza. ¿No debemos, entonces, mantenernos firmes en nuestra comprensión de que nada nos puede ocultar el amor que cada uno de nosotros, como idea del Amor, siente por todos, y el que a su vez todos, como ideas del Amor, sienten por nosotros?
Los conceptos mortales erróneos que declaran que vivimos bajo amenazas de injusticias, de reacciones temperamentales o de dominación personal, deben ser desarraigados. No debemos permitir que el peso de la manera de pensar del mundo nos afecte con sus sugestiones de desesperación y sufrimiento, o que mantengamos nuestra atención centrada en la personalidad y cuerpos materiales.
La decisión es esencial en la Ciencia Cristiana. O bien algo es verdadero o no lo es. ¿Procede de Dios? Entonces es verdadero y permanente. ¿No procede de Dios? Entonces es falso, ilegítimo; en realidad, inexistente. Enfrentar el mal de esta manera decisiva, es un gran paso hacia su destrucción.
La manifestación de la consciencia divina, que constituye la verdadera identidad de cada uno de nosotros en su ser verdadero, es eterna en la Mente. Su historia es espiritual, enteramente buena. Incluye armonía y gozo que están fuera del alcance de la influencia mortal. Aun una vislumbre de esto borra recuerdos desdichados y cuadros mentales atemorizantes. Entonces ningún inquietante concepto de problemas del pasado puede agobiarnos, o tener poder alguno para perturbar nuestro eterno y bienaventurado ahora.
Como ideas de Dios, nos pertenece esa vida que no está subordinada a edad; cuya energía y sustancia están perpetuamente renovándose. Mas es menester que de continuo hagamos nuestra esta verdad. La Sra. Eddy indica la posición errónea y la correcta cuando dice: “Aun la poesía de Shakespeare pinta la vejez como infancia como debilidad y decadencia, en vez de asignar al hombre la grandeza imperecedera e inmortalidad del desarrollo, el poder y el prestigio”.Ciencia y Salud, pág. 244;
La Verdad revela a Dios, el bien, como llenando todo el espacio. De modo que las creencias enfermizas y gérmenes de enfermedad no tienen lugar. El temor y la discordancia no existen. “La tierra está llena de tus beneficios”, Salmo 104:24; cantó el Salmista en alabanza al Padre. ¿Qué es entonces lo que conscientemente reflejamos o respiramos como Su manifestación infinita? ¡Qué otra cosa sino las ideas puras o beneficios del Amor divino! Si pensamos acerca de nosotros mismos en tales términos espirituales y sin límites, cada hálito que respiramos será sin obstáculo, pleno y lleno de vigor.
En toda la perfección del Amor divino no existe nada que necesite ser sanado o eliminado. La totalidad del Espíritu excluye todo lo que sea desemejante a sí mismo. Podemos enderezarnos para comprender estas verdades. Dios nos da la habilidad para hacerlo — y para saber que estas verdades actúan poderosamente en la consciencia para producir acción correcta en la vida diaria.
El hombre, en la Ciencia, es la expresión individual del conocimiento perfecto que posee el Alma. Y por ser este hombre perfecto, vemos, oímos y sentimos lo que conoce el Alma — todo lo que es enteramente espiritual, nítido y bueno. He aquí una base sólida para comprobar que lo único que realmente podemos perder de vista es el perturbador concepto falso de la identidad mortal, y que podemos oír la voz de la Verdad con toda claridad.
¡Pensad en esto! Somos, en la Verdad divina, ¡la expresión misma de Dios! Entonces, ¡cuán importantes somos para Él — para esta Mente todopoderosa, para este Amor que lo abarca todo! “El hombre es la culminación de la creación”, escribe la Sra. Eddy, “y Dios nunca está sin un testigo siempre presente testificando de Él”.No y Sí, pág. 17; Más adelante la Sra. Eddy hace esta notable declaración: “El hombre es un ser celestial, y en el universo espiritual es por siempre individual y por siempre armonioso”.ibid., pág. 26; Somos la culminación de la creación. Somos celestiales. Ésta es la verdad divina acerca de nuestro ser como el Padre celestial lo conoce.
En razón de esta verdad, el desaliento es imposible. No tenemos por qué sufrir. La disciplina liberadora del conocimiento espiritual puede evitar el sufrimiento. No necesitamos tener todas las respuestas o haber vencido todos los males para dar el próximo paso en la curación o para ser sanados. ¡Dios nos ama! Dondequiera que nos parezca encontrarnos, Él nos conducirá y cuidará de nosotros a lo largo de la ruta.
¿Qué sucedió a la mujer que andaba encorvada? El relato bíblico continúa: “Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios”. Lucas 13:12, 13.
Con un cambio de pensamiento absolutamente sincero, nosotros también podemos responder al poder del Cristo, simbolizado aquí con la expresión “puso las manos”. Y podemos “enderezarnos”, elevarnos, para aceptar más de la divinidad de nuestro ser, aquí mismo y ahora, y así estar siempre prontos para avanzar hacia logros mayores —¡sanos, libres y glorificando a Dios!