Cuando un miembro de su familia va llegando al término de su adolescencia y se resiente por su consejo o dirección, se rebela contra su autoridad, pone en tela de juicio su opinión o rechaza su norma de vida con un ataque verbal, es posible que sienta usted como si tuviera clavado un cuchillo en su corazón. ¿Qué puede usted hacer ante semejante caso?
Reaccionar de la misma manera es, a menudo, el impulso; o bien, romper a llorar entregándose a la autocompasión. A veces el afligido lamento es: ¿Qué culpa tengo yo en esto?
Ante tal situación, ¿qué medida eficaz puede uno tomar?
Casi todos queremos proceder de una manera cristiana al tratar con los demás. ¿Somos cristianos en nuestra actitud hacia nuestros hijos adolescentes? ¿Somos afectuosos, comprensivos y dispuestos a perdonar? Aun cuando así fuese, la curación permanente y compasiva de relaciones rotas, requiere que profundicemos nuestra práctica del cristianismo. Tenemos que ser científicamente cristianos. Mediante el estudio de Ciencia Cristiana se puede lograr un autodominio genuino. Esta condición de pensamientos, verdaderamente madura, proyecta la luz sanadora del Cristo sobre la escena humana oscurecida.
No es fácil mantenerse sereno en lo que sabemos de la Verdad cuando parece que somos encarados por el odio. Pero mantener el punto de vista científicamente cristiano, nos libera y libera a nuestros hijos de las imposiciones de la creencia mortal, las cuales son siempre la raíz de la fricción y el conflicto, y nos capacita para cruzar la densa atmósfera del enojo y de la desavenencia.
La Ciencia Cristiana usa un término muy conocido en una forma única para describir el método de la creencia mortal sugestiva: magnetismo animal. Como término específico para la mente mortal, es usado para designar un poder maligno que no existe, cuya pretensión a tener realidad está basada en el engaño y el fraude. La Biblia llama a este seudopoder la serpiente, el diablo, el gran dragón rojo. Bajo cualquier nombre que se lo conozca, es mera ilusión, que sólo tiene el poder que se le conceda debido a la ignorancia acerca de la ley divina del infinito bien espiritual.
El magnetismo animal no tiene identidad que pueda llamar suya, pero simula adherirse a personas que conocemos y amamos. Entonces, debido a que aceptamos al magnetismo animal como persona, el mal parece ser real para nuestro concepto engañado, o tal vez para nuestra ignorancia, parece tener una identidad definida y capaz de dañar. Sin embargo, gracias a la Ciencia Cristiana podemos aprender a defendernos contra la falsa identificación al ver lo que está detrás de un acceso de error. Al mismo tiempo podemos sanarnos y sanar a nuestros hijos permanentemente de la sumisión a esta equivocación.
La Ciencia Cristiana define al hombre verdadero, al único hombre verdadero, como la manifestación de Dios, el Amor divino. Nos enseña a identificarnos y a identificar a los demás con este hombre espiritual puro. El hombre creado por Dios está dotado de una consciencia semejante al Cristo, donde no tienen cabida el enojo, la reacción y el daño. La defensa contra la influencia hipnótica del magnetismo animal se facilita — de hecho, viene a ser natural — a medida que mantenemos estas verdades claramente en la mente. El hombre, la expresión de Dios, está a una con el Principio y Amor supremos, está por siempre exento de los subterfugios del anticristo. El hombre creado por el Amor, ni puede dañar ni puede ser dañado.
Ahora bien, ¿cómo podemos darnos cuenta de la acumulación del miasma de odio que algunas veces desciende de repente sobre el hogar, y echarla fuera? Hay a menudo señales que debemos advertir. La fatiga, la presión, la impaciencia, o la irritación, si las aceptamos, es posible que aparezcan en la manera de saludar a nuestros adolescentes o en nuestra reacción en cuanto a sus comentarios. La crítica, la irritación, o tal vez la indiferencia es posible que motiven su hosquedad. Debemos estar alerta para que la aceptación del mundo en cuanto al sentimentalismo excesivo de las adolescentes o la falta de respeto y rebelión de los adolescentes no invada sutilmente nuestra consciencia. En cuanto a la voluntariedad humana, la Sra. Eddy claramente advierte en Ciencia y Salud: “El ejercicio de la voluntad produce un estado hipnótico, nocivo a la salud y a la integridad del pensamiento. Por tanto hay que estar alerta y protegerse contra tales peligros”. Termina el párrafo con estas palabras: “Al ignorar el error que ha de extirparse, nos exponemos a menudo a su maléfica influencia”.Ciencia y Salud, pág. 446;
El magnetismo animal es sólo la máscara que quisiera ocultar al hijo verdadero de Dios y evitar que encaremos el asunto importante. ¿Qué tienen que ver estos falsos conceptos con el hombre y mujer afectuosos de la creación de Dios? Nada. El hombre íntegro, puro, amable y comprensivo, cuyas cualidades son semejantes al Cristo, es la identidad verdadera. Podemos reclamar su presencia precisamente donde la máscara distorsionada del sentido personal parece estar.
Ahora bien, veamos a la máscara que posiblemente vea la persona joven. ¿Está en la escena un padre o madre dominante, irrazonable, preocupado? ¿Están escuchando ustedes padres? ¿Son ustedes pacientes, alegres, espiritualmente maduros? ¿Están deseosos que sea Dios, en lugar de la autoridad humana, el que reine? Cuando padres e hijos recurren a Dios en humildad y serenamente quitan de la consciencia las máscaras inafectuosas, la escena rápidamente se invierte hacia el respeto mutuo y amor y alegría naturales. Basta con que una sola persona someta su pensamiento a Dios para que se calme la tormenta.
A todos los que reconocen la urgente necesidad de que sea el Amor divino el que se encargue de la situación, viene la afirmación de Cristo Jesús: “El reino de Dios está entre vosotros”. Lucas 17:21; La Sra. Eddy agrega a esto: “Sabed, entonces, que poseéis poder soberano para pensar y actuar correctamente, y que nada puede desposeeros de esta herencia y contravenir el Amor. Si mantenéis esta posición, quién o qué puede haceros pecar o sufrir?” Pulpit and Press, pág. 3;
Podemos saber que el Amor divino está apoyando nuestros esfuerzos por mantener nuestro equilibrio, serenidad y perspectiva sanadores. Dios, el Amor, también apoya al corazón que aparentemente está luchando contra Su poder irresistible. De hecho, el Cristo — por muy débilmente que lo discierna o por mucho que lo oscurezca el sentido personal — realmente siempre está operando en la consciencia humana, sosteniendo y guiando.
Los más íntimos de Jesús eran sus doce discípulos escogidos. A pesar de la relación reverente e iluminadora que tenía con los miembros de esta “familia”, tuvo que calmar los temores de ellos, ser paciente con ellos por su falta de comprensión y por su descreimiento, tuvo que reprocharles su impetuosidad y su fe vacilante, perdonarles sus fracasos y traiciones.
Tal vez la angustia que habrá sentido Jesús cuando lo abandonaron hasta sus más devotos seguidores, puede ser percibida en cierto grado por todos los que sufren la ruptura de relaciones humanas. Conviene recordar cómo oró Jesús en el Huerto de Getsemaní en la víspera de su crucifixión y recordar el sublime triunfo que trajo como resultado esta poderosa oración: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. Mateo 26:39;
Después de esto, Jesús encontró durmiendo a sus discípulos en quienes más confiaba, en el momento en que más que nunca necesitaba de sus oraciones para apoyarlo. Tres veces los encontró durmiendo — muertos a las exigencias espirituales de la hora. Finalmente, abandonó por completo todo deseo humano. Con valor salió a hacer frente a la crucifixión, la cual lo guió a la resurrección y ascensión triunfantes y proveyó la promesa para toda la humanidad.
El valor y la fortaleza espiritual nos son disponibles a todos nosotros a medida que enfrentamos los desafíos que nos presenta la vida humana, incluyendo las a veces violentas relaciones entre padres e hijos. El método cristiano, ejemplificado por Jesús, empieza con la humildad. La obstinación, la dominación, el temor, la autocompasión, deben hacerse a un lado. La humildad, la paciencia y el amor desinteresado son ingredientes del bálsamo sanador que mitiga las heridas del orgullo y la sensibilidad. A medida que estas cualidades sanadoras del pensamiento dominan, se reestablece el reino de la armonía.
En el Glosario de Ciencia y Salud, la Sra. Eddy define “Getsemaní” como “paciencia en el pesar; lo humano cediendo a lo divino; amor que no es correspondido, pero que sigue siendo amor”.Ciencia y Salud, pág. 586; En nuestra experiencia del Getsemaní individual y en nuestra adherencia al ejemplo de Jesús, podemos darnos cuenta de que nuestro amor es constante — sigue siendo amor — porque Dios es Amor. El amor que proviene del Amor divino es poder vital; no puede ser oscurecido. Realmente no hay amor fluctuante, falsificado, adormecido. Al someternos al Amor divino, empezamos a sentir tangiblemente el hecho que la única relación eterna es la indivisibilidad de Dios y el hombre. Vemos que padre e hijo son cada uno el reflejo individual, cada uno, el hijo de Dios solamente. Cada idea individual existe dentro del reino del Espíritu y es sostenida libre de peligro en su propia órbita por la Mente creativa. En realidad, no puede haber conflicto, choque o explosión. Las guerras dentro de la familia — por cierto, guerras de toda clase — cesarán cuando se reconozca que Dios es la Mente de todos los hombres.
Jesús exigió obediencia a dos mandamientos básicos, emanados de su percepción pura del código mosaico. Elevó la ley moral al nivel de exigencia espiritual cuando dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos”. Marcos 12:30, 31.
La bendición espiritual que irradia de la obediencia persistente a estos mandamientos es paz en nuestros corazones y hogares. Sostenidos por el espíritu de amor constante, podemos educar una generación apta para cumplir las grandes posibilidades del cristianismo científico.