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Dimensión moral del intelecto

Del número de febrero de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todos los estudiantes la tienen. Es la manera en que usamos el intelecto lo que determina nuestra experiencia universitaria. Con demasiada frecuencia nuestro concepto del intelecto humano omite la dimensión moral.

¿Debería ponerse el énfasis del trabajo académico en la acumulación de teorías, en el análisis, y en la memorización de hechos? Tesis y exámenes pueden tender a empujarnos hacia el mero nivel humano de acumulación de teorías. Este enfoque abre la puerta a los peligros que presenta una clase de intelectualismo que prospera, sólo para sí, en la simple acumulación y exposición de conocimientos humanos. Cuando seguimos este modelo, el intelecto humano puede convertirse en algo así como un dios para nosotros. Le damos poder e influencia — lo vemos como la fuente de la inteligencia.

Los estudiantes de la Ciencia Cristiana están aprendiendo a renunciar a la clase de intelecto que confina el proceso educativo a una tal llamada mente material.

La materia jamás es inteligente. Dios es Mente — la única inteligencia genuina y sustancial que existe. El hombre es una idea de la Mente, que eternamente expresa la verdadera inteligencia. A medida que el Cristo, la Verdad, saca este hecho a luz, nos liberamos de las restricciones de la manera de pensar materialista. El admitir que la inteligencia es infinita y que nuestra verdadera consciencia es una expresión individual de la Mente, Dios, elimina la duda y la incertidumbre, o la arrogancia y el egoísmo, de la mente humana. Pablo pudo alabar la “¡profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!” Luego preguntó: “Porque ¿quién entendió la mente del Señor?” Rom. 11:33, 34;

Renunciar a la confianza en la materialidad es algo esencial para lograr una confianza creciente en las capacidades de un intelecto que se basa en la espiritualidad.

El reconocer tan sólo una Mente y admitir que el hombre representa la verdadera inteligencia a menudo resulta en mejor rendimiento en nuestros estudios, en calificaciones más altas, en mejor memoria y en actividad más inteligente. Sin embargo, hay una gran distancia entre las tendencias del intelectualismo materialista y la espiritualidad pura que reconoce sólo la Mente como la base de la inteligencia. A veces tratamos de salvar esa distancia más por el deseo de obtener una buena nota que por un profundo amor a la sagrada verdad de que Dios es Mente infinita e ilimitada.

En lugar de intentar salvar la distancia de un solo salto — y a veces fallar en el esfuerzo — podemos valernos de una dimensión vital del intelecto que puede servir de puente. Es una dimensión moral. Involucra cualidades de transición tales como disciplina, humildad, orden, fidelidad. El desarrollo de una dimensión moral del intelecto requiere algo más que orar a última hora para nosotros mismos cuando se acerca la fecha de entrega de las tesis o los exámenes finales. Esta fase especial del pensamiento que se dirige hacia el aspecto moral exige que nuestras oraciones cobren vida — que dejemos que ellas fundamenten nuestras actividades académicas diarias. Esta dimensión constituye una manera de pensar y actuar que abarca toda nuestra trayectoria escolar y universitaria.

Ensaye, por ejemplo, con cualquier curso que forme parte de su programa actual de estudios. En lugar de poner énfasis primordialmente en el proceso rutinario de aprendizaje, concentre su esfuerzo general en alguna cualidad moral. Tal vez éste sea un curso en el cual su necesidad elemental sea la de disciplinarse a sí mismo. Quizás otro le presente la oportunidad de aprender a expresar mayor humildad. Quizás la inspiración sea la lección más fundamental que necesite aprender en otra clase.

Analizando un poco, por lo general se percibe claramente qué cualidades morales específicas hay que ejercitar en un determinado curso. El concepto básico, ¿no es realmente el de aportar algo a una rama de estudio, en lugar de sencillamente tratar de sacarle algo?

Este enfoque no requiere menos trabajo; tal vez requiera más. Ciertamente demanda un cambio en la atención primordial que damos a nuestros estudios. Exige que investiguemos con mayor firmeza, profundidad y constancia las verdades metafísicas contenidas en la Biblia y en las obras de la Sra. Eddy. El desarrollar la dimensión moral del intelecto requiere en seguida practicar las cualidades — hacer de ellas nuestra norma de vida, especialmente practicándolas en relación con ciertas ramas de estudio.

Si somos persistentes y honrados en esta actividad, la naturaleza moral de nuestro intelecto — aunque tal vez sea severamente puesta a prueba — se desarrollará y fortalecerá. La Sra. Eddy escribe: “En los choques mentales que experimentan los mortales y en la tirantez de las luchas intelectuales, la tensión moral es puesta a prueba, y, si no cede, se hace más fuerte”.Escritos Misceláneos, pág. 339.

Poner nuestro énfasis primordial en los elementos morales, en vez de meramente sobre la sistematización de datos, por cierto que no implica el sacrificar estudios que sean útiles. Por el contrario, este enfoque enriquece el proceso de estudio y aumenta la capacidad de aprender y retener los conocimientos que se necesitan. En lugar de simplemente recordar una acumulación de conocimientos humanos, lo más probable es que al mirar en retrospección recordemos esa clase como aquella en la cual aprendimos a disciplinarnos, o ese año como aquel en que finalmente descubrimos cómo permanecer constantemente alerta y receptivos — o más apreciativos, exactos o aptos para discernir. Tales factores deberían sernos de suma importancia en la lista de nuestro haber cuando terminamos nuestra carrera académica.

Es esencial que dejemos atrás un intelectualismo que se basa en la materialidad y avancemos hacia el reconocimiento de que la Mente todo lo sabe — que es la única consciencia perfecta y divina. La dimensión moral del intelecto es el puente natural y apropiado en esta jornada y hace que ella cobre significado y nos aporte recompensas largamente duraderas.


Da al sabio,
y será más sabio;
enseña al justo, y
aumentará su saber.
El temor de Jehová
es el principio de la sabiduría,
y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.

Proverbios 9:9, 10

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