La Ciencia Cristiana me atrajo primordialmente porque la idea de sanar a otras personas me intrigaba. En ese entonces no pensaba en mi necesidad de curación aunque padecía de un problema en la columna vertebral y de una “rodilla loca”. A menudo, al hacer un esfuerzo, o sólo al caminar, la rodilla se me doblaba.
A medida que asimilaba lentamente los preceptos de la Ciencia Cristiana, hacía lo posible por sanarme. Cierto día me encontraba solo en casa, y accidentalmente me clavé un destornillador en la mano. Inseguro todavía de lo que debía hacer, tomé la Biblia, y el libro Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y empecé a leer para hallar alivio. Al cabo de unos minutos de estudio el dolor y la sangre cesaron. Específicamente negué que era un ser mortal, tonto, temeroso y lesionado.
Al término de unos días la herida había sanado, pero el dedo medio de la mano no tenía sensibilidad ni movimiento. Al hablar acerca del problema con otro miembro de la iglesia, me recomendó que tratara el error de que los nervios gobiernan el cuerpo. Así lo hice y me curé completamente.
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